4/05/2019, 18:38
—No, no debería poder teletransportarse a Ame, Ayame —Fue Datsue el que respondió a su pregunta—. Akame solo puede teletransportarse a sitios que haya visto.
Y ella dejó escapar el aire que había estado conteniendo en un sentido suspiro cargado de alivio.
—Gracias... Datsue —dijo, y aunque no le tenía cara a cara supo por el tono de su voz que no era un tema del que le agradase hablar. Ella entendía como nadie el secretismo con las técnicas de un clan propio, por lo que de verdad agradecía que le hubiera ofrecido una información así.
—Hanabi-sama… —añadió el Uchiha, ahora hacia su Kage—. Confío en usted más que en mí mismo. Pero creo que esta es una oportunidad única. ¿Cuánto hace que estamos tras Dragón Rojo? ¿Desde la muerte de Koko? Y corregidme si me equivoco, pero no se ha hecho gran avance.
«¿Ellos también están detrás de Dragón Rojo?» Desde luego, aquello era algo que Ayame no esperaba. Sin embargo, guardó un respetuoso silencio.
—Son escurridizos, esos tipos. Pero ahora sabemos dónde han estado. Tanzaku Gai. Dadme a Inuzuka Nabi, o a cualquier ninja rastreador, y quizá todavía estemos a tiempo de seguir su rastro. Y una vez encontrado… Tengo mis ases bajo la manga, Hanabi-sama. Si la cosa fuese muy mal, podría avisar a nuestros aliados, ¡a Daruu! En un segundo estaría a mi lado, ayudándome o trayéndome de vuelta a casa de ser necesario. ¿Verdad que sí? Esa es una carta con la que ni Kaido ni Akame se imaginan que tenga. Además, sabéis que pillarle no va a ser nada fácil con su técnica de teletransporte. Pero yo… Yo tengo un método para no perderle de vista. Solo necesito un momento, un segundo… y le será imposible escapar de nosotros por el resto de su vida. Además, Ayame lo dijo. Ahora está emborrachándose, drogándose… ¡Este es nuestro mejor momento!
Ayame se mordió la lengua. Precisamente aquella era una información que había decidido mantener oculta a los oídos de Hanabi.
—Lo pensaré, Datsue, pero no te prometo nada —respondió el Uzukage—. Hay demasiado en riesgo, tú más que nadie lo sabes. Y lo quieras o no, Akame no es nuestro principal enemigo. Allí afuera, los monstruos nos acechan. Tenemos que cuidarnos entre nosotros. A ti. A Ayame. Sois piezas claves en lo que está por venir. Así que actúa en consecuencia —añadió, tajante—. Ayame-san, Daruu-san. Les estoy muy agradecido por la voluntad y el valor que habéis tenido de cooperar con Uzushiogakure no Sato al compartirnos esta información, aún corriendo el riesgo de que dudáramos de vuestra palabra. Han honrado el Pacto de las Tres Grandes, y por ello, os doy las gracias.
—Era mi deber, Uzukage-sama. Como kunoichi... y como amiga —respondió, inclinando la cabeza. Aquellas palabras aún sonaban terriblemente extrañas en su paladar refiriéndose a Datsue, pero de verdad lo había sentido así.
—Gracias por sus palabras, Hanabi-dono. Nosotros estamos en plena misión, y tenemos también problemas de Amegakure de los que preocuparnos, así que no les molestaremos más —intervino Daruu—. No obstante déjeme decirle algo a Datsue antes. En cuanto a que puedo estar contigo rápidamente... eh, ya, ya sé que fue una cagada, pero si no recuerdo mal, no te volví a colocar la marca. Así que no puedo.
Ayame se llevó una mano a la frente en una sonora palmada. Acababa de recordar de que, con la angustia de la noche, ella misma había olvidado renovar su marca en su habitación en Amegakure.
—Si te parece bien, quedamos en una semana los tres en el Valle de los Dojos. En el templo de Hokutōmori, el genérico. Estoy aquí para recuperar mi Byakugan, Datsue. Si no nos encuentras en Hokutōmori... es que no hemos salido de aquí con vida. Pero no pretendo palmarla, así que... ¡hasta luego!
—Hanabi-dono, Datsue. Cuenten conmigo para lo que sea necesario —se despidió Ayame, antes de desactivar su propio sello.
