5/03/2019, 06:19
Después de que su compañero le dijera que podía mirar, Ranko esperó unos segundos para alzar la mirada, muy tímidamente.
—Ka… Kazuma-san… ¿l-le hirió e-el jabalí? ¿Se encuentra bien, Kaz… Kazuma-s-san? —No se le quitaba el color del rostro, pues verle la retaguardia a alguien era algo que no sucedía todos los días. Bajo ninguna circunstancia, añadiría ella.
Después de andar varios minutos, los árboles comenzarían a ceder, abriéndose lentamente a un cielo azul, brillante. El mediodía les había alcanzado y el viento del acantilado pronto les abofeteó como un amigo demasiado confiado. Los imponentes árboles fueron sustituidos por arbustos y hierbas, y alguna que otra palmera. Al nivel al que estaban no verían ni niratsubu ni manerikko, pero si se asomaban podrían ver que la roca formaba varias plataformas estrechas donde crecían diversas plantas.
—Oh… Bueno… Al menos no… Al menos no habrá ja-jabalíes en l-la pared del risco… —Ranko soltó una risita que parecía ligeramente forzada. Habría que bajar con sumo cuidado para buscar aquellas hierbas.
Cada vez más cerca, Etsu se dejaría seducir por el aroma a tocino tan fuera de lugar en el Bosque de Hongos. Los Inuzuka irían a por el olor, modificando su ruta algunos grados hacia el norte. Se darían cuenta de que no estaban tan fuera de rumbo, pues el origen de aquella esencia no estaba tan alejado.
Un par de minutos después, llegarían al epicentro aromático: un arbusto de hojas cafés y amarillas, con varias flores tubulares que surgían entre ellas. Cuanto más abiertas estaban las flores, más parecido a una tira de tocino bien frita tenían. Por un lado, no, no era la suculenta carne que posiblemente habían imaginado. Por otro recordarían tanto la apariencia de la baiko como la referencia olfativa que la señora Taitama les había dado: habían encontrado otra de las hierbas. El aroma de la flor era demasiado similar al de aquel corte de cerdo, frito hasta estar deliciosamente crujiente.
—Ka… Kazuma-san… ¿l-le hirió e-el jabalí? ¿Se encuentra bien, Kaz… Kazuma-s-san? —No se le quitaba el color del rostro, pues verle la retaguardia a alguien era algo que no sucedía todos los días. Bajo ninguna circunstancia, añadiría ella.
Después de andar varios minutos, los árboles comenzarían a ceder, abriéndose lentamente a un cielo azul, brillante. El mediodía les había alcanzado y el viento del acantilado pronto les abofeteó como un amigo demasiado confiado. Los imponentes árboles fueron sustituidos por arbustos y hierbas, y alguna que otra palmera. Al nivel al que estaban no verían ni niratsubu ni manerikko, pero si se asomaban podrían ver que la roca formaba varias plataformas estrechas donde crecían diversas plantas.
—Oh… Bueno… Al menos no… Al menos no habrá ja-jabalíes en l-la pared del risco… —Ranko soltó una risita que parecía ligeramente forzada. Habría que bajar con sumo cuidado para buscar aquellas hierbas.
Cada vez más cerca, Etsu se dejaría seducir por el aroma a tocino tan fuera de lugar en el Bosque de Hongos. Los Inuzuka irían a por el olor, modificando su ruta algunos grados hacia el norte. Se darían cuenta de que no estaban tan fuera de rumbo, pues el origen de aquella esencia no estaba tan alejado.
Un par de minutos después, llegarían al epicentro aromático: un arbusto de hojas cafés y amarillas, con varias flores tubulares que surgían entre ellas. Cuanto más abiertas estaban las flores, más parecido a una tira de tocino bien frita tenían. Por un lado, no, no era la suculenta carne que posiblemente habían imaginado. Por otro recordarían tanto la apariencia de la baiko como la referencia olfativa que la señora Taitama les había dado: habían encontrado otra de las hierbas. El aroma de la flor era demasiado similar al de aquel corte de cerdo, frito hasta estar deliciosamente crujiente.
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