6/01/2019, 14:51
—...una... ¿una técnica? A qué... ¿a qué te refie...?
Murmuró Daruu, nervioso. Y no era para menos. Si conocía lo suficientemente bien a Ayame, bien sabría que no podía tratarse de algo que no fuera a definirse como una absoluta locura. Sin embargo, ni él pudo terminar su pregunta, ni Ayame podría responder. Cuatro golpes metálicos resonaron como cuatro truenos en la puerta de entrada, sobresaltándolos.
—¡Mierda! Ayame, lo siento, tengo que irme
—No... —rogó ella, inútilmente. Sus cabellos comenzaban a desteñirse de nuevo. Kokuō tiraba de nuevo de la correa.
—¡No me mires así! Tengo que irme, antes de que sospechen algo y me prohíban venir a verte. ¡No te preocupes! Volveré. En cuanto coja algo de tiempo, vuelvo. Si estás dentro de Kokuō, aunque no te deje salir estaré aquí, ¿vale?
Ayame asintió débilmente, y Daruu se apresuró a dejar la silla en su sitio y salir de los calabozos. Las últimas lágrimas rodaron por sus mejillas justo en el momento en el que sus cabellos terminaban de desteñirse y, con un último parpadeo, el castaño de sus iris se volvió turquesa. Kokuō se limpió las lágrimas de las mejillas y se levantó con cierta torpeza.
«Amedama Daruu es un humano "peculiar".» Meditó, entrecerrando los ojos.
Recordaba a la perfección la primera vez que se habían visto cara a cara, en una de las pérdidas de control de Ayame: Sus ojos teñidos de terror, su miedo. Y de eso había pasado a abalanzarse sobre ella para intentar volver a sellarla. Y después había viajado a la otra punta del mundo buscando a Ayame y se había enfrentado en igualdad de condiciones a ella para recuperar a su amada. La había insultado, la había atacado, ella le había devuelto todos y cada uno de los golpes multiplicados, había amenazado su vida en varias veces... Y ahora se había dignado a bajar a hablar con ella como si se tratara de un igual. Incluso pronunciaba su nombre...
Kokuō volvió a sentarse en la cama y sacudió ligeramente la cabeza. No. Aquello no probaba nada. Si estaba ocurriendo todo aquello era única y exclusivamente porque Daruu deseaba recuperar a Ayame a cualquier costa. De haber estado las cosas como antes, para él aún sería aquel monstruo sanguinario, y prueba de ello era el punzante desprecio del resto de humanos como Yui.
Todos eran muy valientes cuando tenían a su presa sometida y recluida, sin posibilidad de defenderse.
«No se acostumbre a esto.» Advirtió Kokuō, seria. «Hoy se lo he concedido como agradecimiento.»
«¿Qué es la fiebre?»
Murmuró Daruu, nervioso. Y no era para menos. Si conocía lo suficientemente bien a Ayame, bien sabría que no podía tratarse de algo que no fuera a definirse como una absoluta locura. Sin embargo, ni él pudo terminar su pregunta, ni Ayame podría responder. Cuatro golpes metálicos resonaron como cuatro truenos en la puerta de entrada, sobresaltándolos.
—¡Mierda! Ayame, lo siento, tengo que irme
—No... —rogó ella, inútilmente. Sus cabellos comenzaban a desteñirse de nuevo. Kokuō tiraba de nuevo de la correa.
—¡No me mires así! Tengo que irme, antes de que sospechen algo y me prohíban venir a verte. ¡No te preocupes! Volveré. En cuanto coja algo de tiempo, vuelvo. Si estás dentro de Kokuō, aunque no te deje salir estaré aquí, ¿vale?
Ayame asintió débilmente, y Daruu se apresuró a dejar la silla en su sitio y salir de los calabozos. Las últimas lágrimas rodaron por sus mejillas justo en el momento en el que sus cabellos terminaban de desteñirse y, con un último parpadeo, el castaño de sus iris se volvió turquesa. Kokuō se limpió las lágrimas de las mejillas y se levantó con cierta torpeza.
«Amedama Daruu es un humano "peculiar".» Meditó, entrecerrando los ojos.
Recordaba a la perfección la primera vez que se habían visto cara a cara, en una de las pérdidas de control de Ayame: Sus ojos teñidos de terror, su miedo. Y de eso había pasado a abalanzarse sobre ella para intentar volver a sellarla. Y después había viajado a la otra punta del mundo buscando a Ayame y se había enfrentado en igualdad de condiciones a ella para recuperar a su amada. La había insultado, la había atacado, ella le había devuelto todos y cada uno de los golpes multiplicados, había amenazado su vida en varias veces... Y ahora se había dignado a bajar a hablar con ella como si se tratara de un igual. Incluso pronunciaba su nombre...
Kokuō volvió a sentarse en la cama y sacudió ligeramente la cabeza. No. Aquello no probaba nada. Si estaba ocurriendo todo aquello era única y exclusivamente porque Daruu deseaba recuperar a Ayame a cualquier costa. De haber estado las cosas como antes, para él aún sería aquel monstruo sanguinario, y prueba de ello era el punzante desprecio del resto de humanos como Yui.
Todos eran muy valientes cuando tenían a su presa sometida y recluida, sin posibilidad de defenderse.
«No se acostumbre a esto.» Advirtió Kokuō, seria. «Hoy se lo he concedido como agradecimiento.»
«Lo sé... Gracias. Por cierto, lo he sentido, deberías cuidar esa fiebre, Kokuō.»
«¿Qué es la fiebre?»