30/10/2015, 23:54
Apenas hacia una semana que la joven Mitsuki había desembarcado en el continente y puesto los pies por primera vez en la Aldea de Uzushiogakure. La vida en el continente no le resultaba del todo desagradable por el momento, en la aldea eran muy amables con ella e incluso le habían dejado un tiempo para que se aclimatese tanto al tiempo como a las constumbres, antes de que se incorporase al servicio como gennin. Tiempo que había decidido emplear en conocer un poco los alrededores, a la vez que se probaba fuera de su mundo por primera vez en situaciones cotidianas. Sin duda un primer paso antes de verse envuelta en otro tipo de situaciones seguramente menos favorables para ella.
Siguiendo las indicaciones de uno de los secretarios del Señor Feudal, que la recibió en el puerto cuando llegó, había puesto rumbo hacia las Planicies del Silencio justo al norte de Uzushio.
La joven avanzaba bastante rápido, era mucho más fácil atravesar aquella hierva de color verde oscuro que las montañas de nieve que rodeaban su hogar, aunque debía de reconocer que tener aquel potente Sol todo el día sobre sus hombros era un poco incómodo. No estaba aconstumbrada a recibir los rayos de luz tan constantemente como en aquel lugar, además la planicie era un lugar bastante húmedo. Seguramente en verano debía ser un lugar bastante caluroso, pero por suerte estaba bien entrado el otoño y corría un agradable viento del Oeste: Seco y fresco. Algo que la joven interpreto como un regalo de Byakko para hacerle más llevadero el viaje.
Ataviada con su vestimenta habitual, chaqueta blanca, pantalón y camiseta gris, se sentía bastante más animada. Dejar su tierra había sido duro para ella, no sólo por abandonar a su querida maestra, si no por que no sabía muy bien hacia donde iría y que tipo de personas se encontraría en el camino. Además, era la primera vez en su vida que se sentía tan libre. Desde muy pequeña había tenido que lidiar con muchas responsabilidades como Akikara na, ir de aquí a allá siguiendo a su maestra casi sin tiempo para ella misma. No podía quejarse de su vida pues había sido realmente buena, había compartido grandes momentos con su anciana maestra y sin lugar a dudas había sido muy feliz... pero aquella sensación de solo tener que pensar en poner un pie delante del otro, no saber hacia donde te dirigen tus paso, que lugares o gentes vas a conocer. Aquello era una libertad que la hacia sentirse viva como jamás se había sentido, sentía que cualquier cosa era posible.
Era una sensación tan maravillosa que incluso la asustaba, tenía miedo de que le gustase tanto que cuando llegase el momento no pudiese cumplir con su deber como sucesora. La desazón se apoderó de ella por un instante, la duda era dolorosa pues durante ese breve momento sintió que no tenía elección.
La joven aparto los pensamientos con un brusco movimiento de cabeza, haciendo que su melena ondease en el viento siguiendo el movimiento. No podía pensar aquellas cosas, no estaba bien, además quedaba mucho tiempo... aún tenía mucho tiempo para encontrar lo que había venido a buscar al continente... mucho tiempo para encontrar en quién debía de convertirse.
Cuando volvió a concentrarse en el camino, se dio cuenta de que la mañana había avanzado bastante. Ya debía de ser casi mediodía y el calor apretaba un poco más, seguramente para alguien de aquellos lares la temperatura sería ideal pero para alguien criada en la nieve comenzaba a ser un poco agobiante. Sin embargo, estaba de suerte. Justo frente a ella se alzaban un montón de piedras que parecían seguir un patrón lógico o eso le pareció, era algún tipo de construcción. Extraña, pero una construcción pues no le cabía en su cabeza la posibilidad de que las piedras hubiesen acabado en aquella extraña posición por mero azar. Mas no le importó mucho tampoco saber el origen, solo le importaba en aquel instante que eran lo suficientemente grande como para dar buena sombra. Así que decidió descansar un rato bajo ellas, la joven arrancó a correr en dirección a los dólmenes.
