17/01/2019, 22:38
Un destello rojo, fugaz como un cometa, iluminó la oscuridad del calabozo durante apenas unos instantes. El suficiente tiempo como para acuchillar los sueños de Kokuō y devolverla al cruel mundo real. El Bijū entreabrió los ojos ligeramente cuando escuchó el siseante sonido de algo arrastrándose por el suelo. Y entonces...
Algo le golpeó en el rostro. Un extraño golpe húmedo y viscoso.
En cualquier otra ocasión, Kokuō se habría levantado de golpe, alerta ante una amenaza desconocida. Habría arremetido contra su atacante con la furia de un titán, preparada y dispuesta para aplastarlo entre sus cascos. Pero el Bijū que quedaba dentro de aquella celda no era más que un cascarón vacío de voluntad. Y, como el cascarón que era, se quedó inmóvil sobre el colchón.
—Eso por pegarme en la cabeza, gilipollas —escuchó la voz de Amedama Daruu en la oscuridad—. ¡Espero que estes orgullosa! Ahora me han prohibido venir a verme y he tenido que recurrir a... esto.
—Bah —replicó Kokuō, dándose la vuelta en la cama para darle la espalda.
¡BAM!
Algo le golpeó en el rostro. Un extraño golpe húmedo y viscoso.
En cualquier otra ocasión, Kokuō se habría levantado de golpe, alerta ante una amenaza desconocida. Habría arremetido contra su atacante con la furia de un titán, preparada y dispuesta para aplastarlo entre sus cascos. Pero el Bijū que quedaba dentro de aquella celda no era más que un cascarón vacío de voluntad. Y, como el cascarón que era, se quedó inmóvil sobre el colchón.
—Eso por pegarme en la cabeza, gilipollas —escuchó la voz de Amedama Daruu en la oscuridad—. ¡Espero que estes orgullosa! Ahora me han prohibido venir a verme y he tenido que recurrir a... esto.
—Bah —replicó Kokuō, dándose la vuelta en la cama para darle la espalda.