20/10/2015, 18:10
De cierta manera el joven peliblanco estaba cumpliendo su papel de guía y cochero, pues había conseguido captar el interés de la chica a la cual le estaba dando el recorrido.
—Cuando comencé en este trabajo mi jefe se aseguro de que me aprendiera los detalles e historia de cada ruta que recorrería.
Ciertamente fue así, aunque la forma en que contestaba el Ishimura no daba fe de lo fuerte y difícil que fue el curso. Aprenderse nombre, ubicaciones, curiosidades y fechas, algo que normalmente resultaría demasiado para un joven común y corriente.
—Sí, creo que sería interesante venir a verlo por mi mismo un día de estos —contesto mientras su mente curiosa trataba de imaginarse el escenario.
El paseo transcurría con bastante calma. Aquello era lo habitual, el no apurarse para que los pasajeros pudieran disfrutar lo más posible de la vista y el ambiente.
Cerca del final del recorrido por aquel espacio se encontraba una fuente abarrotada de aves multicolores. Siendo tan bonitas y de tan alegre cantar, cualquiera hubiera evitado pasar cerca y hacer ruido puesto que podrían espantarse. Pero el caballo que tiraba el coche no era como cualquiera, ya que si como la mera presencia de aquellos pajarillos le molestara, se dispuso a espantarlos.
En el momento en que paso por un lado de la fuente lanzo un bufido lo suficientemente fuerte como para hacer que todos los pájaros salieran volando apresuradamente. Dio un sorbo de agua y continuó su camino con un andar que denotaba cierta alegría.
En aquel momento, Kazuma, no pudo hacer otra cosa además de reírse como rara vez lo hacía. La situación tenía gracia, puesto que al salir volando las aves fueron en su dirección y un loro chocó contra su sombrero cayendo junto con este al asiento. Luego de reincorporarse y sacudir un poco la cabeza el ave volvió a tomar vuelo. Dejando atrás un sombrero caído y unas cuantas plumas multicolores en el blanco cabello del joven.
—Bien ahora iremos al lugar conocido como el espacio de los cometas —Aseguro girándose hacia su pasajera mientras el carruaje abandonaba el lugar de las fuentes.
En aquel momento el Ishimura decidió dejar a un lado el sombrero, pues pensó que no le haría falta. Aunque en aquel momento aún no se había dado cuenta de las plumas en su cabeza.
—Cuando comencé en este trabajo mi jefe se aseguro de que me aprendiera los detalles e historia de cada ruta que recorrería.
Ciertamente fue así, aunque la forma en que contestaba el Ishimura no daba fe de lo fuerte y difícil que fue el curso. Aprenderse nombre, ubicaciones, curiosidades y fechas, algo que normalmente resultaría demasiado para un joven común y corriente.
—Sí, creo que sería interesante venir a verlo por mi mismo un día de estos —contesto mientras su mente curiosa trataba de imaginarse el escenario.
El paseo transcurría con bastante calma. Aquello era lo habitual, el no apurarse para que los pasajeros pudieran disfrutar lo más posible de la vista y el ambiente.
Cerca del final del recorrido por aquel espacio se encontraba una fuente abarrotada de aves multicolores. Siendo tan bonitas y de tan alegre cantar, cualquiera hubiera evitado pasar cerca y hacer ruido puesto que podrían espantarse. Pero el caballo que tiraba el coche no era como cualquiera, ya que si como la mera presencia de aquellos pajarillos le molestara, se dispuso a espantarlos.
En el momento en que paso por un lado de la fuente lanzo un bufido lo suficientemente fuerte como para hacer que todos los pájaros salieran volando apresuradamente. Dio un sorbo de agua y continuó su camino con un andar que denotaba cierta alegría.
En aquel momento, Kazuma, no pudo hacer otra cosa además de reírse como rara vez lo hacía. La situación tenía gracia, puesto que al salir volando las aves fueron en su dirección y un loro chocó contra su sombrero cayendo junto con este al asiento. Luego de reincorporarse y sacudir un poco la cabeza el ave volvió a tomar vuelo. Dejando atrás un sombrero caído y unas cuantas plumas multicolores en el blanco cabello del joven.
—Bien ahora iremos al lugar conocido como el espacio de los cometas —Aseguro girándose hacia su pasajera mientras el carruaje abandonaba el lugar de las fuentes.
En aquel momento el Ishimura decidió dejar a un lado el sombrero, pues pensó que no le haría falta. Aunque en aquel momento aún no se había dado cuenta de las plumas en su cabeza.