10/04/2019, 03:09
— Shinobis. Creéis que sois el ombligo del mundo — exclamó, después, se cruzó de brazos —. Mira, niño, no es nada que te incumba. Hay gente peligrosa que espera que paguemos nuestra deuda, y si eso no pasa, no quiero pensar en lo que nos harán.
» ¿Voluntad de matar? No me hagas reír. Como si la muerte fuese lo peor que hubiera en este mundo.
Y tenía razón, tenía toda la razón de la que era capaz un ser racional, y eso hirió a Kazuma en un lugar dentro de sí que le era extraño e innominado…, pero cuya existencia era preocupante e imposible de ignorar.
—Sí, hay destinos peores que la muerte…, como el que seguramente ustedes pensaban cederle a mi amiga —acuso, con una voz cargada de una serenidad ominosa, casi repugnante.
Sabia de la existencia de reglas universales, tan poderosas en el mundo de la ficción como en la vida misma. Todos se mueven por el deseo, sea por tener más o por conservar lo que se tiene. Todo lo obtenible tiene un precio y cada quien debe velar por el pago de su propia voluntad. En aquel aspecto sentía verdadero respeto por aquellos bandidos, que, aunque fuese de forma tonta, buscaban cumplir su voluntad. Y puede que la salvación les estuviese ofrecida a precio razonable, pero él no estaba dispuesto a pagarlo, quizás un héroe buscara la manera, pero Kazuma no era un héroe.
—Tienen hasta mi cuenta de tres para desaparecer —sentencio, mientras se giraba y les observaba con aquella serenidad repulsiva—: Uno…
La decisión tenía que tomarse y se tomó: el deseaba mantener a salvo a Sora, y el precio a pagar debía de ser la vida de aquellos bandidos… Lo demás, no importaba, o le era indiferente.
—… Dos…
» ¿Voluntad de matar? No me hagas reír. Como si la muerte fuese lo peor que hubiera en este mundo.
Y tenía razón, tenía toda la razón de la que era capaz un ser racional, y eso hirió a Kazuma en un lugar dentro de sí que le era extraño e innominado…, pero cuya existencia era preocupante e imposible de ignorar.
—Sí, hay destinos peores que la muerte…, como el que seguramente ustedes pensaban cederle a mi amiga —acuso, con una voz cargada de una serenidad ominosa, casi repugnante.
Sabia de la existencia de reglas universales, tan poderosas en el mundo de la ficción como en la vida misma. Todos se mueven por el deseo, sea por tener más o por conservar lo que se tiene. Todo lo obtenible tiene un precio y cada quien debe velar por el pago de su propia voluntad. En aquel aspecto sentía verdadero respeto por aquellos bandidos, que, aunque fuese de forma tonta, buscaban cumplir su voluntad. Y puede que la salvación les estuviese ofrecida a precio razonable, pero él no estaba dispuesto a pagarlo, quizás un héroe buscara la manera, pero Kazuma no era un héroe.
—Tienen hasta mi cuenta de tres para desaparecer —sentencio, mientras se giraba y les observaba con aquella serenidad repulsiva—: Uno…
La decisión tenía que tomarse y se tomó: el deseaba mantener a salvo a Sora, y el precio a pagar debía de ser la vida de aquellos bandidos… Lo demás, no importaba, o le era indiferente.
—… Dos…