La sensación de sentir la hierva bajos sus pies, el viento en el rostro... era algo maravilloso. Su cabello ondeando al viento junto con su cinta y chaqueta, simplemente maravilloso. Nunca pensó que estando lejos de Kusabi podría sentirse así.
No tardó mucho en llegar hasta el extraño monumento, las piedras eran mucho más grandes de lo que le habían parecido desde la distancia. No pudo evitar hacercarse a la más cercana y acariciarla, era muy aspera, sin duda llevaba mucho tiempo allí sufriendo las inclemencias del tiempo pero a pesar del rugoso tacto, no aparto la mano. Casi podía sentir como las piedras desaban contarle por que estaban allí, pero ella no podía entenderlas, trato de aguzar el oido y escuchó una voz, lejana y femenina aunque tan sólo pudo escuchar un pequeño fragmento de lo que decía. Al parecer necesitaba katanas.
La joven torció el gesto, no podían ser las piedras, para que querrían las piedras unas katanas así que comenzó a caminar entre las rocas buscando el origen de la voz. Apensa dio unos pasos hasta que localizó una figura de larga melena rubia que parecía estar acicalandose sobre una de las rocas elevadas en posición horizontal. Lo poco que pudo ver de su vestimenta era bastante diferente a lo que había visto hasta ahora, además iba armada. Lo primero que le vino a la cabeza es que podría ser algún tipo de bandido, había oído que en el continente era bastante común encontrarse con esos sanguinarios saqueadores pero esta parecía estar sola y siempre le habían contado que iban en grupo.
La peliblanca dudaba en que hacer, no quería toparse con bandidos, lo último que quería era terminar en un combate absurdo. Pensó en volver por donde había venido, pero aquella mujer (pues le pareció más mayor que ella) no parecía un peligro inminente, de hecho se veía bastante relajada y concentrada en el mantenimiento de su cabellera. Quizás incluso fuese una kunoichi al fin y al cabo de Uzushio, ¿por qué no podria ser? estaban cerca de la aldea y si ese fuese el caso sería bastante mal educado no presentarse o quizás solo una lugareña que había hecho una parada. Fuese lo que fuese, estaba allí y debía de decidirse ya que iba a hacer pues corría el riesgo de que la chica se diese cuenta de su presencia. Quería y no quería y en la duda se quedó durante unos isntantes sin saber que hacer.
Siguiendo las indicaciones de uno de los secretarios del Señor Feudal, que la recibió en el puerto cuando llegó, había puesto rumbo hacia las Planicies del Silencio justo al norte de Uzushio.
La joven avanzaba bastante rápido, era mucho más fácil atravesar aquella hierva de color verde oscuro que las montañas de nieve que rodeaban su hogar, aunque debía de reconocer que tener aquel potente Sol todo el día sobre sus hombros era un poco incómodo. No estaba aconstumbrada a recibir los rayos de luz tan constantemente como en aquel lugar, además la planicie era un lugar bastante húmedo. Seguramente en verano debía ser un lugar bastante caluroso, pero por suerte estaba bien entrado el otoño y corría un agradable viento del Oeste: Seco y fresco. Algo que la joven interpreto como un regalo de Byakko para hacerle más llevadero el viaje.
Ataviada con su vestimenta habitual, chaqueta blanca, pantalón y camiseta gris, se sentía bastante más animada. Dejar su tierra había sido duro para ella, no sólo por abandonar a su querida maestra, si no por que no sabía muy bien hacia donde iría y que tipo de personas se encontraría en el camino. Además, era la primera vez en su vida que se sentía tan libre. Desde muy pequeña había tenido que lidiar con muchas responsabilidades como Akikara na, ir de aquí a allá siguiendo a su maestra casi sin tiempo para ella misma. No podía quejarse de su vida pues había sido realmente buena, había compartido grandes momentos con su anciana maestra y sin lugar a dudas había sido muy feliz... pero aquella sensación de solo tener que pensar en poner un pie delante del otro, no saber hacia donde te dirigen tus paso, que lugares o gentes vas a conocer. Aquello era una libertad que la hacia sentirse viva como jamás se había sentido, sentía que cualquier cosa era posible.
