25/03/2019, 19:54
¡Ah, pero ignorante de ella, la joven de ojos de brasas no esperaba que Ayame fuese una ninja, y todavía más, que tuviese un bonito as bajo la manga! Cuando la kunoichi le pidió espacio para darle su intentada a la rebelde trampilla, aquella muchacha de piel mulata y ojos de fuego quiso resoplar con fastidio. Si ni ella, que estaba considerablemente mazada, había sido capaz de desatrancarla, ¿qué le hacía pensar a aquella advenediza que iba a conseg...?
Con un característico crujido —que afortunadamente no sería escuchado por nadie del exterior—, el mecanismo de hierro un tanto oxidado que hacía abrirse y cerrarse la trampilla de madera del segundo armario cedió. La chica de ojos anaranjados no pudo contener una exclamación de sorpresa al darse cuenta de que el brazo de Ayame se había hinchado antinaturalmente —y de forma casi grotesca— hasta asemejarse a uno de los enormes troncos que el grandullón Kuma tenía por extremidades superiores.
—¿Cómo leches...? —balbuceó la chica, pero en un alarde de pragmatismo decidió anteponer el futuro del espectáculo de su jefe a su propia curiosidad—. Como sea, rápido, sube por esta trampilla. ¡Seguro que la gente se está empezando a impacientar, y el jefe es malísimo improvisando!
Afuera, Don Prodigio había agotado ya todas las frases de su "Manual del Prestidigitador Itinerante: Cómo entretener a tu público", y empezaba a quedarse sin ideas. Sus ayudantes no habían recibido la señal de que el "paquete" estaba en su sitio, así que no podía continuar con el número. «¿¡Qué diablos estará pasando, por los dientes de mi santo abuelo!?» No tenía más tiempo. Debía actuar ya.
—¡JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —exclamó Don Prodigio, agitando al viento su capa de mago algo manchada por los bajos—. ¡Ahora, mi querido público, contemplad!
Con un pomposo aspaviento, Don Prodigio indicó a sus muchachos que abrieran el segundo armario, y estos, diligentes, así lo hicieron. Las bisagras rechinaron cuando la puerta de madera se abrió de par en par, y allí el público vio...
¡CLONK!
Con un característico crujido —que afortunadamente no sería escuchado por nadie del exterior—, el mecanismo de hierro un tanto oxidado que hacía abrirse y cerrarse la trampilla de madera del segundo armario cedió. La chica de ojos anaranjados no pudo contener una exclamación de sorpresa al darse cuenta de que el brazo de Ayame se había hinchado antinaturalmente —y de forma casi grotesca— hasta asemejarse a uno de los enormes troncos que el grandullón Kuma tenía por extremidades superiores.
—¿Cómo leches...? —balbuceó la chica, pero en un alarde de pragmatismo decidió anteponer el futuro del espectáculo de su jefe a su propia curiosidad—. Como sea, rápido, sube por esta trampilla. ¡Seguro que la gente se está empezando a impacientar, y el jefe es malísimo improvisando!
Afuera, Don Prodigio había agotado ya todas las frases de su "Manual del Prestidigitador Itinerante: Cómo entretener a tu público", y empezaba a quedarse sin ideas. Sus ayudantes no habían recibido la señal de que el "paquete" estaba en su sitio, así que no podía continuar con el número. «¿¡Qué diablos estará pasando, por los dientes de mi santo abuelo!?» No tenía más tiempo. Debía actuar ya.
—¡JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —exclamó Don Prodigio, agitando al viento su capa de mago algo manchada por los bajos—. ¡Ahora, mi querido público, contemplad!
Con un pomposo aspaviento, Don Prodigio indicó a sus muchachos que abrieran el segundo armario, y estos, diligentes, así lo hicieron. Las bisagras rechinaron cuando la puerta de madera se abrió de par en par, y allí el público vio...