17/04/2019, 16:48
Taikarune era famosa por el museo armamentístico instalado en el antiguo castillo del Señor Feudal del País del Fuego. O, al menos, eso era lo que había oído, y eso fue lo que la motivó a querer viajar hasta tan lejos. Sin embargo, conforme se acercaba, a Ayame le sorprendió aún más la morfología de aquella curiosa ciudad, cuyas casas, pequeñas y tradicionales, se erigían sobre un enorme risco con forma de arco que comunicaba el mar con el acantilado.
«Increíble...» Se maravillaba, boquiabierta ante la espectacularidad de aquel paisaje.
Ayame se había detenido un momento para echar mano de una botella de agua y darle varios tientos. El verano comenzaba a arreciar, y el calor cada vez era más asfixiante e insoportable.
—Agh... se ha calentado... —murmuró, con el asco grabado en su gesto.
Fue entonces cuando lo oyó. Unas notas delicadas en el aire y murmullos y risas. Ayame se volvió, curiosa, y no tardó mucho en encontrar el origen de aquel sonido. Cerca de la entrada de la ciudad, un hombre vestido con ropas harapientas y cuerpo sumido en la más absoluta podredumbre, tocaba un curioso instrumento similar a una guitarra pero de menor tamaño. El hombre cantaba; pero la gente, lejos de sentir admiración por él... se reían. Y es que, en los versos que el pobre mendigo soltaba al aire, el orden de las palabras muchas veces parecía tomar un rumbo completamente aleatorio. Ayame llegó a escuchar cosas como "en mosca cerrada no entran bocas", o "a dentado regalado no le mires el caballo".
«¿Se está tomando ciertas licencias artísticas o... es disléxico?» Se preguntó, ladeando ligeramente la cabeza.
«Increíble...» Se maravillaba, boquiabierta ante la espectacularidad de aquel paisaje.
Ayame se había detenido un momento para echar mano de una botella de agua y darle varios tientos. El verano comenzaba a arreciar, y el calor cada vez era más asfixiante e insoportable.
—Agh... se ha calentado... —murmuró, con el asco grabado en su gesto.
Fue entonces cuando lo oyó. Unas notas delicadas en el aire y murmullos y risas. Ayame se volvió, curiosa, y no tardó mucho en encontrar el origen de aquel sonido. Cerca de la entrada de la ciudad, un hombre vestido con ropas harapientas y cuerpo sumido en la más absoluta podredumbre, tocaba un curioso instrumento similar a una guitarra pero de menor tamaño. El hombre cantaba; pero la gente, lejos de sentir admiración por él... se reían. Y es que, en los versos que el pobre mendigo soltaba al aire, el orden de las palabras muchas veces parecía tomar un rumbo completamente aleatorio. Ayame llegó a escuchar cosas como "en mosca cerrada no entran bocas", o "a dentado regalado no le mires el caballo".
«¿Se está tomando ciertas licencias artísticas o... es disléxico?» Se preguntó, ladeando ligeramente la cabeza.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)