25/03/2019, 13:42
(Última modificación: 25/03/2019, 15:07 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Si Ayame ya recelaba de Don Prodigio, la posible desconfianza que pudiera manar de su propia mirada no fue nada en comparación con el absoluto desagrado que sucedió a la sorpresa en el rostro del mago, al advertir un simple detalle. Aquella muchacha llevaba una placa ninja. «¡Mierda! ¿¡Pero cómo se puede tener tan malísima suerte!? ¡Ay, que mi santa madre me de dos sopapos, esta chica es una kunoichi!» Por si fuera poco, la muchacha parecía ya de entrada desconfiar de él, por lo que Don Prodigio no tuvo difícil deducir que no iba a ser precisamente una colaboradora dócil. Los ninjas, como todo el mundo sabía —o al menos todos los que no sabían mucho de ninjas— eran gente muy misteriosa, capaces de hacer magia de verdad, y que nunca se dejaban engañar por trucos baratos. Desafortunadamente para Don Prodigio y su compañía, su espectáculo encajaba bastante bien en la definición de "trucos baratos", razón por la cual precisaban de aderezarlo todo con cuanta pompa, misterio y suspense fueran capaces.
«¡Esto es un desastre! ¡Ay, que mi santo padre me clavetee las nalgas, ¿qué hago ahora?!» se decía para sí el mago, mientras sus ayudantes abrían las puertas de ambos armarios para dejar ver al público, y a Ayame, que estaban vacíos. Don Prodigio miró a su público, a los niños espectantes, a los hombres y mujeres cándidos de rostro y espíritu que había conectado con su "performance", a los ancianos que cuchicheaban, crédulos y ansiosos por presencia el poder del Cosmos en acción, a la mayoría que ya empezaba a advertir que algo no iba bien... Bueno, a esos últimos los descartó. Se quedó con los niños y la ilusión reflejada en sus rostros y dejó que la fogosa jovialidad de la niñez le diera fuerzas.
—¡JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —volvió a aullar, como un lobo que acaba de recuperar el lugar de macho alfa—. ¡Querido público! ¡Ilustres asistentes! ¡Prepárense... Porque esto... Va... A... Comenzar!
El prestigitador sacó otras dos bolitas de petardos y humo de sus bolsillos y volvió a estamparlas contra el escenario, llenándolo todo de una fina cortina de gas violeta que le hizo toser a él, a sus ayudantes, y a la propia Ayame probablemente. Cuando las chipas del mismo color y la humareda se disiparon, Don Prodigio explicó en qué consistía su siguiente número.
—Mediante la Teletransportación Cuántica de Vibrones Enlazados de Don Prodigio, enviaré a esta muchacha desde uno de los armarios al otro, en apenas un parpadeo... ¡De alguien que parpadee muy lentamente! —añadió, tratando de darle a su pobre excusa un tono desenfadado y jocoso—. ¡Ahora, por favor, si es tan amable la señorita, entre en el armario a mi izquierda!
Uno de los ayudantes le indicó a Ayame que entrara en uno de aquellos armatostes de madera. Cuando la muchacha obedeciese, cerrarían la puerta del mismo y ella escucharía a Don Prodigio seguir vociferando afuera.
—¡Así es, así es! ¡Abran bien los ojos, porque están a punto de presenciar el poder de las magias arcanas que se han convocado aquí!
Mientras el mago seguía con su perorata —para dar tiempo a que sus ayudantes hicieran el juego—, Ayame notó como el fondo del armario bajo sus pies se movía y crujía. Lo hizo durante unos segundos, hasta que finalmente cedió revelando una trampilla que la hizo caer hacia la parte baja del escenario, oculta a los espectadores. Junto a ella, una chica de piel muy bronceada y ojos aranjados como el fuego la saludó en silencio con una sonrisa. Gesticulando, le indicó que se colocara bajo la trampilla del otro armario; pero, cuando fue a abrirla, comprobó con gran disgusto que no cedía.
—Mierda, ¡coño! —masculló en susurros—. Está atrancada. ¿Por qué está atrancada? Le dije a ese bobo de Kuma que la arreglase, ¿¡por qué está atrancada!? —la muchacha entró en pánico, pero rápidamente trató de calmarse—. Mierda, joder. ¿Qué demonios hacemos ahora? Dioses, si este número vuelve a salir mal...
«¡Esto es un desastre! ¡Ay, que mi santo padre me clavetee las nalgas, ¿qué hago ahora?!» se decía para sí el mago, mientras sus ayudantes abrían las puertas de ambos armarios para dejar ver al público, y a Ayame, que estaban vacíos. Don Prodigio miró a su público, a los niños espectantes, a los hombres y mujeres cándidos de rostro y espíritu que había conectado con su "performance", a los ancianos que cuchicheaban, crédulos y ansiosos por presencia el poder del Cosmos en acción, a la mayoría que ya empezaba a advertir que algo no iba bien... Bueno, a esos últimos los descartó. Se quedó con los niños y la ilusión reflejada en sus rostros y dejó que la fogosa jovialidad de la niñez le diera fuerzas.
—¡JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —volvió a aullar, como un lobo que acaba de recuperar el lugar de macho alfa—. ¡Querido público! ¡Ilustres asistentes! ¡Prepárense... Porque esto... Va... A... Comenzar!
El prestigitador sacó otras dos bolitas de petardos y humo de sus bolsillos y volvió a estamparlas contra el escenario, llenándolo todo de una fina cortina de gas violeta que le hizo toser a él, a sus ayudantes, y a la propia Ayame probablemente. Cuando las chipas del mismo color y la humareda se disiparon, Don Prodigio explicó en qué consistía su siguiente número.
—Mediante la Teletransportación Cuántica de Vibrones Enlazados de Don Prodigio, enviaré a esta muchacha desde uno de los armarios al otro, en apenas un parpadeo... ¡De alguien que parpadee muy lentamente! —añadió, tratando de darle a su pobre excusa un tono desenfadado y jocoso—. ¡Ahora, por favor, si es tan amable la señorita, entre en el armario a mi izquierda!
Uno de los ayudantes le indicó a Ayame que entrara en uno de aquellos armatostes de madera. Cuando la muchacha obedeciese, cerrarían la puerta del mismo y ella escucharía a Don Prodigio seguir vociferando afuera.
—¡Así es, así es! ¡Abran bien los ojos, porque están a punto de presenciar el poder de las magias arcanas que se han convocado aquí!
Mientras el mago seguía con su perorata —para dar tiempo a que sus ayudantes hicieran el juego—, Ayame notó como el fondo del armario bajo sus pies se movía y crujía. Lo hizo durante unos segundos, hasta que finalmente cedió revelando una trampilla que la hizo caer hacia la parte baja del escenario, oculta a los espectadores. Junto a ella, una chica de piel muy bronceada y ojos aranjados como el fuego la saludó en silencio con una sonrisa. Gesticulando, le indicó que se colocara bajo la trampilla del otro armario; pero, cuando fue a abrirla, comprobó con gran disgusto que no cedía.
—Mierda, ¡coño! —masculló en susurros—. Está atrancada. ¿Por qué está atrancada? Le dije a ese bobo de Kuma que la arreglase, ¿¡por qué está atrancada!? —la muchacha entró en pánico, pero rápidamente trató de calmarse—. Mierda, joder. ¿Qué demonios hacemos ahora? Dioses, si este número vuelve a salir mal...