26/07/2019, 04:47
(Última modificación: 26/07/2019, 05:44 por King Roga. Editado 5 veces en total.)
Más allá del mar, Kasukami presumía de tal magnificencia, que no tenía que envidiarle nada a grandes urbes cómo Notsuba o Tanzaku Gai. Esta gozaba de una marcada diferencia entre las clases sociales, notable en su infraestructura principalmente. Pocos podían decirse que estaban en un punto medio. Es aquí, dónde desembarcaba el genin con el ego más grande de todo Ōnindo. Llegó a un atracadero en un barco de pasajeros que traía a varios turistas y curiosos, pero él no venía a pasear en esta ocasión. No señor. "En la que me acabo de meter..." Su meta, llegar al barrio alto, que por esta vez, iba a poder darse un pequeño lujo por razones poco ortodoxas. "Ojalá y no termine igual que la última vez, porque peor no puede salir." Aquellos cinco días en el País del Viento fueron los más largos de su vida.
La sala del hogar estaba sóla. La televisión estaba prendida a todo volumen, pero nadie estaba cerca para prestar atención. Iroha estaba distraída preparando la cena, mientras Minamoto aún no regresaba de su trabajo. Lo importante, estaba sucediéndose en la recámara del viejo Shishio. El anciano estaba parado frente al balcón, sin importarle que la lluvia estuviese mojando dentro del cuarto. Rōga, recostado de brazos cruzados en el marco de la puerta de la habitación, con los ojos filosos, casi cómo si quisiera apuñalar en la espalda al viejo.
—Es por Kid, ¿verdad? La razón por la cuál no estás solicitando apoyo por parte de la aldea— Escupió cada palabra.
Shishio no contestó.
—Me involucraste en un desmadre allá en Kaze no Kuni. ¿Ahora pretendes que vaya a ciegas fuera del continente a buscar no sé que chunche?— Volteó la cabeza al corredor, observando las gradas que iban al segundo nivel, esperando que su madre no se diese cuenta que no estaba frente al televisor.
—Dijiste que en Tanzaku Gai, alguien robó la pintura de las Montañas Dragón que iba a ser subastada. El donador, una tal Fundación Hakaze, ¿no?— Seguía sin verle.
El genin se dio la vuelta en un arrebato, tomó la puerta y la cerró con violencia detrás de sí.
—No me estás respondiendo lo que te pregunté. ¿Qué mierdas son esas armas de los Dioses Cardinales? Más aún, ¿por qué tú y ese tal Kid tienen tanta preocupación en protegerlas?— entonces, señaló con el dedo el bastón que yacía recostado al lado de la cama. —Esa cosa, es una de esas... Dime ya la puta verdad.
Shishio se volteó y posó sus ojos rabiosos en su propio nieto. Sin embargo, este no se movió y le mantuvo la mirada. Tenía ya mucho más carácter encima, así que suspiró al darse cuenta de que ya no era el niño idiota cómo solía llamarlo.
—Supongo que tarde o temprano te ibas a terminar enterando— El hombre caminó con parsimonia, sentándose en el borde de la cama. Juntó los brazos, pensativo. Observó la tormenta, a los altos edificios que se perdían en el horizonte. Su mente viajó al pasado, sus ojos vieron algo que no estaba allí. Otro suspiro, habló. —Kid fue mi hermano.
Rōga se turbó, abriendo un poco la boca sin poder pronunciar nada. Sabía perfectamente, que no podía ser de sangre. Sin embargo, siendo Yotsuki, era una revelación muy muy fuerte. Más que nada, porque eso significaba que Kid rompió su juramento al renegar de la aldea.
—Hace muchos años, Kid y yo conocimos a un anciano en el País del Rayo, quién nos mencionó que existían cinco armas forjadas por un clan que despareció junto al país al que pertenecían. Estas armas fortalecían al shinobi débil, y convertían a uno fuerte en una verdadera máquina de matar. Cada arma recibe su nombre en honor a una deidad que vigila un punto cardinal, aunque pronunciado en un lenguaje extraño pero que tiene sus equivalentes en nuestra mitología tradicional. Nos dijo que quién poseyera una de ellas, ostentaría el título de ser un Shitennō. En teoría, sólo pueden existir cuatro Reyes Celestiales. Esto es porque sólo alguien con el poder comparable a un Kage es capaz de poseer la quinta. Se nos dijo, que aquel que se convierta en un Rey Celestial, deberá proteger a las personas y velar por el bien con el poder otorgado, más allá de la lealtad de las aldeas.
