30/12/2018, 23:47
—¿Podrás ahora usar tu técnica interrogatoria, Zetsuo? —preguntó Yui, algo más calmada—. Solo quiero averiguar si el Kyuubi tiene más bijūs de su parte antes de revertir el sello. Tenemos que saber a lo que nos enfrentamos.
—No será necesario —respondió él, pese al gutural gruñido que le dedicó Kokuō—. Ya lo confesó en el País del Agua: al parecer, aparte del Kyūbi y del Gobi no hay más Bijū liberados... por ahora. Pero no cabe duda de que los buscarán para revertir también sus sellados. Y también manifestó su arrepentimiento por no haberse unido a su causa... —añadió, con los ojos entrecerrados.
—Ojalá no hubiera intentado esconderme en el País del Agua... —farfulló Kokuō, vibrando de rabia contenida en aquella parálisis—. Ojalá hubiera hecho caso a la señorita y hubiera regresado... ¡¡¡PARA REDUCIRLOS A CENIZAS A TODOS!!!!
Mientras tanto, la anciana había descubierto la espalda del Gobi y el chico de las gafas se paseó a su alrededor con papel y lápiz en mano. Y, tras varios minutos de investigación que se antojaron eternos, el chico se quedó pálido e intercambió una significativa mirada con la anciana.
—Yui-sama… —habló Chika, mientras el muchacho retrocedía. Y Zetsuo tuvo un muy mal presentimiento—. Trabajaré las veinticuatro horas del día para tratar de revertir el sellado, pero… Le seré franca. No me esperaba esto. La probabilidad de que lo consiga es baja.
—¿Cómo que la probabilidad es "baja"? —preguntó el médico, que se crispaba a cada momento que pasaba—. ¡EXPLÍCATE! ¡¿Qué cojones significa eso?!
—Os lo dije... —Kokuō se rio entre dientes. Pero no era una risa alegre, sino cargada de sorna y amargura—. Nunca dije que la señorita había muerto. Lo que le dije a su hijo, señora —añadió, refiriéndose directamente a Kiroe—, era que se olvidara de ella porque no iba a volver. Porque no hay manera de que vuelva.
»Va siendo hora de que lo acepten: yo soy ahora la Jinchūriki, y la señorita ahora es el Bijū.
—Esto debe ser una broma. ¡DEBE SER UNA JODIDA BROMA! —bramó Zetsuo.
—No será necesario —respondió él, pese al gutural gruñido que le dedicó Kokuō—. Ya lo confesó en el País del Agua: al parecer, aparte del Kyūbi y del Gobi no hay más Bijū liberados... por ahora. Pero no cabe duda de que los buscarán para revertir también sus sellados. Y también manifestó su arrepentimiento por no haberse unido a su causa... —añadió, con los ojos entrecerrados.
—Ojalá no hubiera intentado esconderme en el País del Agua... —farfulló Kokuō, vibrando de rabia contenida en aquella parálisis—. Ojalá hubiera hecho caso a la señorita y hubiera regresado... ¡¡¡PARA REDUCIRLOS A CENIZAS A TODOS!!!!
Mientras tanto, la anciana había descubierto la espalda del Gobi y el chico de las gafas se paseó a su alrededor con papel y lápiz en mano. Y, tras varios minutos de investigación que se antojaron eternos, el chico se quedó pálido e intercambió una significativa mirada con la anciana.
—Yui-sama… —habló Chika, mientras el muchacho retrocedía. Y Zetsuo tuvo un muy mal presentimiento—. Trabajaré las veinticuatro horas del día para tratar de revertir el sellado, pero… Le seré franca. No me esperaba esto. La probabilidad de que lo consiga es baja.
—¿Cómo que la probabilidad es "baja"? —preguntó el médico, que se crispaba a cada momento que pasaba—. ¡EXPLÍCATE! ¡¿Qué cojones significa eso?!
—Os lo dije... —Kokuō se rio entre dientes. Pero no era una risa alegre, sino cargada de sorna y amargura—. Nunca dije que la señorita había muerto. Lo que le dije a su hijo, señora —añadió, refiriéndose directamente a Kiroe—, era que se olvidara de ella porque no iba a volver. Porque no hay manera de que vuelva.
»Va siendo hora de que lo acepten: yo soy ahora la Jinchūriki, y la señorita ahora es el Bijū.
—Esto debe ser una broma. ¡DEBE SER UNA JODIDA BROMA! —bramó Zetsuo.