20/04/2019, 22:58
Lejos de amedrentarse con las burlas ajenas, el peculiar músico continuó su labor. De hecho estas parecían estar alimentando el fuego de sus canciones, de su orgullo, de su satisfacción. Aquello era lo que llevaba a Ayame a pensar que de verdad aquellos fallos eran parte del espectáculo; de hecho, la gente se congregaba a su alrededor en mayor abundancia. Hasta el punto que se hacía incluso difícil moverse con libertad.
Pero entonces, de repente, el músico dejó de tocar su peculiar instrumento. Soltó un suspiro pausado mientras varias personas clamaban, riéndose a mandíbula batiente, que ya debía de haberse cansado de hacer el idiota. Entonces levantó el instrumento y...
Ayame pegó un bote en el sitio cuando el instrumento se estrelló contra el suelo, quedando como un pobre amasijo de madera y cuerdas enredadas que entonaron una última nota antes de expirar.
—¡SOVOTROS! ¡HIENAS DE UN HIJO! —aulló enloquecido, con los ojos inyectados en sangre y señalándolos con el astillado cadáver—. ¡LOS YO SOY TONTOS, NO SOVOTROS! ¡JAJAJAJA!
Pero en lugar de bajarle los humos a la multitud, lo único que recibió en respuesta fueron más burlas e insultos. Y de un momento a otro, alguien se abrió paso entre la multitud e invadió el escenario del músico. Era un chico con rastas, con una brillante bandana de shinobi de Kusagakure en su brazo.
—¡VERGÜENZA DEBERÍA DAROS! ¡REÍRSE ASÍ DE UNA PERSONA NO ESTÁ BIEN! ¡EL ES MAS VALIENTE QUE TODOS VOSOTROS JUNTOS!
Y entonces el foco de los insultos se volvió contra él. Ayame, que se había ido moviendo hacia los linderos de la multitud, se llevó una mano al pecho, sin saber muy bien cómo actuar. ¿Qué podía hacer? No estaba bien que se burlaran de aquel mendigo de aquella forma, y mucho menos por su problema en el habla. ¿Pero cómo iba a enfrentarse a una multitud así? Tampoco podía ponerse a atacar a civiles así como así, ¡ella era una kunoichi! Al final, tras varios segundos de incertidumbre, juntó las manos en tres sellos consecutivos e inspiró profundamente. Alzó la cabeza, y de sus labios brotó un chorro de agua a presión que pasó por encima del gentío, regándolos con gotas de lluvia que cayeron con pesadez sobre sus cabezas y sus hombros.
—¡Aquí no hay nada que ver ya! —exclamó, haciendo acopio de una valentía que estaba muy lejos de sentir y que se manifestó en sus piernas temblorosas—. ¡Marcháos antes de que llame a las autoridades de Taikarune!
Pero entonces, de repente, el músico dejó de tocar su peculiar instrumento. Soltó un suspiro pausado mientras varias personas clamaban, riéndose a mandíbula batiente, que ya debía de haberse cansado de hacer el idiota. Entonces levantó el instrumento y...
¡CRUUUUSHH!
Ayame pegó un bote en el sitio cuando el instrumento se estrelló contra el suelo, quedando como un pobre amasijo de madera y cuerdas enredadas que entonaron una última nota antes de expirar.
—¡SOVOTROS! ¡HIENAS DE UN HIJO! —aulló enloquecido, con los ojos inyectados en sangre y señalándolos con el astillado cadáver—. ¡LOS YO SOY TONTOS, NO SOVOTROS! ¡JAJAJAJA!
Pero en lugar de bajarle los humos a la multitud, lo único que recibió en respuesta fueron más burlas e insultos. Y de un momento a otro, alguien se abrió paso entre la multitud e invadió el escenario del músico. Era un chico con rastas, con una brillante bandana de shinobi de Kusagakure en su brazo.
—¡VERGÜENZA DEBERÍA DAROS! ¡REÍRSE ASÍ DE UNA PERSONA NO ESTÁ BIEN! ¡EL ES MAS VALIENTE QUE TODOS VOSOTROS JUNTOS!
Y entonces el foco de los insultos se volvió contra él. Ayame, que se había ido moviendo hacia los linderos de la multitud, se llevó una mano al pecho, sin saber muy bien cómo actuar. ¿Qué podía hacer? No estaba bien que se burlaran de aquel mendigo de aquella forma, y mucho menos por su problema en el habla. ¿Pero cómo iba a enfrentarse a una multitud así? Tampoco podía ponerse a atacar a civiles así como así, ¡ella era una kunoichi! Al final, tras varios segundos de incertidumbre, juntó las manos en tres sellos consecutivos e inspiró profundamente. Alzó la cabeza, y de sus labios brotó un chorro de agua a presión que pasó por encima del gentío, regándolos con gotas de lluvia que cayeron con pesadez sobre sus cabezas y sus hombros.
—¡Aquí no hay nada que ver ya! —exclamó, haciendo acopio de una valentía que estaba muy lejos de sentir y que se manifestó en sus piernas temblorosas—. ¡Marcháos antes de que llame a las autoridades de Taikarune!