27/01/2019, 00:00
El gato-chiquillo ladeó la cabeza a un lado y a otro. Parecía estar divirtiéndose con todo aquello, pero Kokuō no podía opinar lo mismo al respecto...
—Ummh... veamos... mi nombre es...
Pero la respuesta no llegarían a escucharla. No en aquellos instantes, al menos. El chico había girado de golpe la cabeza hacia la puerta y aquella burlona sonrisa había desaparecido de sus labios, como si hubiera escuchado algo. Entonces se volvió una última vez hacia Kokuō, le guiñó un ojo...
Y desapareció en una nubecilla de humo.
Y entonces la puerta del calabozo se abrió y el Bijū tuvo que cerrar los ojos con un gemido de dolor cuando un fuerte brillo incidió directamente en sus pupilas.
—¡Ya vale de hablar sola! ¡Duérmete! —No pudo verlo, pero la voz de uno de los guardias llegó hasta sus oídos.
—¡Duérmase usted, humano y a ser posible para siempre! ¡¡Y déjeme a mí en paz!! —bramó, llena de furia.
Pero ella no respondió a la llamada de Ayame. Se limitó a encogerse en la cama y abrazarse las rodillas, abatida. En cualquier otra ocasión se habría limitado a dejar correr el comentario del guardia. Después de todo, no era más que un insignificante humano, para ella no era más que un insecto al que podría aplastar en cualquier momento si lo deseara. Pero en aquellos momentos no estaba de humor. Llevaba demasiado tiempo entre aquellas estrechas paredes. Llevaba demasiado tiempo detrás de aquellas rejas. Llevaba demasiado tiempo aprisionada. Llevaba demasiado tiempo recibiendo poco más que insultos y miradas de desprecio. Llevaba demasiado tiempo viviendo el mismo día una y otra vez. Llevaba demasiado tiempo viendo las mismas caras... una y otra vez. Y bien sabía que en el momento en el que la sacaran de allí sería para volver a encerrarla en un lugar aún peor.
Y sería para siempre.
—Ummh... veamos... mi nombre es...
Pero la respuesta no llegarían a escucharla. No en aquellos instantes, al menos. El chico había girado de golpe la cabeza hacia la puerta y aquella burlona sonrisa había desaparecido de sus labios, como si hubiera escuchado algo. Entonces se volvió una última vez hacia Kokuō, le guiñó un ojo...
Y desapareció en una nubecilla de humo.
Y entonces la puerta del calabozo se abrió y el Bijū tuvo que cerrar los ojos con un gemido de dolor cuando un fuerte brillo incidió directamente en sus pupilas.
—¡Ya vale de hablar sola! ¡Duérmete! —No pudo verlo, pero la voz de uno de los guardias llegó hasta sus oídos.
—¡Duérmase usted, humano y a ser posible para siempre! ¡¡Y déjeme a mí en paz!! —bramó, llena de furia.
«Kokuō...»
Pero ella no respondió a la llamada de Ayame. Se limitó a encogerse en la cama y abrazarse las rodillas, abatida. En cualquier otra ocasión se habría limitado a dejar correr el comentario del guardia. Después de todo, no era más que un insignificante humano, para ella no era más que un insecto al que podría aplastar en cualquier momento si lo deseara. Pero en aquellos momentos no estaba de humor. Llevaba demasiado tiempo entre aquellas estrechas paredes. Llevaba demasiado tiempo detrás de aquellas rejas. Llevaba demasiado tiempo aprisionada. Llevaba demasiado tiempo recibiendo poco más que insultos y miradas de desprecio. Llevaba demasiado tiempo viviendo el mismo día una y otra vez. Llevaba demasiado tiempo viendo las mismas caras... una y otra vez. Y bien sabía que en el momento en el que la sacaran de allí sería para volver a encerrarla en un lugar aún peor.
Y sería para siempre.
«No lo olvidaré, Kokuō. Te lo juro que no lo haré.»