10/04/2019, 14:57
Raitaro caminó durante escasos minutos. Al norte, la nieve hacía mayor acto de presencia, al contrario que en Yukio, aquí parecía ser más consistente incluso en verano. El Yotsuki buscaba entre la arboleda, tratando localizar a su padre y su tío. Ambos debían andar por allí según la madre de Raitaro. No tardó demasiado en encontrar las huellas en la nieve, y solamente debía seguirlas colina arriba. Caminando, pudo ver las rudas espaldas de sus mayores, forradas en el blanco de sus camisetas, las cuales, no por casualidad, eran idénticas a la del ninja de Amegakure. Ropa cómoda que demostraba una gran resistencia al frío. La prenda inferior de su padre era negra, un chándal simple de invierno, mientras su tío portaba un vaquero que llegaba bajo sus rodillas. La otra prenda en común era el par de botas. La vestimenta tan similar parecía formar parte de algún uniforme, aunque simplemente estaban habituados a vestir así. Raitaro acentuó sus pasos, corría un poco para alcanzarles antes, pero la forma de vestir y el apellido no eran lo único que Raitaro había heredado. Un oído bastante bueno pudo detectarlo, aunque como amenaza. Los Yotsuki se giraron al unísono, mostrando en sus manos derechas un par de contundentes hachas que amenazaron al joven a cierta distancia - ¿Rai? ¿Qué haces tú aquí? - preguntó el mayor de los hermanos. Se trataba de Eijiro, padre del muchacho y hermano mayor de Ryuutaro, tío del muchacho. A pesar de ello, Ryuutaro era un tipo ligeramente más anchote con una musculatura que destacaba sobre cualquier otra, además de tener una piel más oscura que el resto de la familia. Eijiro, por su parte, era más alto. A pesar de las diferencias, los dos tenían prácticamente el mismo rostro, al igual que Raitaro, sus rasgos eran llamativos por el tamaño de su nariz y orejas. El cabello de su padre era rapado, rubio y como añadido tenía patillas largas y perilla cerrada, ligeramente larga. Su tío tenía una larga melena, como no, rubia y completamente lisa. Además, su vello facial se limitaba a una barba de chivo.
- ¡Alabado sea Raiden! - rezó Ryuutaro al igual que su cuñada - ¡Rai, estamos buscando a unos cabrones que han robado la armería! ¡Se han llevado de todo! - exclamó furioso - Me lo ha contado mi madre, es una noticia terrible... Tenemos que encontrarles - sentenció firme el ninja. Eijiro, ajeno a aquello que hablaban, miraba a su hijo todo lo contento que cabía en su mirada - ¡Mírate Rai! ¡Eres tan alto como Ryū! - observó el mastodonte, dos metros de puro Yotsuki. Raitaro sonrió, pero inmediatamente el trío volvía a sus trece - Escucha, Rai... Los vecinos nos advirtieron de ruidos en la armería, e inmediatamente cogimos ésto y fuimos a buscarles. Les pudimos ver venir en ésta dirección, pero no tenemos ni idea de dónde han podido ir. Oímos pasos en ésta dirección y vinimos a ver, pero parece que no andan por aquí... - explicó brevemente Eijiro. Raitaro asintió, y cerrando los ojos, tocó el suelo. Trataba encontrar alguna fuente de chakra, aunque no pudo localizar absolutamente nada - Qué va, no hay nada que pueda advertir - dijo frustrado el muchacho.
La realidad era distinta. Un joven, delgado y de edad similar a Raitaro, permanecía totalmente quieto en una situación elevada a 24 metros al sur. Raitaro y compañía no habían llegado a verle, dado que el chico estaba camuflado con algún jutsu al momento de su paso. Sonriente, el muchacho no tenía protector frontal alguno. A pesar de ello, parecía no estar solo - Recibido, Sara - susurró de forma inaudible. Más arriba, un par de muchachas aguardaban. Fuera de la capacidad visual de los Yotsuki, seguramente proponían algún tipo de contraataque. Una de ellas se asomaba con el cuerpo a tierra, teniendo ventaja visual a unos cincuenta metros de elevación. Ésta presentaba un aspecto llamativo, teniendo una talla bastante más grande que sus otros compañeros - ¿Qué dice Sai? ¿Los tiene? - preguntó la chica. Sara, como la había llamado el joven más cercano a la escena, permanecía con los ojos cerrados y un dedo en la frente - Sí, los tiene... Por lo visto, el más pequeño lleva el símbolo de Amegakure, no contábamos con eso... - explicó una chica rubia. Tenía en su mano un pergamino en cuyo interior había un sello, el cual contenía todo el material robado, razón por la cual habían logrado huir rápidamente - Menudo rollo... Sai puede divertirse con ellos, y mientras nosotras guardamos la posición... ¿Es que no puedes volver con el pergamino y dejarme a mí que me encargue? - proponía la más grande - No, Chōta. Sabes que el maestro no quiere que corramos riesgos tan cerca de un lugar poblado... Deja que Sai los inmovilice y nos piramos - amargaba la rubia - Mierda... No sabes lo que me gustaría a veces que pillasen a Sai. Igual, si me dejáseis luchar, podríamos habernos llevado esos martillos de guerra... Pero no... Tenemos que marcharnos porque un par de civiles nos han encontrado -.
