6/08/2019, 05:33
(Última modificación: 7/08/2019, 02:27 por King Roga. Editado 2 veces en total.)
No existía una palabra adecuada para definir la escena, ni siquiera por parte de los curiosos. Por lo menos, el Yotsuki estaba un poco aliviado de que la fiesta hubiese acabado en paz. "Bueno, no tanto, pero la idea es esa..." Se puso de pie nuevamente, al tiempo que veía a la muchacha disculparse también con su propia reverencia.
Fue entonces que la jounin dió por zanjado el asunto, y el Yotsuki también. "Probablemente ella al final no sepa mucho más que yo de lo ocurrido aquella noche, además que no creo que sea prudente preguntarle de todas formas." Meditaba para sí.
—Yo he de retirarme entonces, pues debo seguir investigando un asunto que tengo entre las manos— Diría con tono seco. —Con su permiso— Avisaría dispuesto a darse la vuelta y marcharse a otro sitio, pues aún tenía que buscar dónde alojarse.
Lo que nadie de los presentes sabía, era que aún había un espectador que los espiaba en silencio. Uno emplumado, de color azul y amarillo, posado en el borde de una ventana abierta en lo alto de un edificio. Alguien estaba muy interesado en el escándalo acontecido, pero las cosas no siempre son lo que parecen. La guacamaya vigilaba sin llamar la atención, aunque estaba demasiado lejos para escuchar lo que decían.
«He venido a ver que ocurrió, y al parecer fue un pleito entre shinobi. Hay dos kunoichi de la espiral y uno de la lluvia... y no me lo vas a creer, pero juraría que es uno de los dos que nos arruinaron los planes en el Templo del País del Viento...»
Dos personas estaban en un cuarto. Una era una adolescente de al menos dieciséis años, ataviada con pantalón formal en negro, blusa blanca, corbata negra y saco también formal. Era de cabellos cortos y ondulados y ojos violáceos, adornando una piel blanquecina y que se miraba tersa a la vista.
—¿Y bien?— preguntó al otro de los presentes.
El otro era un tuerto de cabellos castaños y rebeldes, en los últimos años de sus veintes. No parecía para nada cómodo ante la presencia de la chica, ni tampoco la guacamaya roja que tenía en su hombro.
—Kukulkán acaba de informar que son extranjeros los responsables del pleito, dos mujeres de la espiral y uno de la lluvia, posiblemente el mismo del altercado del desierto— pronunció el ave.
Se escuchó un aplauso cuando la chica juntó las manos de la alegría, sonriendo de forma tétrica.
—¡Perfecto! Vamos perrito, ahora podrás enmendar tu fracaso— se acercó y agarró del cachete al hombre, estirándoselo mientras el ponía cara de enojo. —Sé un buen perro y muérdelos. Si el imbécil está aquí no es por casualidad, seguramente está buscando información de la pintura. Si estaban peleando no creo que las de Uzushiogakure estén de su lado, así que podemos ignorarlas por ahora. Si se entrometen, deshazte de las dos. ¡Cuento contigo!— Le dio tres palmaditas suaves sobre la cabeza para luego darse la vuelta y salir de la habitación.
—¿Sabes? Yo solía tenerte respeto— espetó el ave.
—Perdón...— respondió el castaño con una voz apagada y triste, justo para desvanecer el contrato y que tanto la guacamaya azul que vigilaba a la lejanía cómo la roja a su lado desaparecieran en una nube de humo. —¿Por qué...?
Fue entonces que la jounin dió por zanjado el asunto, y el Yotsuki también. "Probablemente ella al final no sepa mucho más que yo de lo ocurrido aquella noche, además que no creo que sea prudente preguntarle de todas formas." Meditaba para sí.
—Yo he de retirarme entonces, pues debo seguir investigando un asunto que tengo entre las manos— Diría con tono seco. —Con su permiso— Avisaría dispuesto a darse la vuelta y marcharse a otro sitio, pues aún tenía que buscar dónde alojarse.
Lo que nadie de los presentes sabía, era que aún había un espectador que los espiaba en silencio. Uno emplumado, de color azul y amarillo, posado en el borde de una ventana abierta en lo alto de un edificio. Alguien estaba muy interesado en el escándalo acontecido, pero las cosas no siempre son lo que parecen. La guacamaya vigilaba sin llamar la atención, aunque estaba demasiado lejos para escuchar lo que decían.
«He venido a ver que ocurrió, y al parecer fue un pleito entre shinobi. Hay dos kunoichi de la espiral y uno de la lluvia... y no me lo vas a creer, pero juraría que es uno de los dos que nos arruinaron los planes en el Templo del País del Viento...»
En algún lugar de la ciudad...
Dos personas estaban en un cuarto. Una era una adolescente de al menos dieciséis años, ataviada con pantalón formal en negro, blusa blanca, corbata negra y saco también formal. Era de cabellos cortos y ondulados y ojos violáceos, adornando una piel blanquecina y que se miraba tersa a la vista.
—¿Y bien?— preguntó al otro de los presentes.
El otro era un tuerto de cabellos castaños y rebeldes, en los últimos años de sus veintes. No parecía para nada cómodo ante la presencia de la chica, ni tampoco la guacamaya roja que tenía en su hombro.
—Kukulkán acaba de informar que son extranjeros los responsables del pleito, dos mujeres de la espiral y uno de la lluvia, posiblemente el mismo del altercado del desierto— pronunció el ave.
Se escuchó un aplauso cuando la chica juntó las manos de la alegría, sonriendo de forma tétrica.
—¡Perfecto! Vamos perrito, ahora podrás enmendar tu fracaso— se acercó y agarró del cachete al hombre, estirándoselo mientras el ponía cara de enojo. —Sé un buen perro y muérdelos. Si el imbécil está aquí no es por casualidad, seguramente está buscando información de la pintura. Si estaban peleando no creo que las de Uzushiogakure estén de su lado, así que podemos ignorarlas por ahora. Si se entrometen, deshazte de las dos. ¡Cuento contigo!— Le dio tres palmaditas suaves sobre la cabeza para luego darse la vuelta y salir de la habitación.
—¿Sabes? Yo solía tenerte respeto— espetó el ave.
—Perdón...— respondió el castaño con una voz apagada y triste, justo para desvanecer el contrato y que tanto la guacamaya azul que vigilaba a la lejanía cómo la roja a su lado desaparecieran en una nube de humo. —¿Por qué...?