22/12/2018, 18:22
—Disculpad un momento, pero habláis como si ya supiérais todo esto. ¿Cómo es posible? —preguntó Kiroe, poniendo en voz alta las cuestiones que también hacían eco en la mente del médico.
Enseguida se darían cuenta de que desearían no haber conocido la respuesta.
—Eso mismo me pregunto yo. ¿¡Cómo coño es posible!? —estalló Yui, que caminaba en círculos detrás detrás del escritorio como una leona enjaulada—. ¡Eh, ¿cómo coño es posible?!
La ira de Yui llenaba todo el despacho. Era como electricidad estática recorriendo peligrosamente la piel de todos los allí presentes, como una serpiente escalando sus cuerpos, con sus colmillos venenosos acercándose peligrosamente a sus yugulares. No era el poder de su chakra, simplemente era su mera presencia. La Arashikage se hacía notar con cada pequeño movimiento, con cada palabra formulada, y no había manera de ignorarla. No había manera de no caer a sus pies sin suplicar clemencia.
Zetsuo tragó saliva, pero, a excepción de las gotas de sudor frío que resbalaban por su sien, su rostro se mantenía tan férreo como al principio de la conversación.
—¡Por los putos uzujines! ¡Me tuve que enterar por los putos uzujines! ¡E incluso también por los kusajines! —Se respondió la misma Yui, después de una tensa pausa.
Y la noticia cayó sobre el médico como un puñetazo en la mandíbula.
«¿Los Uzujines y los Kusajines? ¿Pero cómo cojones...?» Se repitió, intercambiando una mirada interrogante con Kiroe. ¿Cómo era posible que las noticias hubiesen corrido tan rápido? ¿Acaso... ¿Acaso el Gobi se había cruzado con shinobi de ambas aldeas entre el momento del ataque y cuando ellos la habían acorralado?
—¡Y cuándo voy a buscaros para enviar un equipo de rastreo, resulta que habíais desaparecido! —continuaba Yui—. ¡Y ahora parece que ya lo sabíais todo! ¡Y yo aquí sin enterarme de una puta mierda!
La Arashikage había estampado el puño contra la pared, que pareció gritar de dolor ante el impacto.
—¿Desde cuándo coño lo sabíais, eh? ¿No considerasteis que merecía la pena contármelo? —bramó, con ojos centelleantes como relámpagos—. ¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!? ¿¡Qué ocurre, Zetsuo!? ¿¡Qué por todo tu currículum piensas que ya puedes hacer lo que te dé la gana!?
El hombre agachó la cabeza como un niño ante la ira de sus padres. Él no estaba acostumbrado a algo así. Normalmente era él el que inspiraba temor en los demás con su autoridad. Pero la presencia de aquella mujer era demasiado poderosa, incluso para él. Y pronto entendió por qué Ayame sentía tanto terror hacia ella.
—Lo siento, Arashikage-sama. Tiene usted razón —habló, con voz ronca, elevando sus iris aguamarina hacia la mandataria—. No tenemos ninguna excusa que pueda redimirnos. Lo único que sabíamos cuando partimos en busca de Ayame era que había desaparecido desde hacía cosa de una semana. Ni siquiera podíamos imaginar lo que de verdad había ocurrido. Pero encontramos su rastro, encontramos su túnica, rasgada y abrasada; encontramos sus ropas tiradas en el bosque... Creímos que si dábamos la vuelta perderíamos un tiempo muy valioso para rescatarla.
»Nos dejamos llevar por nuestra impaciencia y no actuamos como los Jōnin que somos.
«Porque actué como el padre preocupado por la seguridad de su hija.» Completó su mente, un mensaje que nunca habría de llegar a oídos de la Arashikage.
No. No podía arrepentirse de lo que había hecho, porque lo volvería a hacer. Una y otra vez si era necesario. De lo único que se arrepentía era de que Kiroe hubiera decidido no dar el mensaje de alarma cuando quiso volver a la aldea. Pero era algo de lo que tampoco pensaba hacerla responsable. Y era bien consciente de su posición inferior para no contravenir los designios de su Arashikage, ya había demasiados ejemplos de lo que les ocurría a aquellos que osaban contradecir su palabra.
