16/04/2019, 03:34
Aquel muchacho alto le aseguraba que no había peligro en lo que estaban haciendo, y aun así no lograba convencer a Kazuma. Este, más para convérsese a sí mismo, recordó haber leído que los rayos se sienten atraídos por las estructuras más altas disponibles (fuese una torre, un árbol o una persona). Aquello le hacía pensar que, si la tormenta decidía golpear a alguien, tendría preferencia por un cuerpo más alto…, como el de quien le acompañaba.
Un poco menos preocupado, se dedicó a apreciar el crecimiento de la tempestad: el viento barría con furia la tierra y la lluvia caía con el peso de las aguas de una cascada. Los truenos se sucedían con tanta velocidad que era difícil decir cuando comenzaba uno y terminaba el otro, como si las nubes estuvieran tratando de imponer su grito por sobre el de las demás. El cielo se mostraba plomizo, arremolinado, ominoso. La oscuridad era más profunda que la noche; pero los contantes destellos les permitían adivinar la mutua compañía, iluminando siluetas efímeras. Tal era la cantidad de rayos descendentes, que la imagen del horizonte era como la raíz ardiente de un árbol de dimensiones colosales, un árbol de fuego y luz, cuya copa debía de estar en el elevado reino de los dioses.
—¡¿Esto siempre es así de intenso?! —pregunto, preocupado por lo rápido que una pequeña tormenta se había transformado en un monstruo aterrador.
Pero aquello era algo fútil, pues ya estando allí retirarse no era una opción y su voz quizás no llegase a oídos de su acompañante.
Un poco menos preocupado, se dedicó a apreciar el crecimiento de la tempestad: el viento barría con furia la tierra y la lluvia caía con el peso de las aguas de una cascada. Los truenos se sucedían con tanta velocidad que era difícil decir cuando comenzaba uno y terminaba el otro, como si las nubes estuvieran tratando de imponer su grito por sobre el de las demás. El cielo se mostraba plomizo, arremolinado, ominoso. La oscuridad era más profunda que la noche; pero los contantes destellos les permitían adivinar la mutua compañía, iluminando siluetas efímeras. Tal era la cantidad de rayos descendentes, que la imagen del horizonte era como la raíz ardiente de un árbol de dimensiones colosales, un árbol de fuego y luz, cuya copa debía de estar en el elevado reino de los dioses.
—¡¿Esto siempre es así de intenso?! —pregunto, preocupado por lo rápido que una pequeña tormenta se había transformado en un monstruo aterrador.
Pero aquello era algo fútil, pues ya estando allí retirarse no era una opción y su voz quizás no llegase a oídos de su acompañante.