29/12/2018, 21:16
(Última modificación: 29/12/2018, 21:17 por Aotsuki Ayame.)
—Algunos de sus ninjas se cruzaron con ella —respondió Shanise.
Y Zetsuo no supo cómo tomarse aquella noticia. Por una parte, gracias a aquel hecho habían conseguido obtener más información, pero por otra, que las otras aldeas se hubiesen enterado de lo que había ocurrido con su Jinchūriki...
—¿Qué piensa hacer con... Ayame, Yui-sama? —preguntó Kiroe.
—Revertir el jodido sello y devolver las cosas a su puto sitio natural —respondió la Arashikage, sin siquiera pensarlo—. Shanise, ve a avisar a los especialistas en fūinjutsu. Que se preparen para estudiar el sello.
Shanise asintió y salió del despacho.
—Vamos, despertadla.
Zetsuo volvió a tensarse. ¿Despertar al Gobi? ¿Acaso Yui se había vuelto loca? Por mucho que tuviera las manos esposadas y las piernas atadas, ¿no se hacía una idea de lo peligrosa que podía ser? Entrecerró los ojos, pero terminó por alzar los hombros.
—Como queráis, Arashikage-sama.
Chasqueó los dedos. Y el genjutsu se deshizo.
Bajo la atenta mirada de los allí presentes, el Gobi se removió con un ligero gruñido. Frunció los párpados y sus iris aguamarina destellaron cuando entreabrió los ojos. De un momento a otro se sobresaltó, se revolvió intentando incorporarse, pero sólo consiguió tropezar con sus propios tobillos y volvió a caer con estrépito.
—Malditos... humanos... —masculló, con un profundo gruñido y las mejillas hirviendo de pura ira. Se reincorporó con cuidado hasta quedar de rodillas en el suelo y las manos inutilizadas tras la espalda. Con un mechón de cabello cruzando su rostro, paseó la mirada entre los presentes y se detuvo expresamente en Yui. Fue entonces cuando todo su cuerpo se crispó y sus pupilas se dilataron. Apretó las mandíbulas y mostró los dientes, como una bestia a punto de saltar sobre su presa. Sin embargo, en el último momento se relajó momentáneamente—. Vaya, qué honor estar frente a usted, Arashikage-sama —siseó, llena de amargo sarcasmo.
Y Zetsuo no supo cómo tomarse aquella noticia. Por una parte, gracias a aquel hecho habían conseguido obtener más información, pero por otra, que las otras aldeas se hubiesen enterado de lo que había ocurrido con su Jinchūriki...
—¿Qué piensa hacer con... Ayame, Yui-sama? —preguntó Kiroe.
—Revertir el jodido sello y devolver las cosas a su puto sitio natural —respondió la Arashikage, sin siquiera pensarlo—. Shanise, ve a avisar a los especialistas en fūinjutsu. Que se preparen para estudiar el sello.
Shanise asintió y salió del despacho.
—Vamos, despertadla.
Zetsuo volvió a tensarse. ¿Despertar al Gobi? ¿Acaso Yui se había vuelto loca? Por mucho que tuviera las manos esposadas y las piernas atadas, ¿no se hacía una idea de lo peligrosa que podía ser? Entrecerró los ojos, pero terminó por alzar los hombros.
—Como queráis, Arashikage-sama.
Chasqueó los dedos. Y el genjutsu se deshizo.
Bajo la atenta mirada de los allí presentes, el Gobi se removió con un ligero gruñido. Frunció los párpados y sus iris aguamarina destellaron cuando entreabrió los ojos. De un momento a otro se sobresaltó, se revolvió intentando incorporarse, pero sólo consiguió tropezar con sus propios tobillos y volvió a caer con estrépito.
—Malditos... humanos... —masculló, con un profundo gruñido y las mejillas hirviendo de pura ira. Se reincorporó con cuidado hasta quedar de rodillas en el suelo y las manos inutilizadas tras la espalda. Con un mechón de cabello cruzando su rostro, paseó la mirada entre los presentes y se detuvo expresamente en Yui. Fue entonces cuando todo su cuerpo se crispó y sus pupilas se dilataron. Apretó las mandíbulas y mostró los dientes, como una bestia a punto de saltar sobre su presa. Sin embargo, en el último momento se relajó momentáneamente—. Vaya, qué honor estar frente a usted, Arashikage-sama —siseó, llena de amargo sarcasmo.