5/01/2019, 21:57
—Kokuō... tienes que tener en cuenta que esto es muy difícil de asimilar para mi. Sé que no te fías del todo de mi, ni de Ayame quizás, y seguro que sabes que yo no me fío de ti tampoco. No porque seas un bijuu, sino... joder, mira esos putos uzureños, están todos locos.
—En eso tiene razón: el sentimiento es mutuo.
—Pero si es lo que te preocupa, no, yo no quiero verte encerrada. Pero tampoco quiero ver encerrada a Ayame. Kokuō... Si te lo pidiese por favor... ¿me dejarías hablar con ella? Quiero... quiero verla.
Kokuō entrecerró los ojos, más recelosa aún si cabía. Durante un instante lamentó no poder leer mentes como hacía Zetsuo. De poder haberlo hecho, podría comprobar si Daruu estaba tramando algo con aquella atrevida petición o no. Se quedó así, pensativa, durante varios largos segundos.
Y entonces...
—Considérelo... un agradecimiento.
Por llamarla por su nombre. Por atreverse a dialogar con ella.
Cerró los ojos y en cuestión de segundos sus cabellos se oscurecieron desde la raíz hasta las puntas. Su cuerpo se desplomó sobre el colchón, como una marioneta a la que hubiesen cortado las cuerdas, y se quedó allí algunos segundos, temblando. Daruu escuchó un fatigado resuello.
—D... Daruu-kun...
En un desesperado intento por reincorporarse, Ayame se cayó de la cama y prácticamente se acercó arrastrándose por el suelo hasta las rejas. Sus iris habían recuperado su cálido color castaño, pero estaban hinchados y enrojecidos de llorar, además de enmarcados por unas profundas ojeras. Su piel estaba más pálida que nunca, hasta el punto que incluso su luna parecía diluirse en su frente.
Si el aspecto de Kokuō era lamentable, el de Ayame... era deplorable.
—En eso tiene razón: el sentimiento es mutuo.
—Pero si es lo que te preocupa, no, yo no quiero verte encerrada. Pero tampoco quiero ver encerrada a Ayame. Kokuō... Si te lo pidiese por favor... ¿me dejarías hablar con ella? Quiero... quiero verla.
Kokuō entrecerró los ojos, más recelosa aún si cabía. Durante un instante lamentó no poder leer mentes como hacía Zetsuo. De poder haberlo hecho, podría comprobar si Daruu estaba tramando algo con aquella atrevida petición o no. Se quedó así, pensativa, durante varios largos segundos.
Y entonces...
—Considérelo... un agradecimiento.
Por llamarla por su nombre. Por atreverse a dialogar con ella.
Cerró los ojos y en cuestión de segundos sus cabellos se oscurecieron desde la raíz hasta las puntas. Su cuerpo se desplomó sobre el colchón, como una marioneta a la que hubiesen cortado las cuerdas, y se quedó allí algunos segundos, temblando. Daruu escuchó un fatigado resuello.
—D... Daruu-kun...
En un desesperado intento por reincorporarse, Ayame se cayó de la cama y prácticamente se acercó arrastrándose por el suelo hasta las rejas. Sus iris habían recuperado su cálido color castaño, pero estaban hinchados y enrojecidos de llorar, además de enmarcados por unas profundas ojeras. Su piel estaba más pálida que nunca, hasta el punto que incluso su luna parecía diluirse en su frente.
Si el aspecto de Kokuō era lamentable, el de Ayame... era deplorable.