Era una sensación tan maravillosa que incluso la asustaba, tenía miedo de que le gustase tanto que cuando llegase el momento no pudiese cumplir con su deber como sucesora. La desazón se apoderó de ella por un instante, la duda era dolorosa pues durante ese breve momento sintió que no tenía elección.
La joven aparto los pensamientos con un brusco movimiento de cabeza, haciendo que su melena ondease en el viento siguiendo el movimiento. No podía pensar aquellas cosas, no estaba bien, además quedaba mucho tiempo... aún tenía mucho tiempo para encontrar lo que había venido a buscar al continente... mucho tiempo para encontrar en quién debía de convertirse.
Cuando volvió a concentrarse en el camino, se dio cuenta de que la mañana había avanzado bastante. Ya debía de ser casi mediodía y el calor apretaba un poco más, seguramente para alguien de aquellos lares la temperatura sería ideal pero para alguien criada en la nieve comenzaba a ser un poco agobiante. Sin embargo, estaba de suerte. Justo frente a ella se alzaban un montón de piedras que parecían seguir un patrón lógico o eso le pareció, era algún tipo de construcción. Extraña, pero una construcción pues no le cabía en su cabeza la posibilidad de que las piedras hubiesen acabado en aquella extraña posición por mero azar. Mas no le importó mucho tampoco saber el origen, solo le importaba en aquel instante que eran lo suficientemente grande como para dar buena sombra. Así que decidió descansar un rato bajo ellas, la joven arrancó a correr en dirección a los dólmenes.
La sensación de sentir la hierva bajos sus pies, el viento en el rostro... era algo maravilloso. Su cabello ondeando al viento junto con su cinta y chaqueta, simplemente maravilloso. Nunca pensó que estando lejos de Kusabi podría sentirse así.
No tardó mucho en llegar hasta el extraño monumento, las piedras eran mucho más grandes de lo que le habían parecido desde la distancia. No pudo evitar hacercarse a la más cercana y acariciarla, era muy aspera, sin duda llevaba mucho tiempo allí sufriendo las inclemencias del tiempo pero a pesar del rugoso tacto, no aparto la mano. Casi podía sentir como las piedras desaban contarle por que estaban allí, pero ella no podía entenderlas, trato de aguzar el oido y escuchó una voz, lejana y femenina aunque tan sólo pudo escuchar un pequeño fragmento de lo que decía. Al parecer necesitaba katanas.
La joven torció el gesto, no podían ser las piedras, para que querrían las piedras unas katanas así que comenzó a caminar entre las rocas buscando el origen de la voz. Apensa dio unos pasos hasta que localizó una figura de larga melena rubia que parecía estar acicalandose sobre una de las rocas elevadas en posición horizontal. Lo poco que pudo ver de su vestimenta era bastante diferente a lo que había visto hasta ahora, además iba armada. Lo primero que le vino a la cabeza es que podría ser algún tipo de bandido, había oído que en el continente era bastante común encontrarse con esos sanguinarios saqueadores pero esta parecía estar sola y siempre le habían contado que iban en grupo.
La peliblanca dudaba en que hacer, no quería toparse con bandidos, lo último que quería era terminar en un combate absurdo. Pensó en volver por donde había venido, pero aquella mujer (pues le pareció más mayor que ella) no parecía un peligro inminente, de hecho se veía bastante relajada y concentrada en el mantenimiento de su cabellera. Quizás incluso fuese una kunoichi al fin y al cabo de Uzushio, ¿por qué no podria ser? estaban cerca de la aldea y si ese fuese el caso sería bastante mal educado no presentarse o quizás solo una lugareña que había hecho una parada. Fuese lo que fuese, estaba allí y debía de decidirse ya que iba a hacer pues corría el riesgo de que la chica se diese cuenta de su presencia. Quería y no quería y en la duda se quedó durante unos isntantes sin saber que hacer.