8/02/2019, 17:30
—¡Yuki! —exclamó Daruu, dando un bote.
La voz de Kokuō volvió a resonar dentro de la cabeza de Ayame:
—Maldito gato asqueroso. ¡Así que ahí es donde se fue el otro día! Cuando lo pille... —Continuaba maldiciendo Daruu, quien suspiró, dejando caer la cabeza—. Bueno, pues sí, ocurrió una cosa muy extraña que acabó conmigo firmando este pacto. Quizás te lo cuente algún día, con tiempo. Ahora mismo... —Los ojos de Ayame se fijaron con curiosidad en las manos de Daruu mientras las entrelazaba en varios sellos.
Y, tal y como había ocurrido hacía unos pocos minutos, tras un nuevo destello rojizo volvieron a aparecer en su habitación en Amegakure. Kiroe, que había estado esperando sentada sobre la cama del muchacho, dio un pequeño bote:
—¡Ay! Ay... ¡Hola! Estaba esperándoos. Ya me estaba poniendo nerviosa. ¡Daruu, al menos podrías avisar!
—Claro. "Mamá, que nos estás cotilleando demasiado, me voy a Yachi". No te jode —respondió Daruu, al tiempo que se mordía el dedo pulgar y dibujaba con su propia sangre el kanji de "caramelo" en la puerta del armario.
«¡Así que lo hace con sangre!» Reparó Ayame, con los ojos abiertos como platos. Parecía que lo del pacto de invocación consigo mismo era más literal de lo que podía parecer en un principio.
—Por cierto, lo primero que voy a hacer es ponerme una Barricada Mental a todo lo que hemos hablado —le susurró Daruu a Ayame, acercándose a ella—, aunque sospecho que si tengo que hacerlo cada vez que pase algo así voy a acabar levantando el fuerte de un Señor Feudal dentro de mi cabeza.
—Sé muy bien cómo te sientes... —respondió ella, con una risilla.
—¡Eh! ¡Secretitos en reunión, falta de educa...! —protestó Kiroe, y Ayame se sonrojó ligeramente.
—Más bien, ninja precavido. Y ahora, si no te importa, voy a acompañar a Ayame a su casa —replicó Daruu, sacudiendo la cabeza y echando a andar hacia la puerta de salida.
Kiroe se volvió hacia Ayame:
—¿Qué mala leche tiene, eh? —se rio.
Y Ayame respondió con otra carcajada.
—Tan cascarrabias como un gato —le guiñó un ojo—. ¡Hasta luego, Kiroe-san!
Ayame se puso a la par de Daruu y juntos abandonaron la vivienda del muchacho. Ambos tendrían que atravesar de nuevo la pastelería y salir para poder entrar por el portal que habría de conducirlos hasta la casa de la muchacha.
La voz de Kokuō volvió a resonar dentro de la cabeza de Ayame:
«Así que ese era su nombre...»
—Maldito gato asqueroso. ¡Así que ahí es donde se fue el otro día! Cuando lo pille... —Continuaba maldiciendo Daruu, quien suspiró, dejando caer la cabeza—. Bueno, pues sí, ocurrió una cosa muy extraña que acabó conmigo firmando este pacto. Quizás te lo cuente algún día, con tiempo. Ahora mismo... —Los ojos de Ayame se fijaron con curiosidad en las manos de Daruu mientras las entrelazaba en varios sellos.
Y, tal y como había ocurrido hacía unos pocos minutos, tras un nuevo destello rojizo volvieron a aparecer en su habitación en Amegakure. Kiroe, que había estado esperando sentada sobre la cama del muchacho, dio un pequeño bote:
—¡Ay! Ay... ¡Hola! Estaba esperándoos. Ya me estaba poniendo nerviosa. ¡Daruu, al menos podrías avisar!
—Claro. "Mamá, que nos estás cotilleando demasiado, me voy a Yachi". No te jode —respondió Daruu, al tiempo que se mordía el dedo pulgar y dibujaba con su propia sangre el kanji de "caramelo" en la puerta del armario.
«¡Así que lo hace con sangre!» Reparó Ayame, con los ojos abiertos como platos. Parecía que lo del pacto de invocación consigo mismo era más literal de lo que podía parecer en un principio.
—Por cierto, lo primero que voy a hacer es ponerme una Barricada Mental a todo lo que hemos hablado —le susurró Daruu a Ayame, acercándose a ella—, aunque sospecho que si tengo que hacerlo cada vez que pase algo así voy a acabar levantando el fuerte de un Señor Feudal dentro de mi cabeza.
—Sé muy bien cómo te sientes... —respondió ella, con una risilla.
—¡Eh! ¡Secretitos en reunión, falta de educa...! —protestó Kiroe, y Ayame se sonrojó ligeramente.
—Más bien, ninja precavido. Y ahora, si no te importa, voy a acompañar a Ayame a su casa —replicó Daruu, sacudiendo la cabeza y echando a andar hacia la puerta de salida.
Kiroe se volvió hacia Ayame:
—¿Qué mala leche tiene, eh? —se rio.
Y Ayame respondió con otra carcajada.
—Tan cascarrabias como un gato —le guiñó un ojo—. ¡Hasta luego, Kiroe-san!
Ayame se puso a la par de Daruu y juntos abandonaron la vivienda del muchacho. Ambos tendrían que atravesar de nuevo la pastelería y salir para poder entrar por el portal que habría de conducirlos hasta la casa de la muchacha.