Más abajo, los tres Yotsuki terminaron su puesta en común - ... en ese caso, igual deberíamos separarnos. Yo podría ir sobre los árboles y buscar, aunque me quedaría algo atrás... Vosotros seguid buscando como hasta ahora - ultimaba el más joven. Pero su plan sería predicar en el desierto, cuando de pronto, y de manera incomprensible para los tres, comenzaron a surgir del tronco de los árboles una especie de sombras, las cuales, para mayor horror de la situación, iban armados. Espalda con espalda, los tres se posicionaron para defenderse, cubriendo todos los rincones de los cuales salían - ¿¡Qué cojones significa ésto!? - exclamó Ryuutaro con rostro agitado - ¡Tened cuidado! ¡No dejéis que se acerquen! - advirtió Raitaro con los ojos demasiado abiertos. Su padre, con rostro más sereno, empuñó su arma con fuerza - ¡No me importa quiénes seáis! ¡¡PERO NADIE COMETE EL ERROR DE ATACAR A TRES YOTSUKI AL MISMO TIEMPO!! - exclamó. Semejante grito pudo alzar el sentimiento de valentía más profundo que todos pudieran sentir - ¡Sin miedo! ¡¡AL ATAQUE!! - exclamó de nuevo, haciendo que sus familiares, ahora aliados, se disparasen con todo a aquéllas sombras de procedencia desconocida.
- ¡Alabado sea Raiden! - rezó Ryuutaro al igual que su cuñada - ¡Rai, estamos buscando a unos cabrones que han robado la armería! ¡Se han llevado de todo! - exclamó furioso - Me lo ha contado mi madre, es una noticia terrible... Tenemos que encontrarles - sentenció firme el ninja. Eijiro, ajeno a aquello que hablaban, miraba a su hijo todo lo contento que cabía en su mirada - ¡Mírate Rai! ¡Eres tan alto como Ryū! - observó el mastodonte, dos metros de puro Yotsuki. Raitaro sonrió, pero inmediatamente el trío volvía a sus trece - Escucha, Rai... Los vecinos nos advirtieron de ruidos en la armería, e inmediatamente cogimos ésto y fuimos a buscarles. Les pudimos ver venir en ésta dirección, pero no tenemos ni idea de dónde han podido ir. Oímos pasos en ésta dirección y vinimos a ver, pero parece que no andan por aquí... - explicó brevemente Eijiro. Raitaro asintió, y cerrando los ojos, tocó el suelo. Trataba encontrar alguna fuente de chakra, aunque no pudo localizar absolutamente nada - Qué va, no hay nada que pueda advertir - dijo frustrado el muchacho.
La realidad era distinta. Un joven, delgado y de edad similar a Raitaro, permanecía totalmente quieto en una situación elevada a 24 metros al sur. Raitaro y compañía no habían llegado a verle, dado que el chico estaba camuflado con algún jutsu al momento de su paso. Sonriente, el muchacho no tenía protector frontal alguno. A pesar de ello, parecía no estar solo - Recibido, Sara - susurró de forma inaudible. Más arriba, un par de muchachas aguardaban. Fuera de la capacidad visual de los Yotsuki, seguramente proponían algún tipo de contraataque. Una de ellas se asomaba con el cuerpo a tierra, teniendo ventaja visual a unos cincuenta metros de elevación. Ésta presentaba un aspecto llamativo, teniendo una talla bastante más grande que sus otros compañeros - ¿Qué dice Sai? ¿Los tiene? - preguntó la chica. Sara, como la había llamado el joven más cercano a la escena, permanecía con los ojos cerrados y un dedo en la frente - Sí, los tiene... Por lo visto, el más pequeño lleva el símbolo de Amegakure, no contábamos con eso... - explicó una chica rubia. Tenía en su mano un pergamino en cuyo interior había un sello, el cual contenía todo el material robado, razón por la cual habían logrado huir rápidamente - Menudo rollo... Sai puede divertirse con ellos, y mientras nosotras guardamos la posición... ¿Es que no puedes volver con el pergamino y dejarme a mí que me encargue? - proponía la más grande - No, Chōta. Sabes que el maestro no quiere que corramos riesgos tan cerca de un lugar poblado... Deja que Sai los inmovilice y nos piramos - amargaba la rubia - Mierda... No sabes lo que me gustaría a veces que pillasen a Sai. Igual, si me dejáseis luchar, podríamos habernos llevado esos martillos de guerra... Pero no... Tenemos que marcharnos porque un par de civiles nos han encontrado -.
Más abajo, los tres Yotsuki terminaron su puesta en común - ... en ese caso, igual deberíamos separarnos. Yo podría ir sobre los árboles y buscar, aunque me quedaría algo atrás... Vosotros seguid buscando como hasta ahora - ultimaba el más joven. Pero su plan sería predicar en el desierto, cuando de pronto, y de manera incomprensible para los tres, comenzaron a surgir del tronco de los árboles una especie de sombras, las cuales, para mayor horror de la situación, iban armados. Espalda con espalda, los tres se posicionaron para defenderse, cubriendo todos los rincones de los cuales salían - ¿¡Qué cojones significa ésto!? - exclamó Ryuutaro con rostro agitado - ¡Tened cuidado! ¡No dejéis que se acerquen! - advirtió Raitaro con los ojos demasiado abiertos. Su padre, con rostro más sereno, empuñó su arma con fuerza - ¡No me importa quiénes seáis! ¡¡PERO NADIE COMETE EL ERROR DE ATACAR A TRES YOTSUKI AL MISMO TIEMPO!! - exclamó. Semejante grito pudo alzar el sentimiento de valentía más profundo que todos pudieran sentir - ¡Sin miedo! ¡¡AL ATAQUE!! - exclamó de nuevo, haciendo que sus familiares, ahora aliados, se disparasen con todo a aquéllas sombras de procedencia desconocida.