12/06/2019, 17:58
— ¡OH DIOS MÍO! ¿Tú también las has visto? Claro que quiero, pero claro, tú estabas toda convencida de venir aquí a decirme que me amabas locamente que no he querido decirte "oye, pillamos unas brochetas ricas para cuando nos estemos besando locamente". Tendría que haberlo dicho.
Ella parpadeó varias veces, intentando asimilar todo lo que el chico había dicho mientras se rascaba ligeramente la mejilla izquierda, aún con los nervios haciéndola cosquillas en el corazón.
— Bueno, pues vamos va, yo invito, que la carne es lo mio. Yo me pido cinco y seis para ti, si te sobran me las como.
—¡Pero...! —antes de llegar a protestar completamente, él tiró de ella y besó su frente con delicadeza, haciéndola de nuevo enrojecer completamente, sintiendo todo el calor de su cuerpo subir hasta sus mejillas, y sin soltarse del agarre que ejercía el castaño sobre su mano, dejó que la llevara al puesto de brochetas.
No muy lejos de allí y entre todo el barullo de gente se alzaba una pequeña caseta de madera que emanaba un excelente olor y que, sin duda, llamaba la atención de varias personas que paraban a degustar los diversos tipos de brochetas que vendían. Nabi no tardó en hacerse paso entre todos ellos con Eri por detrás, y cuando llegaron vieron a la encargada, vestida con un kimono remangado hasta los hombros, una cinta atada a la frente y sus cabellos guardados en una coleta baja.
—¡A las buenas, jóvenes! ¿Qué os pongo? —preguntó, vivaracha, mientras despachaba a un par de clientes más.
Ella parpadeó varias veces, intentando asimilar todo lo que el chico había dicho mientras se rascaba ligeramente la mejilla izquierda, aún con los nervios haciéndola cosquillas en el corazón.
— Bueno, pues vamos va, yo invito, que la carne es lo mio. Yo me pido cinco y seis para ti, si te sobran me las como.
—¡Pero...! —antes de llegar a protestar completamente, él tiró de ella y besó su frente con delicadeza, haciéndola de nuevo enrojecer completamente, sintiendo todo el calor de su cuerpo subir hasta sus mejillas, y sin soltarse del agarre que ejercía el castaño sobre su mano, dejó que la llevara al puesto de brochetas.
No muy lejos de allí y entre todo el barullo de gente se alzaba una pequeña caseta de madera que emanaba un excelente olor y que, sin duda, llamaba la atención de varias personas que paraban a degustar los diversos tipos de brochetas que vendían. Nabi no tardó en hacerse paso entre todos ellos con Eri por detrás, y cuando llegaron vieron a la encargada, vestida con un kimono remangado hasta los hombros, una cinta atada a la frente y sus cabellos guardados en una coleta baja.
—¡A las buenas, jóvenes! ¿Qué os pongo? —preguntó, vivaracha, mientras despachaba a un par de clientes más.