1/05/2019, 20:20
—N-no... ¡no nada sé! —insistía el músico, aunque saltaba a la legua que les estaba mintiendo vilmente.
—¡Basta ya! Sabemos que has tenido algo que ver, y que encubres a alguien —replicó el de Kusagakure—. Me importa una mierda el dinero que tenía, pero no pienso pasar por alto a toda la gente que has fastidiado.
Pero Ayame no compartía su opinión. Para nada. Esa cartera era muy importante para ella, e iba a recuperarla costase lo que costase.
—En-en sirio, no-
—¡OÍDME TODOS! ¡ÉSTE HOM-
—¡N-no! ¡réhabla! ¡réhabla! —El músico terminó por rendirse al verse ante las fauces del lobo, temeroso de lo que estaba por venir si no soltaba prenda—. H-ha dosi... ha dosi... Hamurana Ino... ha dosi ella... —confesó, antes de romper a llorar definitivamente y clavar las rodillas en el suelo mientras se tapaba el rostro con las manos.
Una amarga congoja se rompió en el pecho de Ayame al verle de aquella manera, tan aterrorizado como un chiquillo. Si debía ser sincera, no se sentía nada orgullosa presionando a aquel músico de aquella manera, pero no había visto otra opción. No si querían recuperar sus pertenencias.
—¿Lo creemos?
—¡Y yo qué sé! ¡Ni siquiera he entendido lo último que ha dicho! —estalló Ayame, con un aspaviento de los brazos.
—Ababauer —un extraño ladrido llamó su atención. Un husky siberiano en el que no había reparado hasta el momento les miraba con fijeza, sobre todo al de Kusagakure.
En cualquier otra ocasión, Ayame se habría deshecho con el animal, pero en aquellos instantes estaba demasiado tensa como para pensar en algo así siquiera.
—¿Dónde podemos encontrar a esa... Hanamura Ino? —inquirió.
—¡Basta ya! Sabemos que has tenido algo que ver, y que encubres a alguien —replicó el de Kusagakure—. Me importa una mierda el dinero que tenía, pero no pienso pasar por alto a toda la gente que has fastidiado.
Pero Ayame no compartía su opinión. Para nada. Esa cartera era muy importante para ella, e iba a recuperarla costase lo que costase.
—En-en sirio, no-
—¡OÍDME TODOS! ¡ÉSTE HOM-
—¡N-no! ¡réhabla! ¡réhabla! —El músico terminó por rendirse al verse ante las fauces del lobo, temeroso de lo que estaba por venir si no soltaba prenda—. H-ha dosi... ha dosi... Hamurana Ino... ha dosi ella... —confesó, antes de romper a llorar definitivamente y clavar las rodillas en el suelo mientras se tapaba el rostro con las manos.
Una amarga congoja se rompió en el pecho de Ayame al verle de aquella manera, tan aterrorizado como un chiquillo. Si debía ser sincera, no se sentía nada orgullosa presionando a aquel músico de aquella manera, pero no había visto otra opción. No si querían recuperar sus pertenencias.
—¿Lo creemos?
—¡Y yo qué sé! ¡Ni siquiera he entendido lo último que ha dicho! —estalló Ayame, con un aspaviento de los brazos.
—Ababauer —un extraño ladrido llamó su atención. Un husky siberiano en el que no había reparado hasta el momento les miraba con fijeza, sobre todo al de Kusagakure.
En cualquier otra ocasión, Ayame se habría deshecho con el animal, pero en aquellos instantes estaba demasiado tensa como para pensar en algo así siquiera.
—¿Dónde podemos encontrar a esa... Hanamura Ino? —inquirió.