5/04/2019, 19:26
—Ahhh...
Calabaza dejó escapar un suspiro de placer cuando sintió aquel líquido del demonio en su boca. El sabor amargo y caliente, asqueroso, suficiente para hacer vomitar a un cerdo. El calor abrasador que le quemó la garganta y el pecho, prendiéndole fuego a su interior. Purgándole. Sus ojos adoptaron un tono vidrioso después del tercer trago, y observaban a Ayame con la lucidez de la falta de cordura. Sus labios se curvaron en una mueca que iba a medio camino entre una sonrisa y un bufido de dolor, mostrando de nuevo parte de su dentadura tintada de azul.
—Ehm... Cof, cof —se le escapó una tos gorjeante, pero finalmente respondió con indiferencia—. Me dicen Calabaza.
Tomó un último trago y, tras ponerle el corcho, devolvió la calabaza a su lugar, en el cinturon raído que le sujetaba unos pantalones aun más andrajosos. Luego miró a Ayame por última vez y, como si toda la conversación anterior no hubiese sucedido, se dio media vuelta y empezó a caminar en dirección contraria, dando tumbos mientras balbuceaba las palabras incomprensibles de un loco.
Calabaza dejó escapar un suspiro de placer cuando sintió aquel líquido del demonio en su boca. El sabor amargo y caliente, asqueroso, suficiente para hacer vomitar a un cerdo. El calor abrasador que le quemó la garganta y el pecho, prendiéndole fuego a su interior. Purgándole. Sus ojos adoptaron un tono vidrioso después del tercer trago, y observaban a Ayame con la lucidez de la falta de cordura. Sus labios se curvaron en una mueca que iba a medio camino entre una sonrisa y un bufido de dolor, mostrando de nuevo parte de su dentadura tintada de azul.
—Ehm... Cof, cof —se le escapó una tos gorjeante, pero finalmente respondió con indiferencia—. Me dicen Calabaza.
Tomó un último trago y, tras ponerle el corcho, devolvió la calabaza a su lugar, en el cinturon raído que le sujetaba unos pantalones aun más andrajosos. Luego miró a Ayame por última vez y, como si toda la conversación anterior no hubiese sucedido, se dio media vuelta y empezó a caminar en dirección contraria, dando tumbos mientras balbuceaba las palabras incomprensibles de un loco.