21/04/2019, 19:00
La acción de Ayame sembró algo más de caos entre la multitud. Como civiles que eran, noo eran muchos los que habían visto en acción de las artes shinobi, y varias de aquellas personas salieron corriendo cuando la ira de Amenokami cayó sobre ellos como una inofensiva lluvia que debió ser interpretada como un peligroso ataque contra ellos. Otras, por el contrario, optaron por maldecir y gritar. Afortunadamente, la calma no tardó en regresar, tal y como debía ser.
—¡NOÑIS! ¡QUE ME NEGOCIO EL FASTEDIEIS! —bramaba el pobre músico, que en aquellos instantes se llevaba las manos a la cabeza.
Y Ayame parpadeó varias veces, notablemente confundida. ¿Acaso había hecho mal metiéndose?
—Muchas gracias por la ayuda, la cosa se me estaba yendo de las manos —la voz del shinobi que había saltado a su defensa en primer lugar la sobresaltó, pero Ayame se volvió enseguida hacia él con una afable sonrisa.
—No hay de qué, compañero —respondió, aunque enseguida contrajo el gesto en una mueca de incomodidad—. Aunque algo me dice que a él no le ha hecho mucha gracia...
El de Kusagakure se volvió hacia el pobre artista callejero.
—Perdona, pero... ¿de qué hablabas? ¿qué negocio estropeamos?
—Mísa cosas... misa cosas... ni soca... jajaja... —balbuceó, de forma tan nerviosa que resultaba casi imposible entenderle.
—¿Tus cosas? Ah... tu guitarrita... —dijo Ayame, apenada, contemplando los restos del instrumento que pendían inertes de la mano del hombre.
—¡NOÑIS! ¡QUE ME NEGOCIO EL FASTEDIEIS! —bramaba el pobre músico, que en aquellos instantes se llevaba las manos a la cabeza.
Y Ayame parpadeó varias veces, notablemente confundida. ¿Acaso había hecho mal metiéndose?
—Muchas gracias por la ayuda, la cosa se me estaba yendo de las manos —la voz del shinobi que había saltado a su defensa en primer lugar la sobresaltó, pero Ayame se volvió enseguida hacia él con una afable sonrisa.
—No hay de qué, compañero —respondió, aunque enseguida contrajo el gesto en una mueca de incomodidad—. Aunque algo me dice que a él no le ha hecho mucha gracia...
El de Kusagakure se volvió hacia el pobre artista callejero.
—Perdona, pero... ¿de qué hablabas? ¿qué negocio estropeamos?
—Mísa cosas... misa cosas... ni soca... jajaja... —balbuceó, de forma tan nerviosa que resultaba casi imposible entenderle.
—¿Tus cosas? Ah... tu guitarrita... —dijo Ayame, apenada, contemplando los restos del instrumento que pendían inertes de la mano del hombre.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)