25/06/2019, 18:15
De hecho, Ayame no fue la única que entregó aquel pergamino, y contempló con ojos estupefactos cómo Eri y Mogura se adelantaban para hacer exactamente lo mismo. Pero no tuvo ocasión de responder a sus inesperados compañeros de viaje:
—¡Bien! ¡Todo en orden, todo en orden! —exclamó el alegre trabajador, después de comprobar los detalles de las tres órdenes de misión—. En ese caso, es un auténtico honor para mí daros la bienvenida a nuestro flamante ferrocarril: ¡El Imparable!
«¿El... Imparable...?» No pudo evitar preguntarse Ayame, algo abochornada.
—Por favor, suban al vagón y tomen asiento donde deseen —añadió, con una sentida reverencia.
—Muchas gracias —asintió Ayame, inclinando la cabeza antes de subir los dos escalones que conducían a una de las puertas de entrada.
El interior del susodicho vagón era más amplio de lo que parecía por fuera. Dos filas de asientos dobles enfrentados entre sí llenaban el espacio separados por un corredor que discurría por su centro. Había un ventanal por cada asiento y, por encima de estos, varias baldas de metal que parecían servir como estanterías. Ayame, algo dubitativa, se acercó al centro del vagón y tomó asiento junto a la ventana sin dejar de mirar a su alrededor.
El hombre les seguía de cerca.
—Por supuesto, El Imparable es sólo un prototipo, pero esperamos que se incluya entre los modelos definitivos —parloteaba, lleno de un orgullo propio de un padre que estuviese hablando de su pequeño—. Por el momento, El Imparable sólo cuenta con tres vagones, pero esperamos poder añadir más en el definitivo. Los asientos están fabricados con el cuero de la máxima calidad, ¡cuero de Ushi nada menos! Oh, y eso porque no hemos hablado de este pequeñín —añadió, palmeando la pared del vehículo con sumo cariño—. ¡Hasta sesenta kilómetros por hora si ponemos las máquinas al tope de su capacidad! Tío, estas baterías hidroeléctricas de Amegakure son la repera.
—¡Bien! ¡Todo en orden, todo en orden! —exclamó el alegre trabajador, después de comprobar los detalles de las tres órdenes de misión—. En ese caso, es un auténtico honor para mí daros la bienvenida a nuestro flamante ferrocarril: ¡El Imparable!
«¿El... Imparable...?» No pudo evitar preguntarse Ayame, algo abochornada.
—Por favor, suban al vagón y tomen asiento donde deseen —añadió, con una sentida reverencia.
—Muchas gracias —asintió Ayame, inclinando la cabeza antes de subir los dos escalones que conducían a una de las puertas de entrada.
El interior del susodicho vagón era más amplio de lo que parecía por fuera. Dos filas de asientos dobles enfrentados entre sí llenaban el espacio separados por un corredor que discurría por su centro. Había un ventanal por cada asiento y, por encima de estos, varias baldas de metal que parecían servir como estanterías. Ayame, algo dubitativa, se acercó al centro del vagón y tomó asiento junto a la ventana sin dejar de mirar a su alrededor.
El hombre les seguía de cerca.
—Por supuesto, El Imparable es sólo un prototipo, pero esperamos que se incluya entre los modelos definitivos —parloteaba, lleno de un orgullo propio de un padre que estuviese hablando de su pequeño—. Por el momento, El Imparable sólo cuenta con tres vagones, pero esperamos poder añadir más en el definitivo. Los asientos están fabricados con el cuero de la máxima calidad, ¡cuero de Ushi nada menos! Oh, y eso porque no hemos hablado de este pequeñín —añadió, palmeando la pared del vehículo con sumo cariño—. ¡Hasta sesenta kilómetros por hora si ponemos las máquinas al tope de su capacidad! Tío, estas baterías hidroeléctricas de Amegakure son la repera.