14/04/2019, 15:34
(Última modificación: 14/04/2019, 17:06 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
Era una noche silenciosa en la casa de los Aotsuki. Zetsuo tenía turno de guardia en el hospital, y Kori dormía plácidamente en su propia habitación. Sólo el sonido de sus suaves ronquidos interrumpía aquella quietud. Hasta ahora.
Una súbita nube de humo estalló en la habitación de Ayame, y la muchacha apareció tirada en el suelo de cualquier manera. Quedaba claro que, aunque había conseguido dominar el Chisio Kuchiyose tras largas semanas de entrenamiento, aún le faltaba mucho para aprender a aparecerse de pie y no de aquellas formas tan ridículas. Poco le importó en ese momento. Ayame se levantó de golpe y lo primero que hizo fue encender la lamparita de su mesita de noche para no estar a oscuras y después se puso a dar vueltas por la habitación, sumamente nerviosa. Kaido. Acababa de ver a Kaido en aquel callejón de Tanzaku Gai. Arriba y abajo. Esa piel azul y esos cabellos eran inconfundibles. ¿Y había llamado a Calabaza "Akame"? Arriba y abajo. Ayame respiró hondo de forma entrecortada, tratando de ordenar sus pensamientos. ¡Se suponía que ambos estaban muertos! Kaido había sido asesinado durante su misión de infiltración en esa Banda Organizada, el Dragón Rojo; a Akame lo había matado uno de aquellos Generales.
—¿Cómo no me has avisado como hiciste con Datsue? —preguntó en un susurró, aparentemente hablando sola.
Pero ella nunca estaba sola.
—¿P... pero cómo es posible? ¡Se supone que cuando nos quitan el bijuu morimos! Y si de verdad es él, ¿por qué...?
Ayame se detuvo de golpe, con los ojos abiertos como platos. El Kage Bunshin que había dejado para recopilar información se había deshecho, devolviéndole todo lo que había pasado en aquel breve lapso de tiempo de apenas un minuto. Sus manos temblaron, y una única lágrima rodó por su mejilla.
Con las piernas temblorosas y la habitación dándole vueltas, Ayame se abalanzó sobre la cama y se llevó una mano al oído izquierdo.
—S... se suponía que tenía que... —murmuró para sí, haciendo memoria para recordar las instrucciones para activar aquel cacharro. Entonces acumuló un poco de chakra en el sello que escondía allí, y comenzó a hablar entre susurros—. ¿Nueve llueve? ¿Llueve llueve? ¿Mueve mueve? —preguntó, terriblemente angustiada—. ¡¿Daruu?! ¡¿Datsue?! ¡Por favor, responded, es muy urgente!
Una súbita nube de humo estalló en la habitación de Ayame, y la muchacha apareció tirada en el suelo de cualquier manera. Quedaba claro que, aunque había conseguido dominar el Chisio Kuchiyose tras largas semanas de entrenamiento, aún le faltaba mucho para aprender a aparecerse de pie y no de aquellas formas tan ridículas. Poco le importó en ese momento. Ayame se levantó de golpe y lo primero que hizo fue encender la lamparita de su mesita de noche para no estar a oscuras y después se puso a dar vueltas por la habitación, sumamente nerviosa. Kaido. Acababa de ver a Kaido en aquel callejón de Tanzaku Gai. Arriba y abajo. Esa piel azul y esos cabellos eran inconfundibles. ¿Y había llamado a Calabaza "Akame"? Arriba y abajo. Ayame respiró hondo de forma entrecortada, tratando de ordenar sus pensamientos. ¡Se suponía que ambos estaban muertos! Kaido había sido asesinado durante su misión de infiltración en esa Banda Organizada, el Dragón Rojo; a Akame lo había matado uno de aquellos Generales.
—¿Cómo no me has avisado como hiciste con Datsue? —preguntó en un susurró, aparentemente hablando sola.
Pero ella nunca estaba sola.
«No tenía manera de saberlo, ese tal Calabaza, si de verdad es el Uchiha, ya no tiene a Shukaku con él. Se supone que las dos mitades se unieron en el otro Uchiha después de...»
—¿P... pero cómo es posible? ¡Se supone que cuando nos quitan el bijuu morimos! Y si de verdad es él, ¿por qué...?
«No lo sé, Señorita.»
Ayame se detuvo de golpe, con los ojos abiertos como platos. El Kage Bunshin que había dejado para recopilar información se había deshecho, devolviéndole todo lo que había pasado en aquel breve lapso de tiempo de apenas un minuto. Sus manos temblaron, y una única lágrima rodó por su mejilla.
Con las piernas temblorosas y la habitación dándole vueltas, Ayame se abalanzó sobre la cama y se llevó una mano al oído izquierdo.
—S... se suponía que tenía que... —murmuró para sí, haciendo memoria para recordar las instrucciones para activar aquel cacharro. Entonces acumuló un poco de chakra en el sello que escondía allí, y comenzó a hablar entre susurros—. ¿Nueve llueve? ¿Llueve llueve? ¿Mueve mueve? —preguntó, terriblemente angustiada—. ¡¿Daruu?! ¡¿Datsue?! ¡Por favor, responded, es muy urgente!