—¿Entonces tú aceptaste ser un puto superhéroe?
—Shut up! Déjame terminar— rechistó. —Los Reyes deberían unir fuerzas cuando un gran mal aparezca, pero lastimosamente muchos al conocer de su existencia sólo piensan en su beneficio. Así, las armas fueron escondidas en distintos templos de las antiguas Cinco Grandes Naciones. Se nos encargó, por tanto, salvaguardarlas. Nadie que fuese indigno debería convertirse en un Rey Celestial.
—Bendita bronca en la que te metiste. ¿Por qué Kid se exilió entonces?
—Esa historia va aparte y no nos interesa ahora, aunque a decir verdad, no me esperaba que Kid siguiera intentando protegerlas... pensé que se había olvidado de ese juramento, pero no sé que planea ese puto loco. En fin. Pasa que existe un mapa para cada arma, normalmente disfrazado de pintura antigua. Cuando yo robé el arma del País del Fuego, me la traje a Amegakure—. Ladeó su vista unos instantes a la pared, dónde se divisaba a un fénix sobrevolando una versión extraña del mundo, dónde el trigo crecía en las nubes y la tierra ardía. —La de Báihū, partimos el mapa en dos, siendo que yo conservaba una mitad y Kawaraga la otra. No esperaba que alguien más supiera de la existencia del mapa y lo asesinaran. El cuadro quedó entonces oculto en el templo, aunque fue destruido para siempre. Además, quién sea que atacó el casino en Tanzaku sabía que el mapa del Templo de Qīnglóng iba a estar ahí; me preocupa que alguien ya haya ido tras ella— Se estiró un poco y tomó el misterios bastón de escarlata y oro.
—¿Quieres que vaya a buscar el puto templo?— Refunfuñó.
—No. Quiero que vayas a investigar a esa tal Fundación Hakaze. La última vez que me cercioré, esa pintura estaba en un museo de Kasukami. Averigua cómo carajos la consiguieron. No tenemos información del ladrón, pero quizás y sólo quizás ellos sí. No es garantía y pueda que resulte absurdo y ambiguo, pero no hay más pistas.
—Y luego tú me llamas irresponsable a mí— Carcajeó el genin.
—¡RŌGA BAJA AQUÍ AHORA MISMO Y APAGA LA MALDITA TELEVISIÓN!— La voz de Iroha estalló, imperando por encima del ruido, de las paredes, y de la propia tormenta del exterior.
—Whoops. Bueno, lo voy a hacer porque al menos lo puedo considerar un entrenamiento... Además yo no pude atrapar al ladrón en Tanzaku Gai, y eso si ya es personal. No me interesan tus viejos dilemas, esto es sólo por mí. Nada más— se giró, marchándose altivo.
—No hagas una tont... Bah, para que me esfuerzo.
—Ho ho! Me la voy a pasar en grande aquí— Pensó en voz alta mientras caminaba entre las calles del barrio alto.
Era cómo esas historias, dónde todo era demasiado perfecto para ser verdad. La gente iba bien vestida, las calles y los edificios denotaban pulcritud y lujo. Incluso las calles, con su empedrado de mármol tallado. El Yotsuki y su aspecto de maleante desencajaba y llamaba mucho la atención en aquel sitio, ganándose miradas reprobatorias de algunos transeúntes. "Que se jodan" Devolvía una sonrisa siniestra, ante lo cual algunos preferían acelerar el paso por miedo.
Se plantaría entonces en una calle llena de locales comerciales. Sin embargo, los restaurantes de la zona no eran nada a lo que hubiese visto antes. Había guardias, mientras los letreros parecían escritos en caligrafía fina. Los comensales iban todos con sus mejores galas, además de que los meseros estaban perfectamente uniformados y peinados, al punto que parecían todos gemelos. "El abuelo me dio dinero de su fondo de retiro pero joder... Que acá todo ha de costar el quíntuple que en el Distrito Comercial. Malaya comprarme algún cuerito fino, ya que estamos." Suspiró.
