4/02/2019, 21:04
Qué hermoso era Minori. Era perfecto para escapar de la marabunda diaria que se liaba en cualquier capital o en Uzushiogakure, todo ese trote de comerciantes, ninjas, niños y viejos. Como odiaba a los niños y a los viejos. Los niños se creían que podían ignorar las normas por ser niños y los viejos se creían que todo el que fuese joven les debe devoción y pleitesía. Pues no. La edad no te da honor ni mierdas, el honor te da honor. Shiona-sama era joven y honorable y por eso era respetable, pero un viejo aleatorio que no hace más que quejarse de la juventud, no.
Volviendo a Minori. El campo, el silencio, la tranquilidad, la armonía, la suave brisa, todo te ayudaba a vaguear un poco. Así que ahí estaba yo, tirado en un pequeño trecho de hierba entre dos huertos. No habían plantado porque el suelo era demasiado inclinado, pero era la inclinación perfecta para echarse una siesta. Hasta que la nación del perro pulgoso atacó.
— Woof, woof!
— Joder, Stuffy, estaba repasando mentalmente lo bueno de Minori. ¿Tienes que interrumpirme hasta los pensamientos?
— Grrr, woof.
— Claro que no, la comida es horrible. Son plantas, Stuffy, las plantas debería estar prohibido comérselas, es antihumano, como si fuéramos burros o jirafas. Pero ya sabes que Ushi huele a heces de vaca.
— Woof, woof.
— Sí, ya te he oído. ¿Por qué me va a interesar ver a un amenio? Estaba a punto de conquistar el mundo en mis sueños.
— Woof.
No podía ser. ¿Por qué tenía que tener tan mala suerte siempre? Digo yo que alguien podría compartirla conmigo alguna vez. Tenía que aparecer Aotsuki Ayame, la jinchuriki de Amegakure, justo en mi primera salida tras la paz mundial. Una kunoichi a la que yo, pobre genin desamparado de Uzushiogakure, tendría que proteger llegado el momento. Pero nuestra historia es algo más compleja que esta simple oda a la esclavitud militar entre jinchuriki y genin. Ayame había puesto en mil y un aprietos a Datsue, yo se lo había echado en cara y ella se había enfadado y casi me mata, la última parte solo la recuerda mi perro.
Creo que si escribiese un diario me haría millonario.
Me levanté y seguí a Stuffy mientras me serenaba un poco. Lo mejor sería presentar mis respetos y hacer como que no sabía nada.
— Stuffy, vamos a ver como reacciona antes de desvelar que sabemos que casi nos frie a bijuuazos.
Él solo asintió y tras un rato andando nos cruzamos con ella. Andaba sin un rumbo claro, cotilleando a los pobres agricultores. Me acerqué hasta que levantase la mirada y me viera, entonces levantaría la mano saludando, lo cual quedaría la hostia de raro, pero de alguna forma tenía que señalar que no iba a degollarla.
— Hey.
Esperaría a ver como reaccionaba antes de darle más cancha a la conversación, tenía experiencia en reacciones desproporcionadas y no me apetecía borrar Minori del mapa. Aunque de ahí salían buena parte de las hortalizas del mundo... Pero no, mejor no.
Volviendo a Minori. El campo, el silencio, la tranquilidad, la armonía, la suave brisa, todo te ayudaba a vaguear un poco. Así que ahí estaba yo, tirado en un pequeño trecho de hierba entre dos huertos. No habían plantado porque el suelo era demasiado inclinado, pero era la inclinación perfecta para echarse una siesta. Hasta que la nación del perro pulgoso atacó.
— Woof, woof!
— Joder, Stuffy, estaba repasando mentalmente lo bueno de Minori. ¿Tienes que interrumpirme hasta los pensamientos?
— Grrr, woof.
— Claro que no, la comida es horrible. Son plantas, Stuffy, las plantas debería estar prohibido comérselas, es antihumano, como si fuéramos burros o jirafas. Pero ya sabes que Ushi huele a heces de vaca.
— Woof, woof.
— Sí, ya te he oído. ¿Por qué me va a interesar ver a un amenio? Estaba a punto de conquistar el mundo en mis sueños.
— Woof.
No podía ser. ¿Por qué tenía que tener tan mala suerte siempre? Digo yo que alguien podría compartirla conmigo alguna vez. Tenía que aparecer Aotsuki Ayame, la jinchuriki de Amegakure, justo en mi primera salida tras la paz mundial. Una kunoichi a la que yo, pobre genin desamparado de Uzushiogakure, tendría que proteger llegado el momento. Pero nuestra historia es algo más compleja que esta simple oda a la esclavitud militar entre jinchuriki y genin. Ayame había puesto en mil y un aprietos a Datsue, yo se lo había echado en cara y ella se había enfadado y casi me mata, la última parte solo la recuerda mi perro.
Creo que si escribiese un diario me haría millonario.
Me levanté y seguí a Stuffy mientras me serenaba un poco. Lo mejor sería presentar mis respetos y hacer como que no sabía nada.
— Stuffy, vamos a ver como reacciona antes de desvelar que sabemos que casi nos frie a bijuuazos.
Él solo asintió y tras un rato andando nos cruzamos con ella. Andaba sin un rumbo claro, cotilleando a los pobres agricultores. Me acerqué hasta que levantase la mirada y me viera, entonces levantaría la mano saludando, lo cual quedaría la hostia de raro, pero de alguna forma tenía que señalar que no iba a degollarla.
— Hey.
Esperaría a ver como reaccionaba antes de darle más cancha a la conversación, tenía experiencia en reacciones desproporcionadas y no me apetecía borrar Minori del mapa. Aunque de ahí salían buena parte de las hortalizas del mundo... Pero no, mejor no.
—Nabi—