19/10/2015, 00:09
Pero Daruu no parecía estar dispuesto a tener más paciencia con ella en aquella situación. A Ayame se le escapó una ahogada exclamación cuando la agarró repentinamente del brazo derecho y entrelazó sus dedos índice y corazón con los suyos en el sello de la reconciliación.
Ante las palabras del que había su oponente, Ayame torció el gesto en un ligero mohín. En realidad ella misma estaba dolorida de los múltiples golpes que había recibido. En realidad sabía que tenía razón. Era consciente de que lo más sensato, en un amistoso combate de entrenamiento entre dos compañeros de clase, era parar antes de que alguno de los dos cayera inconsciente al suelo. Pero había algo dentro de ella que se resistía a aceptar aquella realidad. Quizás fuera la estricta educación a la que se había visto sometida desde que prácticamente tenía consciencia de la realidad. O quizás fuera su propio orgullo el que se revelaba...
—Está bien... —terminó por conceder, con un pesado suspiro.
Pero las palabras mágicas cayeron sobre ella con la dulzura de la lluvia, y Ayame levantó la cabeza con una súbita emoción naciente en ella.
—¡¿Chocolate?! —exclamó, tan efusiva como si no se hubiesen estado pegando hasta hacía apenas unos segundos. El brillo había vuelto a sus ojos, y cuando Ayame se levantó lo hizo con la ligereza de una gacela—. ¡Sí! ¡Me encantaría! Creo que hace mucho que no visito vuestra pastelería, la verdad...
Apartó la mirada, ligeramente azorada. Pero entonces reparó en algo que se había olvidado hasta el momento. Con una nueva exclamación, salió corriendo hacia la barandilla de la terraza. Allí tomó con delicadeza el lirio y el paraguas, ahora prácticamente inútil, y después volvió hasta la posición de Daruu tan rápido como había desaparecido.
—Pero... —comenzó a decir, con cierto apuro. Se señaló a sí misma, en un gesto de lo más evidente—. Estamos empapados de arriba a abajo... Si aparecemos así en tu pastelería... O si mi padre me ve así...
Un terrible escalofrío sacudió su cuerpo. No quería ni siquiera imaginarlo.
Ante las palabras del que había su oponente, Ayame torció el gesto en un ligero mohín. En realidad ella misma estaba dolorida de los múltiples golpes que había recibido. En realidad sabía que tenía razón. Era consciente de que lo más sensato, en un amistoso combate de entrenamiento entre dos compañeros de clase, era parar antes de que alguno de los dos cayera inconsciente al suelo. Pero había algo dentro de ella que se resistía a aceptar aquella realidad. Quizás fuera la estricta educación a la que se había visto sometida desde que prácticamente tenía consciencia de la realidad. O quizás fuera su propio orgullo el que se revelaba...
—Está bien... —terminó por conceder, con un pesado suspiro.
Pero las palabras mágicas cayeron sobre ella con la dulzura de la lluvia, y Ayame levantó la cabeza con una súbita emoción naciente en ella.
—¡¿Chocolate?! —exclamó, tan efusiva como si no se hubiesen estado pegando hasta hacía apenas unos segundos. El brillo había vuelto a sus ojos, y cuando Ayame se levantó lo hizo con la ligereza de una gacela—. ¡Sí! ¡Me encantaría! Creo que hace mucho que no visito vuestra pastelería, la verdad...
Apartó la mirada, ligeramente azorada. Pero entonces reparó en algo que se había olvidado hasta el momento. Con una nueva exclamación, salió corriendo hacia la barandilla de la terraza. Allí tomó con delicadeza el lirio y el paraguas, ahora prácticamente inútil, y después volvió hasta la posición de Daruu tan rápido como había desaparecido.
—Pero... —comenzó a decir, con cierto apuro. Se señaló a sí misma, en un gesto de lo más evidente—. Estamos empapados de arriba a abajo... Si aparecemos así en tu pastelería... O si mi padre me ve así...
Un terrible escalofrío sacudió su cuerpo. No quería ni siquiera imaginarlo.