Se acercó a un restaurante que tenía un gran toldo, con varias mesas fuera del mismo para que los comensales pudiesen degustar al aire libre. Nunca iba a ver nada similar en su natal País de la Tormenta. "A probar suerte." Se sentó entonces en una de las mesas, tomando la carta y leyéndola a la espera de que alguien llegase a tomar su orden. "Nunca pensé que el abuelo actuaría a espaldas de la aldea." No el entraba en la cabeza que el siempre recto Shishio también tuviera sus secretitos.
A inicios del Otoño...
La sala del hogar estaba sóla. La televisión estaba prendida a todo volumen, pero nadie estaba cerca para prestar atención. Iroha estaba distraída preparando la cena, mientras Minamoto aún no regresaba de su trabajo. Lo importante, estaba sucediéndose en la recámara del viejo Shishio. El anciano estaba parado frente al balcón, sin importarle que la lluvia estuviese mojando dentro del cuarto. Rōga, recostado de brazos cruzados en el marco de la puerta de la habitación, con los ojos filosos, casi cómo si quisiera apuñalar en la espalda al viejo.
—Es por Kid, ¿verdad? La razón por la cuál no estás solicitando apoyo por parte de la aldea— Escupió cada palabra.
Shishio no contestó.
—Me involucraste en un desmadre allá en Kaze no Kuni. ¿Ahora pretendes que vaya a ciegas fuera del continente a buscar no sé que chunche?— Volteó la cabeza al corredor, observando las gradas que iban al segundo nivel, esperando que su madre no se diese cuenta que no estaba frente al televisor.
—Dijiste que en Tanzaku Gai, alguien robó la pintura de las Montañas Dragón que iba a ser subastada. El donador, una tal Fundación Hakaze, ¿no?— Seguía sin verle.
El genin se dio la vuelta en un arrebato, tomó la puerta y la cerró con violencia detrás de sí.
—No me estás respondiendo lo que te pregunté. ¿Qué mierdas son esas armas de los Dioses Cardinales? Más aún, ¿por qué tú y ese tal Kid tienen tanta preocupación en protegerlas?— entonces, señaló con el dedo el bastón que yacía recostado al lado de la cama. —Esa cosa, es una de esas... Dime ya la puta verdad.
Shishio se volteó y posó sus ojos rabiosos en su propio nieto. Sin embargo, este no se movió y le mantuvo la mirada. Tenía ya mucho más carácter encima, así que suspiró al darse cuenta de que ya no era el niño idiota cómo solía llamarlo.
—Supongo que tarde o temprano te ibas a terminar enterando— El hombre caminó con parsimonia, sentándose en el borde de la cama. Juntó los brazos, pensativo. Observó la tormenta, a los altos edificios que se perdían en el horizonte. Su mente viajó al pasado, sus ojos vieron algo que no estaba allí. Otro suspiro, habló. —Kid fue mi hermano.
Rōga se turbó, abriendo un poco la boca sin poder pronunciar nada. Sabía perfectamente, que no podía ser de sangre. Sin embargo, siendo Yotsuki, era una revelación muy muy fuerte. Más que nada, porque eso significaba que Kid rompió su juramento al renegar de la aldea.
—Hace muchos años, Kid y yo conocimos a un anciano en el País del Rayo, quién nos mencionó que existían cinco armas forjadas por un clan que despareció junto al país al que pertenecían. Estas armas fortalecían al shinobi débil, y convertían a uno fuerte en una verdadera máquina de matar. Cada arma recibe su nombre en honor a una deidad que vigila un punto cardinal, aunque pronunciado en un lenguaje extraño pero que tiene sus equivalentes en nuestra mitología tradicional. Nos dijo que quién poseyera una de ellas, ostentaría el título de ser un Shitennō. En teoría, sólo pueden existir cuatro Reyes Celestiales. Esto es porque sólo alguien con el poder comparable a un Kage es capaz de poseer la quinta. Se nos dijo, que aquel que se convierta en un Rey Celestial, deberá proteger a las personas y velar por el bien con el poder otorgado, más allá de la lealtad de las aldeas.
—¿Entonces tú aceptaste ser un puto superhéroe?
