(C) Un asesinato en el Norte

[Uchiha Datsue]

Pero Daigo no tuvo necesidad de responder. Geki pudo verlo por sí mismo: una luz en la oscuridad.

Los jóvenes kusajines habían tardado una hora en llegar. Una hora, de Takoizu a Kasketo, a paso de civil. Lo habían hecho en la oscuridad de la noche, y aunque ninguno de los dos se caracterizaba por tener una buena orientación, lo cierto era que el camino no podía ser más fácil. Simplemente: tenían que seguir el curso del río, sin desviarse en lo más mínimo.

La Cascada Infinita estaba situada en la entrada de la pequeña aldea, con un cartel iluminado por luces azules que no dejaba lugar a dudas. Cuando entraron al interior, sin embargo, se lo encontraron vacío.

Una señora de unos cuarenta años, bastante pasada de peso y con un gran lunar en la nariz se encontraba pasando una fregona por la posada y recogiendo los últimos vasos. Quizá los ninjas no se habían dado cuenta, pero ya era tarde. Muy tarde.

—¡Oi! ¿Es que no vieron el cartel? —preguntó, molesta, al verles—. Ya hemos cerrado.