21/06/2019, 01:49
Fue algo curioso que ambos entendieran lo que Ranko había querido decir sobre los árboles, y que ambos consideraran la posibilidad de que fuese un lugar hermoso.
"Porque lo es. Al menos para mí" pensó mientras comía más de su okonomiyaki. La chica se presentó como Sarutobi Hikaru, ante lo cual Ranko hizo una reverencia a como pudo, pues Ken estaba entre las dos. La de la trenza intentaba no mantener el contacto visual por mucho tiempo, pero tampoco intentaba ignorarlos, y respondía amablemente cuando lo requería.
Tal era el destino que lo que los llevaba a Los Herreros eran sendas misiones: Hikaru tenía que hacer un encargo y Ken tenía que encontrar al maestro Arai Shaku. La morijin decidió que, ya que ambos habían compartido sus encomiendas, era justo confiarles de qué trataba la suya.
—Y-yo vengo a buscar un objeto. Un.. un sable que madre encargó hace un tiempo, pero nunca llegó. Madre creyó que sería l-la situa… la situación correcta pa-para que yo… ahm… para que entrenara. N-no es una misión como tal… Bueno, no una oficial, realmente… —Negó la cabeza en dirección a Ken —. ¡S-sí! ¡Habría si-sido muy conveniente! P-pero yo est… estoy buscando a alguien más. A… a un… ahm… un herrero llamado Kaoto Kiseikin.
Recordó las palabras de su madre. "Hay un millar de herreros allá. Naturalmente. Encontrar a Kaoto tal vez no sea fácil en demasía. Pero será entretenido, y tal vez aprendas una que otra cosa sobre espadas."
Sopesó lo que Ken decía. Era cierto que sus metas eran similares y que las aldeas eran, por el momento, aliadas. Todo parecía que podría funcionar.
—Bu-bueno… Podría considerarla una… u-una misión personal, Sarutobi-san. Nunca… ahm… Creo que no debería d-d-de subestimar l-los retos personales. Creo —dio un bocado más a sus alimentos y un trago a su agua, luego se dirigió al chico —. N-no es una mala idea, Ken-san. Creo. P-podríamos hacer un equipo.
El corazón de Ranko dio un salto. Ya había estado en un equipo antes, y recordaba que casi moría de la pena. Allí, en los herreros, no estaba por morir, pero sus mejillas parecían tan rojas como las forjas de los artesanos. No sabía de dónde había sacado la fuerza para sugerir un equipo. Así que regresaría a seguir comiendo su okonomiyaki tan silenciosamente como pudiese, a menos que los otros dos coincidieran.
"Porque lo es. Al menos para mí" pensó mientras comía más de su okonomiyaki. La chica se presentó como Sarutobi Hikaru, ante lo cual Ranko hizo una reverencia a como pudo, pues Ken estaba entre las dos. La de la trenza intentaba no mantener el contacto visual por mucho tiempo, pero tampoco intentaba ignorarlos, y respondía amablemente cuando lo requería.
Tal era el destino que lo que los llevaba a Los Herreros eran sendas misiones: Hikaru tenía que hacer un encargo y Ken tenía que encontrar al maestro Arai Shaku. La morijin decidió que, ya que ambos habían compartido sus encomiendas, era justo confiarles de qué trataba la suya.
—Y-yo vengo a buscar un objeto. Un.. un sable que madre encargó hace un tiempo, pero nunca llegó. Madre creyó que sería l-la situa… la situación correcta pa-para que yo… ahm… para que entrenara. N-no es una misión como tal… Bueno, no una oficial, realmente… —Negó la cabeza en dirección a Ken —. ¡S-sí! ¡Habría si-sido muy conveniente! P-pero yo est… estoy buscando a alguien más. A… a un… ahm… un herrero llamado Kaoto Kiseikin.
Recordó las palabras de su madre. "Hay un millar de herreros allá. Naturalmente. Encontrar a Kaoto tal vez no sea fácil en demasía. Pero será entretenido, y tal vez aprendas una que otra cosa sobre espadas."
Sopesó lo que Ken decía. Era cierto que sus metas eran similares y que las aldeas eran, por el momento, aliadas. Todo parecía que podría funcionar.
—Bu-bueno… Podría considerarla una… u-una misión personal, Sarutobi-san. Nunca… ahm… Creo que no debería d-d-de subestimar l-los retos personales. Creo —dio un bocado más a sus alimentos y un trago a su agua, luego se dirigió al chico —. N-no es una mala idea, Ken-san. Creo. P-podríamos hacer un equipo.
El corazón de Ranko dio un salto. Ya había estado en un equipo antes, y recordaba que casi moría de la pena. Allí, en los herreros, no estaba por morir, pero sus mejillas parecían tan rojas como las forjas de los artesanos. No sabía de dónde había sacado la fuerza para sugerir un equipo. Así que regresaría a seguir comiendo su okonomiyaki tan silenciosamente como pudiese, a menos que los otros dos coincidieran.
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