8/04/2019, 01:37
El joven Raitaro pudo descansar su mirada en el lugar donde había pasado viviendo toda su vida. Su casa, una humilde cabaña de madera entre unos cuatro abetos. Una imagen que podía trasmitir paz a cualquiera que la observase, y más aún al joven de la familia. A lo lejos, cada paso era más rápido que cualquier otro dado por el camino. Su felicidad parecía ser aún mayor llegado a las cercanías de la misma, más aún cuando la amada figura de su madre salir por la puerta. Raitaro esbozó una sincera sonrisa, la cual duró hasta que vió las lágrimas que recorrían su rostro, con los ojos como platos al ver a su pequeño - ¡Raitaro! ¡Alabado sea Raiden! - exclamó mientras corría donde su hijo - ¿Mama ? ¿Qué te ocurre, mama ? - preguntó asustado. Su madre lo abrazó con fuerza, y tras un momento le miró a sus ojos mientras con su blanquecina mano palpaba su rostro - ¡Mama! ¿Qué ocurre? - repitió ante la falta de respuesta.
Atosigada por el llanto y la sorpresa, le costaba articular palabra. Saya era una mujer delgada, en contraposición de su hijo y, en general, la familia de su marido. Además, su piel era clara y sonrosada, con los ojos verdosos y un largo cabello rojizo, heredado por Raitaro - ¡Rai, es tu padre! ¡Unos tipos entraron anoche a robar a la tienda de tu tía Sadala! ¡Tu padre y tu tío han salido con las hachas a buscarlos! ¡Hace dos horas que salieron, y aún no han vuelto del bosque! - decía desesperada - ¿¡Qué!? ¿¡Por dónde han ido!? - exclamó el chico mientras soltaba la mochila en el suelo - ¡Rai, por favor! ¡Ten mucho cuidado! - exclamaba mientras señalaba hacia el norte. Al norte era donde comenzaba a torcerse la cosa. El bosque era una elevación minada de árboles, los cuales desembocaban en las zonas más peligrosas del país. Raitaro besó a su madre en los labios y se marchó corriendo. Las huellas de sus botas se iban alejando hacia la salida norte de Yukio, lleno de determinación, se lanzaba a la búsqueda de su padre y su tío - ¡Rai, ten cuidado! - repitió la preocupada madre del Yotsuki.
Atosigada por el llanto y la sorpresa, le costaba articular palabra. Saya era una mujer delgada, en contraposición de su hijo y, en general, la familia de su marido. Además, su piel era clara y sonrosada, con los ojos verdosos y un largo cabello rojizo, heredado por Raitaro - ¡Rai, es tu padre! ¡Unos tipos entraron anoche a robar a la tienda de tu tía Sadala! ¡Tu padre y tu tío han salido con las hachas a buscarlos! ¡Hace dos horas que salieron, y aún no han vuelto del bosque! - decía desesperada - ¿¡Qué!? ¿¡Por dónde han ido!? - exclamó el chico mientras soltaba la mochila en el suelo - ¡Rai, por favor! ¡Ten mucho cuidado! - exclamaba mientras señalaba hacia el norte. Al norte era donde comenzaba a torcerse la cosa. El bosque era una elevación minada de árboles, los cuales desembocaban en las zonas más peligrosas del país. Raitaro besó a su madre en los labios y se marchó corriendo. Las huellas de sus botas se iban alejando hacia la salida norte de Yukio, lleno de determinación, se lanzaba a la búsqueda de su padre y su tío - ¡Rai, ten cuidado! - repitió la preocupada madre del Yotsuki.