Y su voz difuminaría en el más profundo silencio en aquella sala.
Y ella dejó escapar el aire que había estado conteniendo en un sentido suspiro cargado de alivio.
—Gracias... Datsue —dijo, y aunque no le tenía cara a cara supo por el tono de su voz que no era un tema del que le agradase hablar. Ella entendía como nadie el secretismo con las técnicas de un clan propio, por lo que de verdad agradecía que le hubiera ofrecido una información así.
—Hanabi-sama… —añadió el Uchiha, ahora hacia su Kage—. Confío en usted más que en mí mismo. Pero creo que esta es una oportunidad única. ¿Cuánto hace que estamos tras Dragón Rojo? ¿Desde la muerte de Koko? Y corregidme si me equivoco, pero no se ha hecho gran avance.
«¿Ellos también están detrás de Dragón Rojo?» Desde luego, aquello era algo que Ayame no esperaba. Sin embargo, guardó un respetuoso silencio.
—Son escurridizos, esos tipos. Pero ahora sabemos dónde han estado. Tanzaku Gai. Dadme a Inuzuka Nabi, o a cualquier ninja rastreador, y quizá todavía estemos a tiempo de seguir su rastro. Y una vez encontrado… Tengo mis ases bajo la manga, Hanabi-sama. Si la cosa fuese muy mal, podría avisar a nuestros aliados, ¡a Daruu! En un segundo estaría a mi lado, ayudándome o trayéndome de vuelta a casa de ser necesario. ¿Verdad que sí? Esa es una carta con la que ni Kaido ni Akame se imaginan que tenga. Además, sabéis que pillarle no va a ser nada fácil con su técnica de teletransporte. Pero yo… Yo tengo un método para no perderle de vista. Solo necesito un momento, un segundo… y le será imposible escapar de nosotros por el resto de su vida. Además, Ayame lo dijo. Ahora está emborrachándose, drogándose… ¡Este es nuestro mejor momento!
Ayame se mordió la lengua. Precisamente aquella era una información que había decidido mantener oculta a los oídos de Hanabi.
—Lo pensaré, Datsue, pero no te prometo nada —respondió el Uzukage—. Hay demasiado en riesgo, tú más que nadie lo sabes. Y lo quieras o no, Akame no es nuestro principal enemigo. Allí afuera, los monstruos nos acechan. Tenemos que cuidarnos entre nosotros. A ti. A Ayame. Sois piezas claves en lo que está por venir. Así que actúa en consecuencia —añadió, tajante—. Ayame-san, Daruu-san. Les estoy muy agradecido por la voluntad y el valor que habéis tenido de cooperar con Uzushiogakure no Sato al compartirnos esta información, aún corriendo el riesgo de que dudáramos de vuestra palabra. Han honrado el Pacto de las Tres Grandes, y por ello, os doy las gracias.
—Era mi deber, Uzukage-sama. Como kunoichi... y como amiga —respondió, inclinando la cabeza. Aquellas palabras aún sonaban terriblemente extrañas en su paladar refiriéndose a Datsue, pero de verdad lo había sentido así.
—Gracias por sus palabras, Hanabi-dono. Nosotros estamos en plena misión, y tenemos también problemas de Amegakure de los que preocuparnos, así que no les molestaremos más —intervino Daruu—. No obstante déjeme decirle algo a Datsue antes. En cuanto a que puedo estar contigo rápidamente... eh, ya, ya sé que fue una cagada, pero si no recuerdo mal, no te volví a colocar la marca. Así que no puedo.
Ayame se llevó una mano a la frente en una sonora palmada. Acababa de recordar de que, con la angustia de la noche, ella misma había olvidado renovar su marca en su habitación en Amegakure.
—Si te parece bien, quedamos en una semana los tres en el Valle de los Dojos. En el templo de Hokutōmori, el genérico. Estoy aquí para recuperar mi Byakugan, Datsue. Si no nos encuentras en Hokutōmori... es que no hemos salido de aquí con vida. Pero no pretendo palmarla, así que... ¡hasta luego!
—Hanabi-dono, Datsue. Cuenten conmigo para lo que sea necesario —se despidió Ayame, antes de desactivar su propio sello.
Y su voz difuminaría en el más profundo silencio en aquella sala.