24/07/2019, 16:39
Kiroe soltó una risilla y volvió a revolverle el pelo a una pequeña Ayame, que se encogió sobre sí misma en un gesto reflejo. Después se volvió hacia Zetsuo con una mirada desafiante que él devolvió con la misma intensidad.
—Pasad una buena tarde, Zetsuo.
—Igualmente, Kiroe —rezongó entre dientes, y una media sonrisa maliciosa—. Y cuida esas costillas.
Sin más, los tres Aotsuki volvieron a su cabaña.
—Tú. A tu habitación. Ahora. Y no saldrás de ella hasta que no termines los deberes para hoy.
Ante la señal de su padre, Ayame arrastró los pies hasta su habitación y sacó un libro de su mochila que abrió sobre el escritorio. La chiquilla se sentó con un resonado suspiro de desgana, abrió el tomo de "Ninjutsu Elemental para estudiantes" por una página al azar y... su mirada se perdió más allá de la ventana.
Varias horas más tarde, después de incontables ejercicios sobre control de chakra y fortalezas y debilidades de los elementos, Ayame salió al fin de su cautiverio. Corrió y corrió entre las rocas sin poner demasiado cuidado de no caerse, aunque era algo difícil hacerlo con los gruesos manguitos que envolvían sus pequeños brazos y que casi ocupaban más que su propia cabeza. Pero a la chiquilla no parecía preocuparle demasiado, y ni siquiera pareció reparar en la presencia de un muchacho que, cerca de allí, disfrutaba con desgana de un castillo de arena que acababa de construir. De tan feliz que estaba, bajó entre risillas hasta la playa en cuestión de pocos minutos y sus pies pasaron a patear la cálida arena que se levantaba tras su paso. Sólo frenó cuando se acercó a la línea que dividía el agua de la orilla, dubitativa. E incluso retrocedió cuando la espuma de las olas lamieron tímidamente sus pies. No era la primera vez que veía una playa, pero sí era la primera vez que tenía la oportunidad de bañarse en una. En el País de la Tormenta, donde siempre y llovía y apenas se veía la luz del sol, no se reunían las mejores condiciones para poder disfrutar de una playa así.
—Pasad una buena tarde, Zetsuo.
—Igualmente, Kiroe —rezongó entre dientes, y una media sonrisa maliciosa—. Y cuida esas costillas.
Sin más, los tres Aotsuki volvieron a su cabaña.
—Tú. A tu habitación. Ahora. Y no saldrás de ella hasta que no termines los deberes para hoy.
Ante la señal de su padre, Ayame arrastró los pies hasta su habitación y sacó un libro de su mochila que abrió sobre el escritorio. La chiquilla se sentó con un resonado suspiro de desgana, abrió el tomo de "Ninjutsu Elemental para estudiantes" por una página al azar y... su mirada se perdió más allá de la ventana.
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Varias horas más tarde, después de incontables ejercicios sobre control de chakra y fortalezas y debilidades de los elementos, Ayame salió al fin de su cautiverio. Corrió y corrió entre las rocas sin poner demasiado cuidado de no caerse, aunque era algo difícil hacerlo con los gruesos manguitos que envolvían sus pequeños brazos y que casi ocupaban más que su propia cabeza. Pero a la chiquilla no parecía preocuparle demasiado, y ni siquiera pareció reparar en la presencia de un muchacho que, cerca de allí, disfrutaba con desgana de un castillo de arena que acababa de construir. De tan feliz que estaba, bajó entre risillas hasta la playa en cuestión de pocos minutos y sus pies pasaron a patear la cálida arena que se levantaba tras su paso. Sólo frenó cuando se acercó a la línea que dividía el agua de la orilla, dubitativa. E incluso retrocedió cuando la espuma de las olas lamieron tímidamente sus pies. No era la primera vez que veía una playa, pero sí era la primera vez que tenía la oportunidad de bañarse en una. En el País de la Tormenta, donde siempre y llovía y apenas se veía la luz del sol, no se reunían las mejores condiciones para poder disfrutar de una playa así.