6/02/2019, 20:24
Kiroe y Ayame salieron del ascensor y, tras abandonar el portal, ingresaron en la Pastelería de Kiroe-chan.
«¿No hay ningún problema con que abandone su puesto de trabajo?» Quiso preguntar, pero la prisa que llevaba la pastelera la arrastraba como un remolino.
A aquellas horas el local estaba tan concurrido que ambas tuvieron que sortear varias mesas con clientes, pero al final alcanzarlo la puerta en el otro extremo y subieron las escaleras que las llevarían a la casa de los Amedama. Ayame nunca había estado allí, por lo que no pudo evitar aplacar los nervios que sentía mirando a su alrededor con creciente curiosidad. Kiroe la condujo hacia la que debía ser la habitación de Daruu y la muchacha se quedó plantada en el umbral, con el corazón en un puño, mientras la mujer se adentraba, tan silenciosa como una sombra.
Hasta que un sonoro pisotón alertó de su presencia al muchacho.
—¡JODER! —exclamó, sobresaltado por el susto—. ¡Mamá! ¡Te he dicho que avises cuando entras!
—¡Daruu! ¡Rápido! ¡Kokuō ha conseguido escapar de la cárcel y ha salido de la aldea!
—¿¡Qué!? —bramó el muchacho, y Ayame escuchó también unos pasos acelerados, acercándose—. ¡Rápido, llama a Zetsuo y a Kori y... y...!
Y su voz se quebró cuando al fin quedaron cara a cara. Ayame, con las manos entrelazadas a la altura del pecho sujetando su propio corazón desbocado, Daruu rompiendo a llorar súbitamente.
—Jiji... ¡sorpresa! —rio Kiroe, por detrás de ambos.
—A... A-a... A-a-aaa-aa... ya... me —balbuceaba Daruu, como si fuera incapaz de discernir si la muchacha que se encontraba frente a él no era más que una cruel ilusión, imagen de sus deseos, o de verdad era real—. ¿A... Ayame?
Era como si le hubiesen cerrado la garganta con unas tenazas. Ayame, incapaz de responder, se abalanzó sobre los brazos de Daruu sollozando a viva voz. Todas sus preocupaciones con respecto a Daruu se habían desvanecido como volutas de humo en el aire al verle. En aquel momento lo único que deseaba era abrazarle, que él la estrechara entre sus cálidos brazos, hundir el rostro en su pecho y sentir su olor...
«¿No hay ningún problema con que abandone su puesto de trabajo?» Quiso preguntar, pero la prisa que llevaba la pastelera la arrastraba como un remolino.
A aquellas horas el local estaba tan concurrido que ambas tuvieron que sortear varias mesas con clientes, pero al final alcanzarlo la puerta en el otro extremo y subieron las escaleras que las llevarían a la casa de los Amedama. Ayame nunca había estado allí, por lo que no pudo evitar aplacar los nervios que sentía mirando a su alrededor con creciente curiosidad. Kiroe la condujo hacia la que debía ser la habitación de Daruu y la muchacha se quedó plantada en el umbral, con el corazón en un puño, mientras la mujer se adentraba, tan silenciosa como una sombra.
Hasta que un sonoro pisotón alertó de su presencia al muchacho.
—¡JODER! —exclamó, sobresaltado por el susto—. ¡Mamá! ¡Te he dicho que avises cuando entras!
—¡Daruu! ¡Rápido! ¡Kokuō ha conseguido escapar de la cárcel y ha salido de la aldea!
—¿¡Qué!? —bramó el muchacho, y Ayame escuchó también unos pasos acelerados, acercándose—. ¡Rápido, llama a Zetsuo y a Kori y... y...!
Y su voz se quebró cuando al fin quedaron cara a cara. Ayame, con las manos entrelazadas a la altura del pecho sujetando su propio corazón desbocado, Daruu rompiendo a llorar súbitamente.
—Jiji... ¡sorpresa! —rio Kiroe, por detrás de ambos.
—A... A-a... A-a-aaa-aa... ya... me —balbuceaba Daruu, como si fuera incapaz de discernir si la muchacha que se encontraba frente a él no era más que una cruel ilusión, imagen de sus deseos, o de verdad era real—. ¿A... Ayame?
Era como si le hubiesen cerrado la garganta con unas tenazas. Ayame, incapaz de responder, se abalanzó sobre los brazos de Daruu sollozando a viva voz. Todas sus preocupaciones con respecto a Daruu se habían desvanecido como volutas de humo en el aire al verle. En aquel momento lo único que deseaba era abrazarle, que él la estrechara entre sus cálidos brazos, hundir el rostro en su pecho y sentir su olor...