16/01/2019, 22:30
—Oh, vamos, Kokuō —rio Kiroe, que había cruzado una pierna sobre la otra y se había inclinado hacia ella para observarla mejor—. Es evidente que no estoy viendo a Ayame-chan, ¿así que por qué habría de decirte que he venido a verla?
—Porque es lo que todo el mundo dice —respondió ella, encogiéndose de hombros.
Kiroe jugueteaba con un mechón de pelo, dándole vueltas con su dedo.
—Podríamos dejar el cinismo de un lado por un momento, ¿sí? Sé lo que andas tramando con mi hijo, de todas formas.
El rostro de Kokuō se ensombreció, aunque ya conocía aquella noticia. El mismo Daruu había regresado con un ojo amoratado en una de sus visitas rutinarias.
—Es un cacho de pan, ¿sabes? Mi pobre Daruucín. Siempre he creído que era un cobardica, o un vago, o demasiado cauto. Pero al final resulta que es todo lo contrario —continuó la pastelera—. Su mera existencia es una paradoja. Nunca quiere inmiscuirse en nada que le sea ajeno. Y siempre acaba haciéndolo, movido por una fuerza llamada "no pude evitarlo". Jiji.
Kokuō ladeó la cabeza, y un mechón de cabello resbaló por su hombro.
—¿Adónde quiere llegar? —preguntó, con suma cautela.
Al contrario de lo que había ocurrido con Daruu, Kōri o Zetsuo, no era capaz de prever sus intenciones, y eso la ponía nerviosa. Aquella mujer no se mostraba transparente, un halo de misterio la rodeaba y Kokuō no era capaz de ver más allá de él. Pero una cosa tenía clara: Kiroe había golpeado a su hijo cuando se había enterado de las intenciones que estaba guardando con ella.
La visita no iba a ser agradable.
—Porque es lo que todo el mundo dice —respondió ella, encogiéndose de hombros.
Kiroe jugueteaba con un mechón de pelo, dándole vueltas con su dedo.
—Podríamos dejar el cinismo de un lado por un momento, ¿sí? Sé lo que andas tramando con mi hijo, de todas formas.
El rostro de Kokuō se ensombreció, aunque ya conocía aquella noticia. El mismo Daruu había regresado con un ojo amoratado en una de sus visitas rutinarias.
—Es un cacho de pan, ¿sabes? Mi pobre Daruucín. Siempre he creído que era un cobardica, o un vago, o demasiado cauto. Pero al final resulta que es todo lo contrario —continuó la pastelera—. Su mera existencia es una paradoja. Nunca quiere inmiscuirse en nada que le sea ajeno. Y siempre acaba haciéndolo, movido por una fuerza llamada "no pude evitarlo". Jiji.
Kokuō ladeó la cabeza, y un mechón de cabello resbaló por su hombro.
—¿Adónde quiere llegar? —preguntó, con suma cautela.
Al contrario de lo que había ocurrido con Daruu, Kōri o Zetsuo, no era capaz de prever sus intenciones, y eso la ponía nerviosa. Aquella mujer no se mostraba transparente, un halo de misterio la rodeaba y Kokuō no era capaz de ver más allá de él. Pero una cosa tenía clara: Kiroe había golpeado a su hijo cuando se había enterado de las intenciones que estaba guardando con ella.
La visita no iba a ser agradable.