16/11/2015, 00:03
El padre mostró una actitud que distaba eones a la de su padre. Pensar en él ya era absurdo, era libre... pero esa comparación de caracteres se le hizo imposible de obviar. Parecía serio, rudo como pocos, pero al menos sobrio. Autoritario y seco, quizás su gesto no había sido para mas que darle un escarmiento a la pequeña, cosa que tampoco era para echárselo en cara. Parte de razón tenía el hombre.
Sus ojos se fijaron en su bandana, gesto que no intentó disimular siquiera. Tras ello, indicó que había estado con su hija todo el tiempo, y que esperaba no le hubiese causado demasiados problemas. Ante el comentario, Ayame intentó explicar que el albino le había estado intentado ayudar a encontrarles.
— Así es, señor. — Alegó el joven de cabellera sin color.
El hombre hizo por hablar algo en un susurro, algo que no llegó a entender, y tras ello tomó a su hija del bíceps. La muchacha se quejó de nuevo, mas ya parecía hacerlo por afición.
El hombre pareció dispuesto a llevarse a su hija a casa, la excursión parecía haberse terminado. Ayame se despidió del albino como pudo, mientras que su padre casi la llevaba a rastras. Sin duda, ese hombre era rudo y estricto... cualquiera le llevaba la contraria... En el aire quedó un agradecimiento por parte de la chica de Ame.
— No hay de qué, Ayame-san. —
Tras devolver las formalidades, el chico quedó libre de ataduras. Ahora podía aprovechar para ver bien el arco, y eso fue lo que hizo. Sin perder un segundo, se dio la vuelta y se dirigió hacia la vitrina donde se exhibía el susodicho.
Sus ojos se fijaron en su bandana, gesto que no intentó disimular siquiera. Tras ello, indicó que había estado con su hija todo el tiempo, y que esperaba no le hubiese causado demasiados problemas. Ante el comentario, Ayame intentó explicar que el albino le había estado intentado ayudar a encontrarles.
— Así es, señor. — Alegó el joven de cabellera sin color.
El hombre hizo por hablar algo en un susurro, algo que no llegó a entender, y tras ello tomó a su hija del bíceps. La muchacha se quejó de nuevo, mas ya parecía hacerlo por afición.
El hombre pareció dispuesto a llevarse a su hija a casa, la excursión parecía haberse terminado. Ayame se despidió del albino como pudo, mientras que su padre casi la llevaba a rastras. Sin duda, ese hombre era rudo y estricto... cualquiera le llevaba la contraria... En el aire quedó un agradecimiento por parte de la chica de Ame.
— No hay de qué, Ayame-san. —
Tras devolver las formalidades, el chico quedó libre de ataduras. Ahora podía aprovechar para ver bien el arco, y eso fue lo que hizo. Sin perder un segundo, se dio la vuelta y se dirigió hacia la vitrina donde se exhibía el susodicho.