7/02/2019, 23:15
(Última modificación: 7/02/2019, 23:15 por Aotsuki Ayame.)
Daruu se quedó lívido, rígido como una tabla de madera.
—¿Que has hecho qué...? —murmuró, incrédulo. Y Ayame dejó de sonreír de forma instantánea, creyendo que la regañaría por haber hecho una locura así—. ¿Así, sin más? ¿Tan fácil? ¿Eso se puede hacer?
—Bueno... "Fácil" no es la palabra que yo usaría... —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Ya me conoces: no tengo ni idea de cómo funcionan esas técnicas de sellado. Pero si de algo tuve tiempo mientras estuve encerrada, fue de estudiar esa jaula y encontré su punto débil. Por supuesto, se necesita abrir desde fuera, así que yo no podía hacer nada por liberarme a mí misma...
—Entonces... si ella no ha aprovechado para tomar tu cuerpo de nuevo... —continuó Daruu—. ¡Eso significa que ella también cumplió su parte! Eso es... ¿Estás ahí, Kokuō? Mu... muchas gracias. De verdad. Ahora sé que puedo confiar en ti. Haré lo que pueda junto a Ayame para ayudarte. Te lo prometo.
Ayame cerró los ojos cuando Daruu se levantó y se abalanzó sobre ella para abrazarla. Extrañamente, no correspondió a su abrazo.
—¡Ay! Ha sido tanto tiempo sin ti... Pero será mejor que vuelvas con tu familia por ahora —siguió parloteando el muchacho—. ¿Entonces no habías visto mi Chishio Kuchiyose antes? —Daruu había señalado a la pared que se encontraba tras de sí, donde había un kanji dibujado que representaba la palabra "caramelo". Pero, por supuesto, Ayame seguía sin verlo—. Es como... un pacto de invocación conmigo mismo, y luego... una invocación a la inversa. Puedo invocarme allá donde haya algo de mi sangre. Si dibujo esas marcas, pueden durar mucho tiempo.
Fue entonces cuando Ayame abrió los párpados. O, mejor dicho, Kokuō, puesto que era el color aguamarina el que volvía a inundar sus iris, aunque el resto de su aspecto siguiera siendo el de Ayame.
—Ya veremos con qué me sorprenden ahora —habló, esgrimiendo una afilada sonrisa, deleitándose en la posible reacción del muchacho que, sin saberlo, acababa de abrazar a un Bijū.
Kokuō volvió a cerrar los ojos y se llevó una mano a la frente con gesto confundido.
—¡Eso no ha tenido gracia, Kokuō! —la voz de Ayame volvía a salir de sus labios.
Pero Ayame sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia Daruu.
—Entonces... ¿un pacto de invocación contigo mismo? ¡Es increíble! Creo que te había visto utilizarlo en combate, pero no tenía ni idea de cómo funcionaba. Y hablando de pactos, ¡¿cómo no me dijiste que habías firmado un pacto con la familia de los gatos?!
Estaba claro que a la muchacha se le habían olvidado las prisas que llevaba.
—¿Que has hecho qué...? —murmuró, incrédulo. Y Ayame dejó de sonreír de forma instantánea, creyendo que la regañaría por haber hecho una locura así—. ¿Así, sin más? ¿Tan fácil? ¿Eso se puede hacer?
—Bueno... "Fácil" no es la palabra que yo usaría... —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Ya me conoces: no tengo ni idea de cómo funcionan esas técnicas de sellado. Pero si de algo tuve tiempo mientras estuve encerrada, fue de estudiar esa jaula y encontré su punto débil. Por supuesto, se necesita abrir desde fuera, así que yo no podía hacer nada por liberarme a mí misma...
—Entonces... si ella no ha aprovechado para tomar tu cuerpo de nuevo... —continuó Daruu—. ¡Eso significa que ella también cumplió su parte! Eso es... ¿Estás ahí, Kokuō? Mu... muchas gracias. De verdad. Ahora sé que puedo confiar en ti. Haré lo que pueda junto a Ayame para ayudarte. Te lo prometo.
Ayame cerró los ojos cuando Daruu se levantó y se abalanzó sobre ella para abrazarla. Extrañamente, no correspondió a su abrazo.
—¡Ay! Ha sido tanto tiempo sin ti... Pero será mejor que vuelvas con tu familia por ahora —siguió parloteando el muchacho—. ¿Entonces no habías visto mi Chishio Kuchiyose antes? —Daruu había señalado a la pared que se encontraba tras de sí, donde había un kanji dibujado que representaba la palabra "caramelo". Pero, por supuesto, Ayame seguía sin verlo—. Es como... un pacto de invocación conmigo mismo, y luego... una invocación a la inversa. Puedo invocarme allá donde haya algo de mi sangre. Si dibujo esas marcas, pueden durar mucho tiempo.
Fue entonces cuando Ayame abrió los párpados. O, mejor dicho, Kokuō, puesto que era el color aguamarina el que volvía a inundar sus iris, aunque el resto de su aspecto siguiera siendo el de Ayame.
—Ya veremos con qué me sorprenden ahora —habló, esgrimiendo una afilada sonrisa, deleitándose en la posible reacción del muchacho que, sin saberlo, acababa de abrazar a un Bijū.
Kokuō volvió a cerrar los ojos y se llevó una mano a la frente con gesto confundido.
—¡Eso no ha tenido gracia, Kokuō! —la voz de Ayame volvía a salir de sus labios.
«¿Qué? Daruu se había dirigido a mí. Habría sido descortés no responderle.»
Pero Ayame sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia Daruu.
—Entonces... ¿un pacto de invocación contigo mismo? ¡Es increíble! Creo que te había visto utilizarlo en combate, pero no tenía ni idea de cómo funcionaba. Y hablando de pactos, ¡¿cómo no me dijiste que habías firmado un pacto con la familia de los gatos?!
Estaba claro que a la muchacha se le habían olvidado las prisas que llevaba.