27/01/2019, 00:22
Allá arriba de la Torre de la Academia, en Amegakure, dos figuras se apoyaban en la barandilla, del lugar donde mejor se veía su aldea. Aquél día, la aldea se veía mejor, porque no llovía. Aunque muchos lo consideraban un signo de mal agüero, Daruu esperaba que esta vez fuera un signo de que la verdadera Tormenta iba a pasar. La Tormenta que a todos les había tocado vivir.
También a la otra figura, la que vestía todo de blanco. Aotsuki Kori, que junto a él, escudriñaba los rincones de su villa desde lo alto. Daruu se imaginaba que, a pesar de que la villa tuviera muchas cosas que ver, le pasaba como a él, y que sus ojos volaban cada dos por tres, inadvertidamente, a una torre en particular de las muchas que pugnaban por coronar aquellos revueltos cielos. La Torre de la Arashikage. Allí estaba ella. Ayame.
Kokuo.
—¿Crees que la reunión dará sus frutos? —preguntó el alumno.
También a la otra figura, la que vestía todo de blanco. Aotsuki Kori, que junto a él, escudriñaba los rincones de su villa desde lo alto. Daruu se imaginaba que, a pesar de que la villa tuviera muchas cosas que ver, le pasaba como a él, y que sus ojos volaban cada dos por tres, inadvertidamente, a una torre en particular de las muchas que pugnaban por coronar aquellos revueltos cielos. La Torre de la Arashikage. Allí estaba ella. Ayame.
Kokuo.
—¿Crees que la reunión dará sus frutos? —preguntó el alumno.