7/04/2019, 22:09
Snif, snif. Aquel pútrido olor... Incluso en su estado actual, acostumbrado a la peste de aquella vía de servicio, de los tachos de basura y la vida en la calle, Calabaza era capaz de reconocer aquella asquerosa sustancia. Queso. Lo reconoció al primer bocado y, probablemente como fruto de reminiscencias de una mala experiencia ocurrida durante su vida anterior, el yonqui se esmeró con dedos hábiles en quitarle la loncha de queso fundido a la hamburguesa antes de devorarla tal y como se ha descrito. Mientras lo hacía, era ignorante de que la propia Ayame estaba planteándose toda la cuestión de forma introspectiva.
¿Por qué?
Cuando finalmente —se— dió la respuesta, Ayame parecía sincera. Calabaza alzó la mirada y escudriñó por primera vez sus ojos avellanados, que desprendían una pura bondad. «¿Cómo puede ser un ninja así?» No se trataba sólo de una pregunta existencial; el mero hecho de que Aotsuki Ayame existía de aquella manera, con su caridad, su candidez y bondad intactas pese a la vida del ninja, era un ariete que amenazaba con derribar sin miramientos todas las barreras de Akame. Porque, realmente, toda su nueva vida —penosa como era— estaba basada en la confirmación de lo retorcido del Ninshuu. De el error tan garrafal que eran las Villas ninja, máquinas expendedoras de juguetes rotos en el pulso por el poder.
«Entonces, ¿por qué ella... Por qué ella es así?»
La muchacha que tenía ante sus ojos no se parecía a ningún shinobi o kunoichi que Akame hubiese conocido. «¿Cómo es eso posible?»
Calabaza terminó su almuerzo.
—G... Gracias... Yo... Lo haré, lo prometo. Seré mejor... —aventuró, e incluso en su voz podía notarse que lo decía con sinceridad. Entonces se secó las lágrimas, y sus labios se curvaron por primera vez en meses, en lo que parecía una sonrisa rota—. Eres... Eres buena persona. Me recuerdas a alguien... Alguien que conocí hace mucho, mucho tiempo.
¿Por qué?
Cuando finalmente —se— dió la respuesta, Ayame parecía sincera. Calabaza alzó la mirada y escudriñó por primera vez sus ojos avellanados, que desprendían una pura bondad. «¿Cómo puede ser un ninja así?» No se trataba sólo de una pregunta existencial; el mero hecho de que Aotsuki Ayame existía de aquella manera, con su caridad, su candidez y bondad intactas pese a la vida del ninja, era un ariete que amenazaba con derribar sin miramientos todas las barreras de Akame. Porque, realmente, toda su nueva vida —penosa como era— estaba basada en la confirmación de lo retorcido del Ninshuu. De el error tan garrafal que eran las Villas ninja, máquinas expendedoras de juguetes rotos en el pulso por el poder.
«Entonces, ¿por qué ella... Por qué ella es así?»
La muchacha que tenía ante sus ojos no se parecía a ningún shinobi o kunoichi que Akame hubiese conocido. «¿Cómo es eso posible?»
Calabaza terminó su almuerzo.
—G... Gracias... Yo... Lo haré, lo prometo. Seré mejor... —aventuró, e incluso en su voz podía notarse que lo decía con sinceridad. Entonces se secó las lágrimas, y sus labios se curvaron por primera vez en meses, en lo que parecía una sonrisa rota—. Eres... Eres buena persona. Me recuerdas a alguien... Alguien que conocí hace mucho, mucho tiempo.