6/02/2019, 18:57
Ayame había fijado sus ojos en el muchacho, estudiando su lenguaje corporal a la espera de cualquier tipo de señal no amistosa que pudiera dar lugar a un enfrentamiento no deseado. Sin embargo, se sorprendió al descubrir en él todo lo contrario: se había llevado una mano a la nuca con gesto confundido, como si no supiera muy bien cómo actuar en aquellos instantes.
Esa, desde luego, era una imagen muy diferente a la primera que había tenido de él, meses atrás en el Jardín de los Cerezos de Uzushiogakure.
—Bueno... pues Stuffy, mi perro ninja, ha reconocido tu olor y hemos decidido pasar a saludar —habló al fin, y Ayame se tensó momentáneamente.
«¿Que ha reconocido mi olor? ¿Eso quiere decir que recuerda lo de...?»
—Con todo lo de la paz y que os quieren matar a todos los guardianes, creí que sería oportuno —continuó él, sin embargo—. Creo que no nos hemos presentado, Inuzuka Nabi.
Le había tendido una mano, y ella se quedó mirándola unos instantes. ¿Había algún tipo de trampa en todo aquello? ¿Algún botón de esos que dan calambres? ¿Alguna sorpresa desagradable y olorosa? No. No había nada. Y la actitud de Nabi era, precisamente, como si nada hubiera pasado. Como si su primer encuentro en Uzushiogakure no hubiese sido más que un mal sueño. Incluso su perro se acercaba ahora de forma amistosa, con la lengua fuera y la cola oscilante.
«Pasar de página y empezar de cero...» Se dijo, sintiéndose terriblemente extraña y estúpida ante aquella situación.
Terminó por estrecharle la mano, no sin cierta vacilación. Y con el mismo resquemor utilizó su mano libre para acariciar con la misma delicadeza la cabeza de Stuffy que si estuviera tratando con un objeto de cristal... punzante y peligroso.
—A... Aotsuki Ayame. —Se presentó, aunque era obvio que, aunque no la recordara, él la conocería aunque fuera simplemente por su combate contra Uchiha Datsue en el examen de Chūnin y su posterior pérdida de control—. Veo que ya ha corrido la voz sobre el tema de los Jinchūriki y todo eso —añadió. Se negaba a utilizar el adjetivo de guardián, aquella era una palabra con la que no se identificaba. Ya no—. Aunque no es cierto que nos quieran matar, simplemente... revertir nuestros sellos para liberar a los Bijū —corrigió, con un amargo estremecimiento ante el mero recuerdo de aquellos últimos meses.
Esa, desde luego, era una imagen muy diferente a la primera que había tenido de él, meses atrás en el Jardín de los Cerezos de Uzushiogakure.
—Bueno... pues Stuffy, mi perro ninja, ha reconocido tu olor y hemos decidido pasar a saludar —habló al fin, y Ayame se tensó momentáneamente.
«¿Que ha reconocido mi olor? ¿Eso quiere decir que recuerda lo de...?»
—Con todo lo de la paz y que os quieren matar a todos los guardianes, creí que sería oportuno —continuó él, sin embargo—. Creo que no nos hemos presentado, Inuzuka Nabi.
Le había tendido una mano, y ella se quedó mirándola unos instantes. ¿Había algún tipo de trampa en todo aquello? ¿Algún botón de esos que dan calambres? ¿Alguna sorpresa desagradable y olorosa? No. No había nada. Y la actitud de Nabi era, precisamente, como si nada hubiera pasado. Como si su primer encuentro en Uzushiogakure no hubiese sido más que un mal sueño. Incluso su perro se acercaba ahora de forma amistosa, con la lengua fuera y la cola oscilante.
«Pasar de página y empezar de cero...» Se dijo, sintiéndose terriblemente extraña y estúpida ante aquella situación.
Terminó por estrecharle la mano, no sin cierta vacilación. Y con el mismo resquemor utilizó su mano libre para acariciar con la misma delicadeza la cabeza de Stuffy que si estuviera tratando con un objeto de cristal... punzante y peligroso.
—A... Aotsuki Ayame. —Se presentó, aunque era obvio que, aunque no la recordara, él la conocería aunque fuera simplemente por su combate contra Uchiha Datsue en el examen de Chūnin y su posterior pérdida de control—. Veo que ya ha corrido la voz sobre el tema de los Jinchūriki y todo eso —añadió. Se negaba a utilizar el adjetivo de guardián, aquella era una palabra con la que no se identificaba. Ya no—. Aunque no es cierto que nos quieran matar, simplemente... revertir nuestros sellos para liberar a los Bijū —corrigió, con un amargo estremecimiento ante el mero recuerdo de aquellos últimos meses.