22/02/2019, 16:44
Kazuma logró esquivar a la bestia, la cual siguió de largo unos metros y luego giró para intentar embestirlo de nuevo. Le preguntó a Ranko si había terminado. La chica se había erguido para lanzarse al auxilio del peliblanco, pero pronto entendió lo que el ninja quería que hiciera.
—¡S-sólo falta una!
Tan rápidamente como pudo, se agachó otra vez y se dispuso a extraer la tercera rafure, para luego introducirla a la bolsa. Tardaría un minuto que se haría eterno, pues aquella planta tenía que sacarse de raíz. Mientras tanto, el jabalí arremetería en contra de Kazuma, intentando darle un cabezazo o una estocada con sus colmillos. Parecía ignorar a Ranko, pues el chico estaba más cerca el jabato —el cual seguía dando vueltas en el suelo, como en un trance risueño —y lo consideraba una amenaza más inminente. Si el ninja se apartaba como la primera vez, el jabalí guarrearía e intentaría atacar de nuevo.
—¡Listo, Kazuma-san! —gritaría la chica, alzando la bolsa con los tres especímenes de la planta. Esperaría a que el chico estuviese en una posición segura, o que se alejase del animal. Alzaría por mientras la vista al sol, intentando ubicar el este.
”Las otras plantas crecen cerca de la costa… ¡No hay tiempo que perder! ¡En marcha!”
Los Inuzuka, por su parte, se enfrentaban también a una bestia. Bueno, enfrentarse no, sino que huían. Bueno, una bestia no, cuatro, que pronto se transformaron en cinco, seis y siete, conforme los refuerzos llegaban. Parecía que lo difícil no era encontrar aquella planta. Lo difícil era encontrar una que tuviese una flor entera. Eso y evadir a los changos que se alimentaban de ellas.
A pesar de recibir varios manotazos y mordiscos, Etsu decidió que lo mejor era ponerse a la par de ellos y ganarles en animalidad. El rugido que soltó asustó un poco a los monos, quienes chillaron con temor y se quedaron momentáneamente entre las ramas, pausando la persecución. Aunado a ello, la velocidad del de las rastas aumentaría levemente, lo que le daría la oportunidad adecuada para mantener los monos a distancia. Siguió por los árboles por varios minutos.
Dos cosas llegaron a sus sentidos casi al mismo tiempo: una fue la suave esencia de la taidonka, discreta como siempre, virando hacia el este. La otra cosa que percibieron fue el chillido de los monos, el cual se acercaba, lenta pero constantemente. Aunque en una carrera no lograrían alcanzar al shinobi, podrían cerrarle el paso si se detenía demasiado.
Si giraba hacia el este, sentiría el aroma a varios metros más arriba, en uno de esos árboles que parecen estar en un plano diferente al mundo gracias a la altura y la densidad de las copas. Estaría allí, justo debajo del sombrero de un hongo gigante, la flor lila, tan solitaria y abierta como la primera que había encontrado.
Sin embargo, casi a la misma altura a la que iba Etsu, se podía ver un par de monos más. No se notaban con prisa, como si no hubiesen escuchado el llamado de ayuda de su hermano primate, y se balanceaban y saltaban rumbo a la taidonka como quien va en un paseo a comprar un helado. El Inuzuka tenía que ser rápido si no quería que los animales se la zamparan.
—¡S-sólo falta una!
Tan rápidamente como pudo, se agachó otra vez y se dispuso a extraer la tercera rafure, para luego introducirla a la bolsa. Tardaría un minuto que se haría eterno, pues aquella planta tenía que sacarse de raíz. Mientras tanto, el jabalí arremetería en contra de Kazuma, intentando darle un cabezazo o una estocada con sus colmillos. Parecía ignorar a Ranko, pues el chico estaba más cerca el jabato —el cual seguía dando vueltas en el suelo, como en un trance risueño —y lo consideraba una amenaza más inminente. Si el ninja se apartaba como la primera vez, el jabalí guarrearía e intentaría atacar de nuevo.
—¡Listo, Kazuma-san! —gritaría la chica, alzando la bolsa con los tres especímenes de la planta. Esperaría a que el chico estuviese en una posición segura, o que se alejase del animal. Alzaría por mientras la vista al sol, intentando ubicar el este.
”Las otras plantas crecen cerca de la costa… ¡No hay tiempo que perder! ¡En marcha!”
Los Inuzuka, por su parte, se enfrentaban también a una bestia. Bueno, enfrentarse no, sino que huían. Bueno, una bestia no, cuatro, que pronto se transformaron en cinco, seis y siete, conforme los refuerzos llegaban. Parecía que lo difícil no era encontrar aquella planta. Lo difícil era encontrar una que tuviese una flor entera. Eso y evadir a los changos que se alimentaban de ellas.
A pesar de recibir varios manotazos y mordiscos, Etsu decidió que lo mejor era ponerse a la par de ellos y ganarles en animalidad. El rugido que soltó asustó un poco a los monos, quienes chillaron con temor y se quedaron momentáneamente entre las ramas, pausando la persecución. Aunado a ello, la velocidad del de las rastas aumentaría levemente, lo que le daría la oportunidad adecuada para mantener los monos a distancia. Siguió por los árboles por varios minutos.
Dos cosas llegaron a sus sentidos casi al mismo tiempo: una fue la suave esencia de la taidonka, discreta como siempre, virando hacia el este. La otra cosa que percibieron fue el chillido de los monos, el cual se acercaba, lenta pero constantemente. Aunque en una carrera no lograrían alcanzar al shinobi, podrían cerrarle el paso si se detenía demasiado.
Si giraba hacia el este, sentiría el aroma a varios metros más arriba, en uno de esos árboles que parecen estar en un plano diferente al mundo gracias a la altura y la densidad de las copas. Estaría allí, justo debajo del sombrero de un hongo gigante, la flor lila, tan solitaria y abierta como la primera que había encontrado.
Sin embargo, casi a la misma altura a la que iba Etsu, se podía ver un par de monos más. No se notaban con prisa, como si no hubiesen escuchado el llamado de ayuda de su hermano primate, y se balanceaban y saltaban rumbo a la taidonka como quien va en un paseo a comprar un helado. El Inuzuka tenía que ser rápido si no quería que los animales se la zamparan.
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