26/05/2019, 17:43
Etsu y la Ayame original entraron en la joyería de la derecha, La Hermosa Naturaleza.
—¡Con permiso! —El de Kusagakure fue el primero en entrar, con todo el desparpajo que le imprimía a su papel.
Por dentro, el local no era tan diferente a lo que cabía esperar después de haberla visto por fuera. Estaba mal iluminado, con apenas unos candelabros colgados de unas paredes de color caoba que le hacían un flaco favor a aquel aspecto. Tres pilares blancos sostenían el techo y, alrededos, numerosas vitrinas lucían diversas piezas de plata, oro y brillantes piedras preciosas.
«A lo mejor deberíamos haber escogido un disfraz de góticos...» Pensó Ayame, torciendo ligeramente el gesto.
—¿Qué buscan aquí? —les preguntó una mujer desde detrás del mostrador. Lejos de mostrar la clásica hospitalidad de cualquier vendedor, casi parecía que quería despacharlos cuanto antes. De larga cabellera oscura como una noche sin luna, apariencia de muñeca de porcelana y vestida con un kimono verde. Lo más destacable eran sus ojos: rojos como la sangre.
Ayame sintió la tentación de apartar la mirada en cuanto los posó sobre ellos, pero enseguida reparó en que no era el Sharingan. Sólo... un color singular y exótico.
—Mi compañero y yo estamos buscando al encargado de esta tienda —habló, de forma certera y sin tapujos—. Querríamos resolver ciertos tratos económicos.
La réplica de Ayame, ahora transformada en aquel elegante hombre, se adentró en la otra joyería. Paredes de un pulcro color blanco y múltiples escaparates con todo tipo de joyas le recibieron entre vistosos destellos de luz y de color.
—Hola joven, bienvenido —le saludó una anciana desde detrás del mostrador. Largos cabellos del color de la nieve caían desde su espalda como una cascada hasta sus tobillos—. Por favor, espere mientras termino de atender a la pareja.
—Por supuesto, no se preocupe por mí. No tengo ninguna prisa —respondió, con una reverenda floritura, mientras se acercaba a cotillear los diferentes escaparates y a esperar a que la pareja a la que estaba atendiendo la anciana se decidiese por algún anillo de bodas.
—¡Con permiso! —El de Kusagakure fue el primero en entrar, con todo el desparpajo que le imprimía a su papel.
Por dentro, el local no era tan diferente a lo que cabía esperar después de haberla visto por fuera. Estaba mal iluminado, con apenas unos candelabros colgados de unas paredes de color caoba que le hacían un flaco favor a aquel aspecto. Tres pilares blancos sostenían el techo y, alrededos, numerosas vitrinas lucían diversas piezas de plata, oro y brillantes piedras preciosas.
«A lo mejor deberíamos haber escogido un disfraz de góticos...» Pensó Ayame, torciendo ligeramente el gesto.
—¿Qué buscan aquí? —les preguntó una mujer desde detrás del mostrador. Lejos de mostrar la clásica hospitalidad de cualquier vendedor, casi parecía que quería despacharlos cuanto antes. De larga cabellera oscura como una noche sin luna, apariencia de muñeca de porcelana y vestida con un kimono verde. Lo más destacable eran sus ojos: rojos como la sangre.
Ayame sintió la tentación de apartar la mirada en cuanto los posó sobre ellos, pero enseguida reparó en que no era el Sharingan. Sólo... un color singular y exótico.
—Mi compañero y yo estamos buscando al encargado de esta tienda —habló, de forma certera y sin tapujos—. Querríamos resolver ciertos tratos económicos.
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La réplica de Ayame, ahora transformada en aquel elegante hombre, se adentró en la otra joyería. Paredes de un pulcro color blanco y múltiples escaparates con todo tipo de joyas le recibieron entre vistosos destellos de luz y de color.
—Hola joven, bienvenido —le saludó una anciana desde detrás del mostrador. Largos cabellos del color de la nieve caían desde su espalda como una cascada hasta sus tobillos—. Por favor, espere mientras termino de atender a la pareja.
—Por supuesto, no se preocupe por mí. No tengo ninguna prisa —respondió, con una reverenda floritura, mientras se acercaba a cotillear los diferentes escaparates y a esperar a que la pareja a la que estaba atendiendo la anciana se decidiese por algún anillo de bodas.