30/03/2019, 22:46
(Última modificación: 30/03/2019, 23:09 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Y los tímidos aplausos se alzaron como un tsunami. Don Prodigio, embriagado por los honores, hacía florituras reverencias y meneaba su flamante capa roja de aquí para allá.
—¡Gracias, gracias mi estimado público! ¡Esto ha sido todo por este mediodía, no se olviden de contárselo a sus familiares, amigos, parejas, mascotas, incluso a sus enemigos! ¡Todos merecen ser testigos de la grandeza del mejor mago que haya caminado nunca por la faz de Oonindo, Don Prodigio! ¡Esta misma tarde, a las cinco, habrá un nuevo número!
«Espero que para esta tarde hayan solucionado sus... problemas técnicos.» Pensó Ayame, intercambiando el peso de una pierna a otra, justo antes de bajar del escenario con un ágil salto mientras el público comenzaba a dispersarse.
Sin embargo, no se alejó demasiado. Sus ojos vagaron curiosos por la escenografía: los ayudantes habían comenzado a recoger el mobiliario, la mujer de los ojos de fuego pasaba entre los espectadores una caja ornamentada en la que pedía las voluntades y mientras Don Prodigio se había servido una buena copa tras guardar su capa. Ayame no pudo evitar arrugar la nariz al verlo. Por último, junto al carromato que debía servir de transporte a la compañía, un hombre de gran tamaño y escasas neuronas parecía vigilar.
—¡Eh, oye! —escuchó una voz, y Ayame se volvió con gesto interrogante. Una sonrisa iluminó sus rasgos al reconocer a la mujer de ojos como brasas—. Creo que toda la compañía te debe un agradecimiento. Sin ti, este espectáculo habría sido desastroso... Más o menos como todos los anteriores —admitó de mala gana—. Ryuka —se presentó, y luego añadió con una sonrisa exultante—. ¿Cómo te llamas, kunoichi-san?
—Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure y, al parecer, artista a tiempo parcial —bromeó ella, igual de sonriente, mientras inclinaba el torso y desplegaba el brazo a un lado. Enseguida regresó a un gesto más serio—. Entonces... ¿Soléis tener estos problemas a menudo? —Preguntó, sin poder refrenarse.
—¡Gracias, gracias mi estimado público! ¡Esto ha sido todo por este mediodía, no se olviden de contárselo a sus familiares, amigos, parejas, mascotas, incluso a sus enemigos! ¡Todos merecen ser testigos de la grandeza del mejor mago que haya caminado nunca por la faz de Oonindo, Don Prodigio! ¡Esta misma tarde, a las cinco, habrá un nuevo número!
«Espero que para esta tarde hayan solucionado sus... problemas técnicos.» Pensó Ayame, intercambiando el peso de una pierna a otra, justo antes de bajar del escenario con un ágil salto mientras el público comenzaba a dispersarse.
Sin embargo, no se alejó demasiado. Sus ojos vagaron curiosos por la escenografía: los ayudantes habían comenzado a recoger el mobiliario, la mujer de los ojos de fuego pasaba entre los espectadores una caja ornamentada en la que pedía las voluntades y mientras Don Prodigio se había servido una buena copa tras guardar su capa. Ayame no pudo evitar arrugar la nariz al verlo. Por último, junto al carromato que debía servir de transporte a la compañía, un hombre de gran tamaño y escasas neuronas parecía vigilar.
—¡Eh, oye! —escuchó una voz, y Ayame se volvió con gesto interrogante. Una sonrisa iluminó sus rasgos al reconocer a la mujer de ojos como brasas—. Creo que toda la compañía te debe un agradecimiento. Sin ti, este espectáculo habría sido desastroso... Más o menos como todos los anteriores —admitó de mala gana—. Ryuka —se presentó, y luego añadió con una sonrisa exultante—. ¿Cómo te llamas, kunoichi-san?
—Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure y, al parecer, artista a tiempo parcial —bromeó ella, igual de sonriente, mientras inclinaba el torso y desplegaba el brazo a un lado. Enseguida regresó a un gesto más serio—. Entonces... ¿Soléis tener estos problemas a menudo? —Preguntó, sin poder refrenarse.