6/06/2019, 00:41
Era una tarde rara aquella. El verano había entrado con fuerza, pero para cualquier habitante del País de la Tormenta aquello no eran más que noticias lejanas. No aquel día. Amenokami se había hecho a un lado, y aunque seguía tan nublado como de costumbre, había dejado de llover. En contraposición, un aire tan cálido como asfixiante soplaba entre los acantilados.
Ayame, con una mochila a cuestas, se abanicó con una mano, pero no tuvo demasiado éxito. Hacía calor, puede que no tanto como cabría esperarse en cualquier otra parte de Oonindo, pero para alguien como ella, habituada a las temperaturas frescas y a la lluvia cayendo sobre su piel, era algo casi insoportable. Con un suspiro resignado, retomó el camino hacia Yachi. ¡En qué momento se habría ofrecido a ir a comprar una de aquellas dichosas calabazas!
«Tendría que haberle pedido permiso a Daruu para quedarme en su cabaña... al menos tendría donde pasar la noche.» Se lamentó por no haberse acordado a tiempo.
Pocos minutos después la escuchó en la distancia. Una melodía suave, hermosa y aflautada que repetía una cancioncilla en el aire. Provenía de un árbol cercano que se encontraba a un lado del camino. Ayame se detuvo en seco, con la cabeza ligeramente ladeada y el corazón latiéndole con fuerza.
«¿Podría ser...?» Se preguntó.
Y la emoción la embargó. Abandonó el sendero entre largas zancadas y se acercó al árbol a todo correr con una radiante sonrisa en los labios.
—¡E...! —Pero la sonrisa no tardó en evaporarse de su rostro—. Oh...
Y es que al otro lado del tronco no estaba la persona que había esperado. De hecho, y aparte de la flauta de madera que estaba tocando, aquella muchacha no se parecía en nada a Eri. Era alta, muy alta, de caderas y piernas tan prominentes como potentes, rasgos afilados y tez bronceada. Su largo cabello de color castaño caía hacia atrás, recogido en una esponjosa trenza.
—L.... Lo siento, te he confundido con otra persona —se excusó, con una sonrisa nerviosa.
Ayame, con una mochila a cuestas, se abanicó con una mano, pero no tuvo demasiado éxito. Hacía calor, puede que no tanto como cabría esperarse en cualquier otra parte de Oonindo, pero para alguien como ella, habituada a las temperaturas frescas y a la lluvia cayendo sobre su piel, era algo casi insoportable. Con un suspiro resignado, retomó el camino hacia Yachi. ¡En qué momento se habría ofrecido a ir a comprar una de aquellas dichosas calabazas!
«Tendría que haberle pedido permiso a Daruu para quedarme en su cabaña... al menos tendría donde pasar la noche.» Se lamentó por no haberse acordado a tiempo.
Pocos minutos después la escuchó en la distancia. Una melodía suave, hermosa y aflautada que repetía una cancioncilla en el aire. Provenía de un árbol cercano que se encontraba a un lado del camino. Ayame se detuvo en seco, con la cabeza ligeramente ladeada y el corazón latiéndole con fuerza.
«¿Podría ser...?» Se preguntó.
Y la emoción la embargó. Abandonó el sendero entre largas zancadas y se acercó al árbol a todo correr con una radiante sonrisa en los labios.
—¡E...! —Pero la sonrisa no tardó en evaporarse de su rostro—. Oh...
Y es que al otro lado del tronco no estaba la persona que había esperado. De hecho, y aparte de la flauta de madera que estaba tocando, aquella muchacha no se parecía en nada a Eri. Era alta, muy alta, de caderas y piernas tan prominentes como potentes, rasgos afilados y tez bronceada. Su largo cabello de color castaño caía hacia atrás, recogido en una esponjosa trenza.
—L.... Lo siento, te he confundido con otra persona —se excusó, con una sonrisa nerviosa.