22/01/2019, 20:25
Como era de esperar, Daruu no apareció al día siguiente por el calabozo. Tal y como había dicho el muchacho, le habían restringido el acceso; de hecho, incluso los guardias parecían mucho más ariscos que de costumbre. Normalmente miraban a Kokuo con o bien desprecio o bien miedo, le dedicaban alguna maldición en voz baja cuando se estaban marchando... pero hoy sólo tenían para ella una mueca de indiferencia silenciosa mucho más dolorosa que cualquier insulto.
La puerta del calabozo se cerró de un sonoro portazo metálico cuando le trajeron algo de agua a eso de las cinco de la tarde. Kokuo dedujo, a lo largo del paso de los días, que aquél era el fin del horario de visitas. A esa hora, normalmente, ya nadie venía a verla hasta el día siguiente.
Claro que, eso estaba a punto de cambiar.
Los tímidos pasitos de algo que definitivamente no era una persona se apresuraron a acercarse a la celda. Tap, tap, tap, tap. El hocico de un gatito blanco como la nieve se asomó discretamente. Tap, tap, tap. El animal se acercó a la silla. Flup, subió a ella y se sentó, atreviéndose a imitar un gesto humano. Y allí se quedó, mirándola.
La puerta del calabozo se cerró de un sonoro portazo metálico cuando le trajeron algo de agua a eso de las cinco de la tarde. Kokuo dedujo, a lo largo del paso de los días, que aquél era el fin del horario de visitas. A esa hora, normalmente, ya nadie venía a verla hasta el día siguiente.
Claro que, eso estaba a punto de cambiar.
Los tímidos pasitos de algo que definitivamente no era una persona se apresuraron a acercarse a la celda. Tap, tap, tap, tap. El hocico de un gatito blanco como la nieve se asomó discretamente. Tap, tap, tap. El animal se acercó a la silla. Flup, subió a ella y se sentó, atreviéndose a imitar un gesto humano. Y allí se quedó, mirándola.