Y él no pensaba convertirse en otro más.
Enseguida se darían cuenta de que desearían no haber conocido la respuesta.
—Eso mismo me pregunto yo. ¿¡Cómo coño es posible!? —estalló Yui, que caminaba en círculos detrás detrás del escritorio como una leona enjaulada—. ¡Eh, ¿cómo coño es posible?!
La ira de Yui llenaba todo el despacho. Era como electricidad estática recorriendo peligrosamente la piel de todos los allí presentes, como una serpiente escalando sus cuerpos, con sus colmillos venenosos acercándose peligrosamente a sus yugulares. No era el poder de su chakra, simplemente era su mera presencia. La Arashikage se hacía notar con cada pequeño movimiento, con cada palabra formulada, y no había manera de ignorarla. No había manera de no caer a sus pies sin suplicar clemencia.
Zetsuo tragó saliva, pero, a excepción de las gotas de sudor frío que resbalaban por su sien, su rostro se mantenía tan férreo como al principio de la conversación.
—¡Por los putos uzujines! ¡Me tuve que enterar por los putos uzujines! ¡E incluso también por los kusajines! —Se respondió la misma Yui, después de una tensa pausa.
Y la noticia cayó sobre el médico como un puñetazo en la mandíbula.
«¿Los Uzujines y los Kusajines? ¿Pero cómo cojones...?» Se repitió, intercambiando una mirada interrogante con Kiroe. ¿Cómo era posible que las noticias hubiesen corrido tan rápido? ¿Acaso... ¿Acaso el Gobi se había cruzado con shinobi de ambas aldeas entre el momento del ataque y cuando ellos la habían acorralado?
—¡Y cuándo voy a buscaros para enviar un equipo de rastreo, resulta que habíais desaparecido! —continuaba Yui—. ¡Y ahora parece que ya lo sabíais todo! ¡Y yo aquí sin enterarme de una puta mierda!
¡BLAM!
La Arashikage había estampado el puño contra la pared, que pareció gritar de dolor ante el impacto.
—¿Desde cuándo coño lo sabíais, eh? ¿No considerasteis que merecía la pena contármelo? —bramó, con ojos centelleantes como relámpagos—. ¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!? ¿¡Qué ocurre, Zetsuo!? ¿¡Qué por todo tu currículum piensas que ya puedes hacer lo que te dé la gana!?
El hombre agachó la cabeza como un niño ante la ira de sus padres. Él no estaba acostumbrado a algo así. Normalmente era él el que inspiraba temor en los demás con su autoridad. Pero la presencia de aquella mujer era demasiado poderosa, incluso para él. Y pronto entendió por qué Ayame sentía tanto terror hacia ella.
—Lo siento, Arashikage-sama. Tiene usted razón —habló, con voz ronca, elevando sus iris aguamarina hacia la mandataria—. No tenemos ninguna excusa que pueda redimirnos. Lo único que sabíamos cuando partimos en busca de Ayame era que había desaparecido desde hacía cosa de una semana. Ni siquiera podíamos imaginar lo que de verdad había ocurrido. Pero encontramos su rastro, encontramos su túnica, rasgada y abrasada; encontramos sus ropas tiradas en el bosque... Creímos que si dábamos la vuelta perderíamos un tiempo muy valioso para rescatarla.
»Nos dejamos llevar por nuestra impaciencia y no actuamos como los Jōnin que somos.
«Porque actué como el padre preocupado por la seguridad de su hija.» Completó su mente, un mensaje que nunca habría de llegar a oídos de la Arashikage.
No. No podía arrepentirse de lo que había hecho, porque lo volvería a hacer. Una y otra vez si era necesario. De lo único que se arrepentía era de que Kiroe hubiera decidido no dar el mensaje de alarma cuando quiso volver a la aldea. Pero era algo de lo que tampoco pensaba hacerla responsable. Y era bien consciente de su posición inferior para no contravenir los designios de su Arashikage, ya había demasiados ejemplos de lo que les ocurría a aquellos que osaban contradecir su palabra.
Y él no pensaba convertirse en otro más.