8/01/2019, 02:15
No era la primera vez que le pedían a Ranko que llamara a alguien por su nombre de pila, y aun así le costaba hacerlo. Le era casi físicamente imposible, pues estaba sumamente acostumbrada a referirse a todos de manera formal. Komachi, de hecho, solía llamar a todos por su apellido también. Los saludos de Etsu y Kazuma tranquilizaron levemente a la kunoichi.
—¡Wojojo! ¡Esa es la actitud! —le había dicho la jōnin al de las rastas, al escuchar su comentario sobre convertirse en el mejor shinobi —. Ahora, ¡andando!
Ranko esperaría a que todos se pusieran en marcha antes de moverse. Le dirigiría una mirada a su madre, quien le regalaría una sonrisa cálida como solo ella podía. La chica intentaría entonces mantenerse a la velocidad de sus compañeros, siempre buscando estar detrás de ellos.
”Inuzuka-san quiere ser el mejor… Se ve tan decidido y enfocado. Yo también quiero ser la mejor. ¡La mejor de todas! Pero… Me falta mucho. Apuesto a que no llego siquiera a sus pantorrillas… Me pregunto si Hanamura-san también tiene una meta similar...” soltó un suspiro derrotista en lo que llegaban.
No habían tardado ni dos minutos en llegar a la dirección, una tienda de fachada sencilla, ventanas amplias pero cubiertas casi en su totalidad de plantas, y un cartel en lo alto de la fachada, de colores verdes y amarillos apagados, con los símbolos que marcaban Taitama no yakusōya, o Herbolario de Taitama. Estaba abierto, con una translúcida cortina de tela separando el interior del exterior. Ranko esperaría a que todos entrasen antes de hacerlo ella.
Dentro, los embriagó un olor extraño, mas agradable. Ranko no sabía exactamente a qué olía, parecía una mezcla armónica de todas las hierbas aromáticas de la cocina familiar, y muchas más. Creyó que si se quedaba mucho tiempo allí, caería dormida, arrullada por el aroma.
El lugar era extrañamente simétrico, con estantes llenos de cajones con sendas etiquetas. Había flores raras en macetitas sobre una que otra mesita, y manojos de hierbas tanto secas como frescas colgaban del techo. Una mujer estaba detrás del mostrador, al fondo, leyendo y escribiendo, o haciendo inventario tal vez. Era bajita, y no parecía tener más de cincuenta años. Alzó la vista, uno ojos somnolientos y una sonrisa suave, al entrar los chicos.
—Adelante, pasen, pasen, bienvenidos a Taitama, ¿en qué puedo ayudarles, pequeños? —Se dio prisa en salir de detrás del mostrador, ayudada de un par de muletas. Su pierna derecha estaba enyesada hasta la rodilla, aunque no se veía tan afligida por el dolor —. Tengo desde especias hasta inciensos y algunas flores de ornato. Apuesto a que buscan algo para mejorar la cena de sus madres esta noche, ¿eh? Uhm… Disculpe —Se dirigió a Kazuma, apuntándole con un movimiento de cabeza —, no se permiten mascotas aquí. ¿Podría hacer esperar a su perrito afuera? La última vez que un animal estuvo aquí… Digamos que son más sensibles que los humanos a las… fragancias.
Aunque Akane estaba tal vez más cerca de Etsu que de Kazuma, la mujer parecía haber relacionado más los colores del pelaje del can con la piel y el cabello del chico. Tal vez pensaba que los perros siempre se parecían a sus dueños.
—¡Wojojo! ¡Esa es la actitud! —le había dicho la jōnin al de las rastas, al escuchar su comentario sobre convertirse en el mejor shinobi —. Ahora, ¡andando!
Ranko esperaría a que todos se pusieran en marcha antes de moverse. Le dirigiría una mirada a su madre, quien le regalaría una sonrisa cálida como solo ella podía. La chica intentaría entonces mantenerse a la velocidad de sus compañeros, siempre buscando estar detrás de ellos.
”Inuzuka-san quiere ser el mejor… Se ve tan decidido y enfocado. Yo también quiero ser la mejor. ¡La mejor de todas! Pero… Me falta mucho. Apuesto a que no llego siquiera a sus pantorrillas… Me pregunto si Hanamura-san también tiene una meta similar...” soltó un suspiro derrotista en lo que llegaban.
No habían tardado ni dos minutos en llegar a la dirección, una tienda de fachada sencilla, ventanas amplias pero cubiertas casi en su totalidad de plantas, y un cartel en lo alto de la fachada, de colores verdes y amarillos apagados, con los símbolos que marcaban Taitama no yakusōya, o Herbolario de Taitama. Estaba abierto, con una translúcida cortina de tela separando el interior del exterior. Ranko esperaría a que todos entrasen antes de hacerlo ella.
Dentro, los embriagó un olor extraño, mas agradable. Ranko no sabía exactamente a qué olía, parecía una mezcla armónica de todas las hierbas aromáticas de la cocina familiar, y muchas más. Creyó que si se quedaba mucho tiempo allí, caería dormida, arrullada por el aroma.
El lugar era extrañamente simétrico, con estantes llenos de cajones con sendas etiquetas. Había flores raras en macetitas sobre una que otra mesita, y manojos de hierbas tanto secas como frescas colgaban del techo. Una mujer estaba detrás del mostrador, al fondo, leyendo y escribiendo, o haciendo inventario tal vez. Era bajita, y no parecía tener más de cincuenta años. Alzó la vista, uno ojos somnolientos y una sonrisa suave, al entrar los chicos.
—Adelante, pasen, pasen, bienvenidos a Taitama, ¿en qué puedo ayudarles, pequeños? —Se dio prisa en salir de detrás del mostrador, ayudada de un par de muletas. Su pierna derecha estaba enyesada hasta la rodilla, aunque no se veía tan afligida por el dolor —. Tengo desde especias hasta inciensos y algunas flores de ornato. Apuesto a que buscan algo para mejorar la cena de sus madres esta noche, ¿eh? Uhm… Disculpe —Se dirigió a Kazuma, apuntándole con un movimiento de cabeza —, no se permiten mascotas aquí. ¿Podría hacer esperar a su perrito afuera? La última vez que un animal estuvo aquí… Digamos que son más sensibles que los humanos a las… fragancias.
Aunque Akane estaba tal vez más cerca de Etsu que de Kazuma, la mujer parecía haber relacionado más los colores del pelaje del can con la piel y el cabello del chico. Tal vez pensaba que los perros siempre se parecían a sus dueños.
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