7/07/2019, 02:51
(Última modificación: 7/07/2019, 02:56 por Sarutobi Hikaru. Editado 2 veces en total.)
La pelirroja sonrío amablemente -Hi-Ka-Ru. Una compañera debería de llamarme por mi nombre ¿No te parece? - le guiñó el ojo a la tímida Ranko antes de ponerse en marcha. Ahora trabajaba en equipo y se recordó a si misma por todo el camino que no valía de nada acelerar el paso, era una misión de búsqueda y atención al detalle, por lo que intento adecuar su paso al de sus compañeros en todo momento, intentando aparentar estar relajada en todo momento. “Algún día tendré que dirigir un equipo y es mejor empezar cuanto antes a practicar ” se dijo a si misma con ánimos.
La entrada más cercana a la ciudad no quedaba lejos y aunque la zona seguía oliendo al ocre olor de los hornos y las forjas, en aquella zona se atisbaban otro tipo de negocios y sobre todo mucha más gente de paso. Apretándose la bandana de la frente en un acto reflejo solo dijo: - ¡Empezamos!- antes de salir disparada hacia el tercer local con la determinación de un toro desbocado.
Entró en una forja pequeña, casi familiar, donde un señor muy entrado en años golpeaba con mano firme una gruesa barra de hierro calentada al rojo. - Disculpe. Estaba buscando a tres herreros, pero no soy de aquí y necesitaría ayuda, tal vez los conozca, son Akilyama-san, Kaoto-san y Shaku-san - enumeró rápidamente.
Si el hombre se hubiera dignado a levantar la cabeza de su trabajo habría visto como la kunoichi le regalaba una de sus mejores sonrisas. - Si no vas a comprar nada vete niña. Molestas. - La Sarutobi apenas pudo gestionar esa impertinencia, manteniendo unos instantes más la sonrisa. ¿No me has oído niña? Largo y no vuelvas a nombrar a ese bastardo en mi casa. continuó el hombre sin darle tiempo a reaccionar a los pocos segundos.
La pelirroja sintió como la sangre se le acumulaba en los mofletes y en la punta de las orejas, sintiendo ese calor característico antes de dar un golpe en la pequeña y antigua mes, dirigiéndose hacia la puerta hasta gritar en la misma sin poder contenerse. - ¡Maldito viejo maleducado! ¡Antes me corto el pelo con unas tijeras de madera antes que comprar en su tienda!-
Tuvo que respirar un par de veces una vez se alejó de aquel maleducado, contenta por haber podido contener la mayoría de las barbaridades que se le agolpaban en la boca pese al enfado, sintiendo como este iba remitiendo lentamente de sus mejillas conforme el aire de la calle la despejaba a pocos pasos de la puerta.
La entrada más cercana a la ciudad no quedaba lejos y aunque la zona seguía oliendo al ocre olor de los hornos y las forjas, en aquella zona se atisbaban otro tipo de negocios y sobre todo mucha más gente de paso. Apretándose la bandana de la frente en un acto reflejo solo dijo: - ¡Empezamos!- antes de salir disparada hacia el tercer local con la determinación de un toro desbocado.
Entró en una forja pequeña, casi familiar, donde un señor muy entrado en años golpeaba con mano firme una gruesa barra de hierro calentada al rojo. - Disculpe. Estaba buscando a tres herreros, pero no soy de aquí y necesitaría ayuda, tal vez los conozca, son Akilyama-san, Kaoto-san y Shaku-san - enumeró rápidamente.
Si el hombre se hubiera dignado a levantar la cabeza de su trabajo habría visto como la kunoichi le regalaba una de sus mejores sonrisas. - Si no vas a comprar nada vete niña. Molestas. - La Sarutobi apenas pudo gestionar esa impertinencia, manteniendo unos instantes más la sonrisa. ¿No me has oído niña? Largo y no vuelvas a nombrar a ese bastardo en mi casa. continuó el hombre sin darle tiempo a reaccionar a los pocos segundos.
La pelirroja sintió como la sangre se le acumulaba en los mofletes y en la punta de las orejas, sintiendo ese calor característico antes de dar un golpe en la pequeña y antigua mes, dirigiéndose hacia la puerta hasta gritar en la misma sin poder contenerse. - ¡Maldito viejo maleducado! ¡Antes me corto el pelo con unas tijeras de madera antes que comprar en su tienda!-
Tuvo que respirar un par de veces una vez se alejó de aquel maleducado, contenta por haber podido contener la mayoría de las barbaridades que se le agolpaban en la boca pese al enfado, sintiendo como este iba remitiendo lentamente de sus mejillas conforme el aire de la calle la despejaba a pocos pasos de la puerta.