—Shut up! Déjame terminar— rechistó. —Los Reyes deberían unir fuerzas cuando un gran mal aparezca, pero lastimosamente muchos al conocer de su existencia sólo piensan en su beneficio. Así, las armas fueron escondidas en distintos templos de las antiguas Cinco Grandes Naciones. Se nos encargó, por tanto, salvaguardarlas. Nadie que fuese indigno debería convertirse en un Rey Celestial.
—Bendita bronca en la que te metiste. ¿Por qué Kid se exilió entonces?
—Esa historia va aparte y no nos interesa ahora, aunque a decir verdad, no me esperaba que Kid siguiera intentando protegerlas... pensé que se había olvidado de ese juramento, pero no sé que planea ese puto loco. En fin. Pasa que existe un mapa para cada arma, normalmente disfrazado de pintura antigua. Cuando yo robé el arma del País del Fuego, me la traje a Amegakure—. Ladeó su vista unos instantes a la pared, dónde se divisaba a un fénix sobrevolando una versión extraña del mundo, dónde el trigo crecía en las nubes y la tierra ardía. —La de Báihū, partimos el mapa en dos, siendo que yo conservaba una mitad y Kawaraga la otra. No esperaba que alguien más supiera de la existencia del mapa y lo asesinaran. El cuadro quedó entonces oculto en el templo, aunque fue destruido para siempre. Además, quién sea que atacó el casino en Tanzaku sabía que el mapa del Templo de Qīnglóng iba a estar ahí; me preocupa que alguien ya haya ido tras ella— Se estiró un poco y tomó el misterios bastón de escarlata y oro.
—¿Quieres que vaya a buscar el puto templo?— Refunfuñó.
—No. Quiero que vayas a investigar a esa tal Fundación Hakaze. La última vez que me cercioré, esa pintura estaba en un museo de Kasukami. Averigua cómo carajos la consiguieron. No tenemos información del ladrón, pero quizás y sólo quizás ellos sí. No es garantía y pueda que resulte absurdo y ambiguo, pero no hay más pistas.
—Y luego tú me llamas irresponsable a mí— Carcajeó el genin.
—¡RŌGA BAJA AQUÍ AHORA MISMO Y APAGA LA MALDITA TELEVISIÓN!— La voz de Iroha estalló, imperando por encima del ruido, de las paredes, y de la propia tormenta del exterior.
—Whoops. Bueno, lo voy a hacer porque al menos lo puedo considerar un entrenamiento... Además yo no pude atrapar al ladrón en Tanzaku Gai, y eso si ya es personal. No me interesan tus viejos dilemas, esto es sólo por mí. Nada más— se giró, marchándose altivo.
—No hagas una tont... Bah, para que me esfuerzo.
...días después.
—Ho ho! Me la voy a pasar en grande aquí— Pensó en voz alta mientras caminaba entre las calles del barrio alto.
Era cómo esas historias, dónde todo era demasiado perfecto para ser verdad. La gente iba bien vestida, las calles y los edificios denotaban pulcritud y lujo. Incluso las calles, con su empedrado de mármol tallado. El Yotsuki y su aspecto de maleante desencajaba y llamaba mucho la atención en aquel sitio, ganándose miradas reprobatorias de algunos transeúntes. "Que se jodan" Devolvía una sonrisa siniestra, ante lo cual algunos preferían acelerar el paso por miedo.
Se plantaría entonces en una calle llena de locales comerciales. Sin embargo, los restaurantes de la zona no eran nada a lo que hubiese visto antes. Había guardias, mientras los letreros parecían escritos en caligrafía fina. Los comensales iban todos con sus mejores galas, además de que los meseros estaban perfectamente uniformados y peinados, al punto que parecían todos gemelos. "El abuelo me dio dinero de su fondo de retiro pero joder... Que acá todo ha de costar el quíntuple que en el Distrito Comercial. Malaya comprarme algún cuerito fino, ya que estamos." Suspiró.
Se acercó a un restaurante que tenía un gran toldo, con varias mesas fuera del mismo para que los comensales pudiesen degustar al aire libre. Nunca iba a ver nada similar en su natal País de la Tormenta. "A probar suerte." Se sentó entonces en una de las mesas, tomando la carta y leyéndola a la espera de que alguien llegase a tomar su orden. "Nunca pensé que el abuelo actuaría a espaldas de la aldea." No el entraba en la cabeza que el siempre recto Shishio también tuviera sus secretitos.