31/12/2018, 18:16
A Yui podían haberle dado un puñetazo en la boca, y le hubiese dolido menos. Había dado por hecho que reverterían el sello. Quizá no hoy, ni mañana, pero tras días de duro estudio y trabajo, romperían el contrasellado. El problema era, precisamente, que no había contrasellado alguno que romper.
Chika no lo había dicho a la ligera. De haber cualquier otro sello dibujado en la espalda de Ayame, lo estudiaría durante días, buscando la forma de romperlo. Pero el sello que ella llevaba no tenía falta de estudiarlo, porque ya lo conocía. Era el resultado de cuando los más grandes genios de las tres Villa se juntaban para hacer algo único. Era el mejor fuuinjutsu conocido que se había creado en la historia, a prueba de bombas. ¿Cómo iba ella a lograr revertirlo?
Desvió la mirada a Zetsuo, sin decir nada. No tenía nada que explicarle, por mucho que le diese pena que su hija estuviese en aquella situación. Probabilidad baja significaba eso, baja. Sus mejores años ya habían pasado y aunque intentaría por todos los medios buscar una solución, dudaba que la fuese a conseguir. Y Tensai… Giró la cabeza hacia el chico con gafas, escondido en un rincón, tratando de pasar desapercibido. Aquel chico era un prodigio, pero todavía le quedaban un par de años para madurar lo suficiente como para dar frutos.
—¿Y esos Uzumaki de Uzushio? En Fūinjutsu... no tienen rival. Sé que el horno no está para bollos, pero si no nos queda más remedio...
Kiroe tenía razón en una cosa: el horno no estaba para bollos.
—¿Quieres que pida ayuda a los que secuestraron a tu hijo y a Ayame? —preguntó con voz crispada, sin dar crédito a lo que oía.
Shanise, en cambio, entornó los ojos. Aquella era una semilla que…
—Basta —hizo un ademán con la mano, como cortando el viento con ella—. No me creo que mi mayor experta en fuuinjutsu vaya a rendirse a los cinco minutos de ver un sello. Quiero a todo el equipo trabajando las veinticuatro horas del día para buscarle una solución. ¡Mientras tanto…! —miró a Shanise—. Llevaos al Gobi a dónde pertenece… —sus ojos centellearon hacia la cara contraída de Ayame. No, del Gobi.
»¡Al calabozo!
… que podía terminar germinando. Pero Shanise sabía que no ahora. No en medio de la tormenta. Con delicadeza, tomó el cuerpo de Ayame, todavía paralizado por el sello maldito, para llevarla hasta su celda.
Chika hizo una reverencia con la cabeza y se alejó a paso lento, apoyándose con su bastón. Tensai, que tenía la cara iluminada como si le hubiese tocado la lotería, se dobló hasta casi rozar el suelo con la frente, manos pegadas a la cintura, y se alejó cojeando —le había dado un tirón por tan súbita reverencia— sin creerse la suerte de haber salido con vida de allí.
Yui se giró hacia el ventanal, donde el cielo seguía negándose a llover.
—Eso es todo.
Chika no lo había dicho a la ligera. De haber cualquier otro sello dibujado en la espalda de Ayame, lo estudiaría durante días, buscando la forma de romperlo. Pero el sello que ella llevaba no tenía falta de estudiarlo, porque ya lo conocía. Era el resultado de cuando los más grandes genios de las tres Villa se juntaban para hacer algo único. Era el mejor fuuinjutsu conocido que se había creado en la historia, a prueba de bombas. ¿Cómo iba ella a lograr revertirlo?
Desvió la mirada a Zetsuo, sin decir nada. No tenía nada que explicarle, por mucho que le diese pena que su hija estuviese en aquella situación. Probabilidad baja significaba eso, baja. Sus mejores años ya habían pasado y aunque intentaría por todos los medios buscar una solución, dudaba que la fuese a conseguir. Y Tensai… Giró la cabeza hacia el chico con gafas, escondido en un rincón, tratando de pasar desapercibido. Aquel chico era un prodigio, pero todavía le quedaban un par de años para madurar lo suficiente como para dar frutos.
—¿Y esos Uzumaki de Uzushio? En Fūinjutsu... no tienen rival. Sé que el horno no está para bollos, pero si no nos queda más remedio...
Kiroe tenía razón en una cosa: el horno no estaba para bollos.
—¿Quieres que pida ayuda a los que secuestraron a tu hijo y a Ayame? —preguntó con voz crispada, sin dar crédito a lo que oía.
Shanise, en cambio, entornó los ojos. Aquella era una semilla que…
—Basta —hizo un ademán con la mano, como cortando el viento con ella—. No me creo que mi mayor experta en fuuinjutsu vaya a rendirse a los cinco minutos de ver un sello. Quiero a todo el equipo trabajando las veinticuatro horas del día para buscarle una solución. ¡Mientras tanto…! —miró a Shanise—. Llevaos al Gobi a dónde pertenece… —sus ojos centellearon hacia la cara contraída de Ayame. No, del Gobi.
»¡Al calabozo!
… que podía terminar germinando. Pero Shanise sabía que no ahora. No en medio de la tormenta. Con delicadeza, tomó el cuerpo de Ayame, todavía paralizado por el sello maldito, para llevarla hasta su celda.
Chika hizo una reverencia con la cabeza y se alejó a paso lento, apoyándose con su bastón. Tensai, que tenía la cara iluminada como si le hubiese tocado la lotería, se dobló hasta casi rozar el suelo con la frente, manos pegadas a la cintura, y se alejó cojeando —le había dado un tirón por tan súbita reverencia— sin creerse la suerte de haber salido con vida de allí.
Yui se giró hacia el ventanal, donde el cielo seguía negándose a llover.
—Eso es todo.