8/08/2019, 20:14
—O-oh, no se… No te preocupes, Ayame-san —respondió Ranko—. ¡Se ve mona! No tengo por qué desconfiar de la recomendación de Ayame-san —añadió, con una sonrisa.
Y ella se la devolvió.
Entraron en el lugar. A juego con el exterior, el interior de la posada estaba adornada a la manera tradicional. Aunque no era un lugar tan amplio como podría haberse esperado en un hotel de lujo, lo cierto era que resultaba bastante acogedor, y ni siquiera había tanta gente como para resultar agobiante. Ayame guió a Ranko a través del vestíbulo hasta la recepción, donde les esperaba un hombre de cabellos canosos repeinados hacia atrás, ojos pequeños y un curioso bigote que le hacía parecer a todas luces un mayordomo.
—B-b-buenas… B-buenas tardes… —Saludó Ranko, y su voz tembló como un diminuto cascabel.
Ayame le dirigió una breve mirada de soslayo, extrañada. Desde el principio, la kunoichi de Kusagakure le había parecido una chica tímida. Pero parecía que iba hasta el extremo. ¿Le pasaría con todo el mundo?
—¡Oh, buenos días, señoritas! —El recepcionista les devolvió el saludo, cargado de formalidad—. ¿En qué puedo ayudarlas? ¿Habitación para dos, acaso?
—Oh, no... sólo para mi amiga —se apresuró a corregir Ayame, señalando a Ranko.
Y ella se la devolvió.
Entraron en el lugar. A juego con el exterior, el interior de la posada estaba adornada a la manera tradicional. Aunque no era un lugar tan amplio como podría haberse esperado en un hotel de lujo, lo cierto era que resultaba bastante acogedor, y ni siquiera había tanta gente como para resultar agobiante. Ayame guió a Ranko a través del vestíbulo hasta la recepción, donde les esperaba un hombre de cabellos canosos repeinados hacia atrás, ojos pequeños y un curioso bigote que le hacía parecer a todas luces un mayordomo.
—B-b-buenas… B-buenas tardes… —Saludó Ranko, y su voz tembló como un diminuto cascabel.
Ayame le dirigió una breve mirada de soslayo, extrañada. Desde el principio, la kunoichi de Kusagakure le había parecido una chica tímida. Pero parecía que iba hasta el extremo. ¿Le pasaría con todo el mundo?
—¡Oh, buenos días, señoritas! —El recepcionista les devolvió el saludo, cargado de formalidad—. ¿En qué puedo ayudarlas? ¿Habitación para dos, acaso?
—Oh, no... sólo para mi amiga —se apresuró a corregir Ayame, señalando a Ranko.