22/03/2019, 17:54
Akame esperó con la paciencia forzosa que le otorgaba la desesperación, a que aquella muchacha le rechazase y así poder continuar su penosa ronda en busca de un pobre sustento. A veces, incluso a él mismo le gustaba convencerse de que aquel dinero, que era el más honrado que entraba en sus bolsillos, acabaría en un sitio distinto al del resto. Pero nunca era cierto; y menos en el último mes, cuando el precio de la "magia azul" se había estado disparando día sí, día también. «No, joder, hoy no. Hoy lo que gane será para un buen tazón de ramen, ese del puesto de Kyoko-chan, que están tan bueno», se decía a menudo. Pero al final, las necesidades de su espíritu acababan venciendo a las del cuerpo... ¿Qué era más importante, al fin y al cabo, cuidar el alma o el estómago?
En aquellas divagaciones se encontraba el joven pordiosero cuando su día sufrió un vuelco inesperado; que, sin saberlo, tendría unas implicaciones mucho mayores a las que él se pudiera imaginar en ese preciso momento. La muchacha, no sin dudar primero, acabó por extenderle una moneda de cinco ryos, el precio que él había pedido por su talla. «Me cago en todo, si hubiese sabido que me la iba a comprar, le habría pedido al menos diez», se lamentaba Akame en un alarde de la clásica codicia irracional del que ha visto su estilo de vida virar hacia semejante camino. Sin embargo, ya era tarde para lamentaciones. Con un bufido desganado y algo molesto, el zarrapastroso muchacho tomó la moneda y depositó, en su lugar, la talla del delfín en la mano de ella. En un movimiento casi instintivo Akame se llevó el metal a la boca, mordiéndolo ligeramente. «Es buena», concluyó con una levísima chispa de satisfacción. Y pese a todo, aquellos cinco ryos no le solucionaban la papeleta. Necesitaba más.
—Señorita... Ehm... Si le ha gustado esa, a lo mejor se quiere llevar otra, mire, mire esta, por ejemplo... —balbuceó Akame, sacando una figurita que representaba a un gato—. Para su novio, ¿eh? Seguro que una señorita tan guapa como usted tiene novio... Seguro...
Más allá de la deliciosa coincidencia que al jovencito se le escapaba en ese momento, algo notable sucedió en ese momento. La mirada de Akame —vidriosa, ausente— había estado fija en el suelo durante todo aquel tiempo, pero no había sido hasta entonces que se había dado cuenta de lo que veían; unas sandalias ninja. Para cualquier civil aquel calzado podría no decir nada, pero él seguía reconociendo unas botas de shinobi igual de bien que el primer día de Academia. «No... No puede ser...» Mientras todas las alarmas de su precario sistema de supervivencia empezaban a saltar a la vez —menos alguna que la "magia azul" y el alcohol habían averiado hacía ya tiempo—, Akame se atrevió a alzar la cabeza ligeramente y dirigirle una tímida mirada, amparada por los mechones de pelo que le caían por el rostro y su kasa de madera, a la muchacha.
«No puede ser...»
Aotsuki Ayame estaba ante él.
En aquellas divagaciones se encontraba el joven pordiosero cuando su día sufrió un vuelco inesperado; que, sin saberlo, tendría unas implicaciones mucho mayores a las que él se pudiera imaginar en ese preciso momento. La muchacha, no sin dudar primero, acabó por extenderle una moneda de cinco ryos, el precio que él había pedido por su talla. «Me cago en todo, si hubiese sabido que me la iba a comprar, le habría pedido al menos diez», se lamentaba Akame en un alarde de la clásica codicia irracional del que ha visto su estilo de vida virar hacia semejante camino. Sin embargo, ya era tarde para lamentaciones. Con un bufido desganado y algo molesto, el zarrapastroso muchacho tomó la moneda y depositó, en su lugar, la talla del delfín en la mano de ella. En un movimiento casi instintivo Akame se llevó el metal a la boca, mordiéndolo ligeramente. «Es buena», concluyó con una levísima chispa de satisfacción. Y pese a todo, aquellos cinco ryos no le solucionaban la papeleta. Necesitaba más.
—Señorita... Ehm... Si le ha gustado esa, a lo mejor se quiere llevar otra, mire, mire esta, por ejemplo... —balbuceó Akame, sacando una figurita que representaba a un gato—. Para su novio, ¿eh? Seguro que una señorita tan guapa como usted tiene novio... Seguro...
Más allá de la deliciosa coincidencia que al jovencito se le escapaba en ese momento, algo notable sucedió en ese momento. La mirada de Akame —vidriosa, ausente— había estado fija en el suelo durante todo aquel tiempo, pero no había sido hasta entonces que se había dado cuenta de lo que veían; unas sandalias ninja. Para cualquier civil aquel calzado podría no decir nada, pero él seguía reconociendo unas botas de shinobi igual de bien que el primer día de Academia. «No... No puede ser...» Mientras todas las alarmas de su precario sistema de supervivencia empezaban a saltar a la vez —menos alguna que la "magia azul" y el alcohol habían averiado hacía ya tiempo—, Akame se atrevió a alzar la cabeza ligeramente y dirigirle una tímida mirada, amparada por los mechones de pelo que le caían por el rostro y su kasa de madera, a la muchacha.
«No puede ser...»
Aotsuki Ayame estaba ante él.